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Elinor sintió que la sangre se le helaba en las venas.

– ¿Se ha estrellado? -preguntó con voz trémula.

– No lo sabemos… lo único que sabemos es que el helicóptero ha desaparecido del radar. No te preocupes, fue uno de los mejores pilotos de su promoción. Sabe lo que hacer en estos casos.

– Sí, seguro que está bien… tiene que estar bien -contestó Elinor al borde de la histeria.

De haber estado sola, se habría puesto a llorar de miedo.

El rey dejó caer la cabeza hacia delante, cerró los ojos y se puso a rezar.

– No contesta al teléfono móvil -confesó al cabo de un rato.

Elinor sintió que el corazón le daba un vuelco. Jasim le había dicho que no había ni un solo rincón de Quaram en el que no tuviera una excelente cobertura y sabía que su marido siempre llevaba el móvil encima.

Elinor se quedó mirando la nada, rezando también.

Ahora que había encontrado la felicidad junto a Jasim…

De repente, oyó voces al otro lado de la puerta y supuso que todo el palacio se estaba enterando de la terrible noticia.

Un rato después, se oyeron pasos apresurados, se abrió la puerta y entraron dos ayudantes del rey y dos ayudantes de Jasim, que se acercaron y se pusieron a hablar en su lengua.

– Lo han encontrado -le tradujo el rey-. Está bien.

– ¿Cómo de bien? ¿Completamente bien?

– Sí, tiene contusiones y heridas, pero está bien -la tranquilizó el rey-. Llegará pronto -añadió haciendo un gesto con la mano a los hombres para que se retiraran.

Elinor se dio cuenta entonces de que el rey estaba llorando. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

– Siempre ha sido bueno y ha hecho las cosas bien, pero yo siempre lo he ignorado -se lamentó.

– Está a tiempo de enmendar la situación -contestó Elinor.

A continuación, se quedaron allí sentados, haciéndose compañía en silencio. Sobre Elinor había descendido una sorprendente calma. Si hubiera sucedido lo peor y Jasim hubiera muerto, ella también se habría quedado sin decirle cosas importantes.

Por ejemplo, cuánto lo quería.

La guardia de palacio anunció la llegada del heredero con salvas de cañón. Al oírlas, Elinor y el rey se pusieron en pie y corrieron por el pasillo hacia el vestíbulo.

Jasim apareció con el pelo revuelto y sucio y una venda en un brazo.

– ¡Creía que no te había pasado nada! -exclamó Elinor.

– No es más que un rasguño -contestó Jasim anonadado cuando su padre lo envolvió entre sus brazos y lo estrechó contra su pecho con cariño.

Aunque Elinor también se moría por abrazarlo, abandonó silenciosamente el lugar para dejar hablar a padre e hijo.

Una vez a solas en su dormitorio, se dio cuenta del miedo que había pasado. Jasim se había convertido en un ser tan querido para ella como Sami.

Acalorada, decidió darse una ducha. Se estaba vistiendo cuando oyó entrar a Jasim, así que se apresuró a cubrirse con un albornoz y a salir del baño.

– Siento mucho haber tardado tanto, pero mi padre tenía muchas cosas que decirme -se disculpó Jasim.

– Ya me imagino -contestó Elinor-. Estaba muy disgustado. Por eso os he dejado solos.

– Estoy casado con el ángel del tacto y de la inteligencia -musitó Jasim mirándola a los ojos.

– ¿Por qué no contestabas al teléfono?

– Con las prisas por llegar a Muscar, me lo he dejado en la villa.

– ¿Y a qué venían esas prisas? -se extrañó Elinor.

– Quería pedirte perdón cuanto antes por haber dudado de ti, por haberte creído capaz de mentirme.

– ¿Por qué dices eso?

Jasim le pasó el brazo por los hombros y se sacó del bolsillo una fotografía y un papel doblado.

– Creo que es tu madre -dijo entregándole la fotografía.

Elinor se encontró mirando a su madre y a un Murad muy joven y delgado, ambos ataviados de fiesta y sonrientes.

– Sí, es mi madre. ¿De dónde la has sacado?

– Se cayó de un Corán al que mi hermano le tenía especial aprecio. También estaba esta carta -añadió entregándosela.

En ella, Rose le decía a Murad que, ya que no podían estar juntos, cada uno tenía que seguir adelante con su vida y ser feliz.

– Qué triste -se lamentó Elinor.

– Murad debió de quererla mucho para guardar su foto y su carta durante tantos años. Cuando he visto la fecha, he entendido por qué mi hermano jamás le habló a mi padre de este asunto. Se enamoró de tu madre el mismo año que mi madre dejó a mi padre. Evidentemente, a Murad no le pareció el mejor momento para pedir permiso al rey para casarse con una extranjera. Le habría dicho que no. Me temo que mi hermano le mintió a tu madre cuando le dijo que no contaban con el permiso del rey. No se atrevió a pedírselo dada la situación personal de mi padre.

Elinor negó con la cabeza lentamente.

– Es increíble. Qué espanto cómo nos pueden afectar las acciones de otros.

– Te he juzgado mal y te he insultado -le recordó Jasim-. Preferí creer la versión melodramática de Yaminah, en lugar de creerte a ti.

– Eso es porque ves cosas donde no las hay. Eres celoso y posesivo por naturaleza -contestó Elinor-. Lo complicas todo.

– Eso no es cierto -intentó defenderse Jasim.

– Eso es lo que has hecho en mi caso por lo menos. Siempre te esperas lo peor de las mujeres…

– Y tú sólo me has dado lo mejor -la interrumpió Jasim tomándola de las manos-. Eres lo que siempre he soñado en una mujer. Soy consciente de que podría haberos perdido a Sami y a ti para siempre. De sólo pensarlo, me entran náuseas.

– Me estás haciendo daño en las manos -sonrió Elinor.

Jasim se llevó los dedos a los labios y se los besó con cariño.

– He tardado mucho en darme cuenta de que me había enamorado de ti. No me creía capaz de enamorarme, la verdad, y, cuando me sucedió, tardé en percatarme.

Elinor lo miró estupefacta.

– Jamás creí que te oiría decir una cosa así.

– Yo tampoco, pero te quiero y me siento muy honrado de compartir la vida contigo, hayati.

– Yo también te quiero -contestó Elinor acariciándole la mejilla-. La verdad es que no creía que me fueras a corresponder nunca.

– Te tendrías que haber dado cuenta cuando te dije que saliéramos a ver las flores en el desierto. Nunca había hecho nada así con una mujer.

– ¿Y yo qué iba a saber? Creía que me querías mostrar las bellezas de tu país.

– Creo que me enamoré de ti la primera vez que te vi a caballo -recapacitó Jasim sonriendo de manera sensual-. Parecías una amazona, una guerrera… fuerte, valiente, sexy…

Elinor sonrió encantada.

– Por desgracia, los celos que sentía porque creía que habías tenido algo con Murad me impedían ver la realidad -continuó Jasim-. Los celos me impedían pensar con claridad. Lo único que quería era acostarme contigo para sentirte mía.

Elinor le pasó los brazos por el cuello. Le encantaba que fuera tan básico.

– Las cosas contigo han ido muy rápido desde el principio y a mí no me van demasiado las prisas -confesó-. Apenas habíamos estado juntos cuando descubrí que estaba embarazada y, para colmo, eso de casarnos a escondidas y de que estuviéramos todo el día discutiendo no me facilitó las cosas.

– Te tendría que haber dicho cómo me sentía en aquellos momentos, pero sobre todo tendría que haber sabido mirar hacia el futuro y haber convertido aquella boda en un día feliz. Ahora comprendo que mi actitud te hizo creer que me casaba contigo a regañadientes y contribuyó a que no confiaras en mí cuando aquel mismo día oíste lo que decía Yaminah.

– Fue la gota que colmó el vaso, pero reconozco que no fuiste tú el único que actuó mal.

Tendría que hablar hablado contigo en lugar de irme.

– Lo peor fue que no te pusieras en contacto conmigo para decirme que estabas bien -le dijo Jasim sinceramente-. Estabas embarazada. Tuve miedo de que hubieras decidido abortar, la verdad.