– Ya basta -le indicó Jasim, tomándola del pelo-. Quiero hacerte el amor.
– ¿Y siempre tiene que ser lo que tú digas? -bromeó Elinor.
– Quiero que recuerdes siempre nuestra noche de bodas -contestó Jasim, besándola con pasión y colocándose sobre ella.
A continuación. la colmó literalmente de besos y caricias. Comenzó por las plantas de los pies y consiguió que Elinor descubriera zonas erógenas de su cuerpo que no sabía que existían.
Cubierta de sudor de pies a cabeza, se dio cuenta de que su luna de miel iba a ser muy erótica, pues Jasim parecía encantado de verla reaccionar con tanta pasión. Elinor sentía la piel al rojo vivo y los pechos húmedos de la saliva de Jasim cuando, por fin, la acarició donde más le apetecía que la acariciara.
Jasim comentó que le gustaba mucho que se hubiera hecho la cera, pero Elinor estaba tan excitada para entonces que no pudo contestar. Jasim le separó los labios vaginales, que estaban húmedos e hinchados y Elinor jadeó de placer y se apretó contra su mano.
– Ahora -le pidió sintiendo un gran vacío entre las piernas.
Jasim la tomó de los tobillos y le echó las piernas hacia atrás para penetrarla. Lo hizo de manera segura y potente, dándole todo el placer que Elinor demandaba y que se le antojó básico, apasionado y primario, justo lo que ella quería.
Cuando comenzó a sentir contracciones y oleadas de placer, gritó y se abrazó a él mientras Jasim se dejaba ir.
Elinor sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se confesó a sí misma que seguía loca por aquel hombre.
– La verdad es que estar casados tiene sus cosas buenas… -comentó.
Capítulo 9
¿Estabas enamorado de Sophia? -le preguntó Elinor a Jasim, sonrojándose por su falta de discreción-. Es que tengo curiosidad… -añadió mientras paseaban por la orilla del mar.
– ¿Por qué lo quieres saber?
– Porque creo que lo estabas.
– Pues te equivocas.
– ¡Pero si te ibas a casar con ella!
– No me educaron para casarme necesariamente por amor -le recordó Jasim-. Era una mujer elegante, guapa y bien educada que hablaba varios idiomas. Me pareció suficiente.
– ¡No me puedo creer lo frío y superficial que puedes llegar a ser! -se lamentó Elinor.
– No soy ni frío ni superficial. El amor te puede hacer sufrir mucho. Un hombre sensato no elige a la mujer con la que se va a casar sólo por amor.
– A mí no me habrías elegido jamás.
– Pero, ahora que te tengo, estoy encantado contigo -le aseguró Jasim con aquella sonrisa suya que a Elinor cada día le gustaba más.
Durante las tres semanas que llevaban allí, se habían ido conociendo y estableciendo los cimientos de una relación seria y duradera.
– ¿El matrimonio de tus padres fue de conveniencia? -le preguntó Elinor, intentando entender su forma de ver las cosas.
– No, pero el de mi padre con la madre de Murad sí y salió bien. Duró casi treinta años.
– Me estoy dando cuenta de que nunca hablas de tu madre.
Jasim resopló.
– ¿Te acabas de dar cuenta? Eso es porque es de mal gusto mencionarla siquiera. Se fue con otro hombre cuando yo era un bebé. Mi padre nunca se repuso.
Elinor se quedó perpleja y comprendió que había tocado un tema muy doloroso para Jasim. No dijo nada. No quiso ni imaginarse el escándalo que se habría formado por la conducta de su madre en una sociedad tan conservadora y poco proclive a entender.
Elinor comprendía que la conducta de su madre lo había hecho desconfiado con las mujeres. Tenía muchas preguntas, pero no las hizo.
– Creo que mi padre va a venir hoy otra vez a ver a Sami. Cada día lo quiere más -comentó Jasim.
– Sí -contestó Elinor, para quien no resultaba fácil mantenerse al margen de aquellos encuentros.
Durante ellos, el rey y su marido se trataban de manera superficial para no herirse mutuamente y la educación los constreñía hasta que Sami hacía algo gracioso y rompía el hielo.
Le habría gustado saber por qué el rey y su segundo hijo se trataban como si no se conocieran de nada.
– Me sorprende que mi padre esté mostrando tanto interés en Sami -le confesó Jasim.
– Yo creo que es porque quiere conocerlo a él y, de paso, a ti -contestó Elinor.
– Tonterías. ¿Por qué iba a querer una cosa así? -le contestó con desdén.
Elinor contó hasta diez y no contestó. Vio por el rabillo del ojo que Jasim estaba esperando con avidez su opinión. Elinor sonrió para sus adentros. Era increíble lo inseguro que podía resultar aquel hombre que parecía tan fuerte.
Bajo su fachada de calma, corría un río de emociones que debía de haber aprendido a controlar a base de disciplina y autocontrol.
Elinor había visto cómo se le rompía esa fachada jugando con Sami. Cuando jugaba con él, se olvidaba de las apariencias y se entregaba al momento. Sami adoraba a su padre y, siempre que los veía juntos, Elinor pensaba que había hecho lo correcto casándose con Jasim.
También se había dado cuenta y aceptaba que ella también adoraba al príncipe. El amor que había negado una y otra vez corría ahora por sus venas y la invadía de pies a cabeza.
Lo cierto era que Jasim se esforzaba por hacerla feliz.
Aquel hombre al que se lo daban todo hecho solía llevarle el desayuno a la cama todos los días para que repusiera fuerzas tras una noche apasionada y muy a menudo, tras desayunar, retiraba la bandeja y volvía a hacerle el amor.
Elinor no tenía nada que objetar.
Estaba encantada con las relaciones sexuales que compartía con su marido.
Aunque se suponía que tendrían que haber estado solos, todos los días llegaban dignatarios y ministros en avión, pues consultaban todo lo que pasaba en Quaram con Jasim. El príncipe la había llevado a hacer varias excursiones al desierto, donde los nómadas los habían recibido con toda su hospitalidad.
Jasim estaba muy bien informado sobre los asuntos de aquellas tierras y a menudo los ancianos de las tribus le pedían que escuchara sus problemas y les diera consejo, así que se sentaba durante horas y escuchaba con atención disputas sobre, por ejemplo, cuál era la compensación adecuada por una cabra que se había metido en el huerto de un vecino y se lo había comido.
Mientras tanto, Elinor se quedaba sentada en el fondo de la tienda con las mujeres y los niños, con el soniquete de un televisor que funcionaba con la batería de un coche y bebiendo té.
Una noche llovió y, a la mañana siguiente, Jasim la llevó fuera para que viera las impresionantes flores silvestres que se habían abierto durante la noche en la arena del desierto.
Elinor tenía una piel muy delicada y se ponía roja con facilidad a causa del sol. Jasim vigilaba que siempre llevara crema con protección solar y una visera sobre el rostro.
Mientras dejaban los caballos en las cuadras, Elinor se dio cuenta de que se sentía a salvo al lado de su esposo. Se sentía querida y cuidada.
– Debería haberte hablado de mi madre -comentó Jasim de repente durante el desayuno-. Prefiero contártelo yo a que te enteres por terceras personas. Es una historia vergonzosa.
– No es tan poco usual.
– Aquí, sí. Y más en mi familia -contestó Jasim frunciendo el ceño-. Mi padre tenía ya más de cincuenta años y era viudo cuando la conoció. Era hija de un médico suizo y tenía la mitad de años que él. Se enamoró perdidamente de ella y se casaron muy rápido. Para cuando yo nací dos años después, la relación hacía aguas por todas partes. Por lo visto, mi madre no podía soportar las restricciones de la vida que llevaba aquí.
– ¿Y qué pasó?
– Una vez que fue a pasar unos días con su familia conoció a otro hombre y se enamoró de él. Mi padre se enteró y se lo dijo y ella se fue, nos abandonó y se casó con su amante. Nunca tuve contacto con ella.