– Jamás habría hecho una cosa así.
– Pero yo no tenía manera de saberlo.
– Tienes razón, tendría que haberte llamado, pero es que… estaba muy enfadada y deprimida. Durante un tiempo, creí odiarte -confesó Elinor apoyando la cabeza en el hombro de su esposo-. Ahora comprendo que incluso en aquel tiempo te seguí queriendo, pero sentía rencor hacia ti porque me habías hecho mucho daño.
– Jamás volverá a suceder. Jamás te haré daño. Lo que hay entre nosotros es sagrado.
– No te puedes ni imaginar el miedo que tenía de que, si me encontrabas, te llevaras a Sami.
– Yo crecí sin madre, así que jamás se me habría ocurrido someter a mi hijo a la misma tortura, pero te confieso que estaba dispuesto a presionarte con esa posibilidad para que accedieras a volver a Quaram conmigo -admitió Jasim-. Lo que más quería en el mundo era estar contigo. Durante el año y medio que estuviste desaparecida, ni siquiera miré a otras mujeres. hayati.
– Ojalá lo hubiera sabido -se lamentó Elinor.
– A lo mejor tenía que perderte para darme cuenta de cuánto te quería -concluyó Jasim, besándola con pasión y tumbándola en la cama, harto de hablar.
La tensión que Elinor había vivido aquella tarde se tornó deseo y pronto ambos estuvieron desnudos y rodando por el colchón. Se acoplaron de manera dulce, lenta y cómplice.
Después de hacer el amor, Elinor se quedó entre los brazos de Jasim, que no paraba de decirle cuánto la quería. Y ella sabía que nunca se cansaría de oírselo decir.
– Me gustaría que algún día tuviéramos otro hijo -comentó Jasim poniéndole la mano sobre el vientre-. Esta vez, estaría a tu lado desde el principio.
– Algún día -contestó Elinor, sonriendo somnolienta.
Tres años después, Elinor entró en la habitación infantil de Woodrow Court ataviada con un precioso vestido de fiesta en seda verde y un espectacular aderezo de esmeraldas que refulgían a la luz de las bombillas.
Sami estaba metido en la cama, abrazado a su cochecito de juguete. Su hermana Mariyah, una preciosa niña de dos años, enormes ojos marrones y sonrisa fácil, descansaba ya dormida y el último en llegar, Tarif, que tenía cuatro meses y era un bebé sano, tranquilo y feliz, miraba muy concentrado el móvil que colgaba sobre su cuna.
Era madre de tres hijos. Le parecía increíble. Cuánto había cambiado su vida y con cuánta rapidez.
Lo cierto era que la llegada de Mariyah no había sido prevista, pero el embarazo y el parto habían sido fáciles y Elinor se había animado con un tercero.
Hacía cuatro años que se habían casado y Jasim y ella rara vez se separaban. La salud del rey Akil había mejorado bastante, así que Jasim no tenía que viajar tanto. Ahora, ambos trabajaban juntos, codo con codo, su relación era muy diferente a la que había sido y Jasim estaba muy contento.
Elinor también llevaba una vida muy atareada. Tras la inauguración del complejo hotelero, le habían pedido que amadrinara un proyecto de ayuda para recién nacidos prematuros y aquella actividad la tenía entusiasmada y entregada, así que su vida transcurría entre sus obligaciones reales y su deseo de pasar todo el tiempo que podía con su marido y con sus hijos.
Cuando iba a Inglaterra, siempre quedaba con Lindy y con Alissa. Le encantaba escapar de la pompa de la corte y ser trataba con normalidad por sus amigas.
Elinor se las había ingeniado para que Jasim organizara fiestas en las que invitaba a muchos solteros interesantes y Laila no tardó en enamorarse y casarse con un jeque omaní.
Por fortuna, Mouna, su madre, con la que Elinor se llevaba a las mil maravillas, seguía en Quaram y cuidaba de Elinor y de sus hijos como una madre.
Como era de esperar, Elinor apenas había visto a su padre en aquellos años. Ernest no tenía ningún interés en sus nietos y, una vez satisfecha su curiosidad por la arqueología del país, no encontró motivos para posteriores visitas.
La verdad era que el padre de Jasim le prestaba más atención de lo que su padre le había prestado jamás. Por cierto, el rey había decidido reformar el antiguo palacio real que había a las afueras de la ciudad y la corte se había trasladado allí.
La gigantesca y monstruosa mansión de mármol que Murad había mandado construir se utilizaba como palacio de congresos y museo.
Yaminah se había vuelto a casar con un hombre que tenía varios hijos. Había ido a la fiesta de cumpleaños de Jasim del año anterior y se había mostrado educada y cordial con Elinor, como si las ridículas sospechas del pasado se hubieran ido a la tumba con su primer marido.
– Qué guapa estás -murmuró Jasim desde la puerta.
– Creía que ibas a llegar más tarde -contestó Elinor girándose hacia él.
– ¿Para la cena de nuestro aniversario de boda? ¡Por supuesto que no! -exclamó Jasim tomándola de la mano y sacándola de la habitación-. Te quiero enseñar una cosa antes de la cena -le dijo.
A continuación, la condujo escaleras abajo hasta el coche.
– ¿A dónde vamos? -le preguntó Elinor riéndose como una colegiala.
– Es una sorpresa -contestó Jasim conduciendo hacia las cuadras.
Elinor dio un respingo. El año anterior, su marido le había regalado un caballo magnífico. A Elinor le interesaban más aquellos animales que todas las joyas del mundo.
– Si mi regalo de este año es de cuatro patas…
– Shh, está un poco nerviosa -le dijo Jasim ayudándola a bajar del coche.
– ¿Quién?
– Ella -contestó Jasim, abriendo la puerta de un box.
Elinor se quedó mirando a la yegua que había dentro.
– ¿Starlight? -dijo estupefacta.
La yegua había cambiado, por supuesto, pero Elinor la reconoció inmediatamente.
– ¡Dios mío! ¡Me has traído a Starlight! -exclamó con la voz tomada por la emoción-. ¿Cómo no vas a ser el amor de mi vida? -añadió, acercándose al animal al que tanto había querido y acariciándolo-. Eres fabuloso, Jasim. Cada día te quiero más.
– Tú sí que eres fabulosa, habibi -contestó Jasim-. Me has dado tres hijos maravillosos y tu compañía. Me has dado la vida -añadió mirándola con adoración.
Elinor sintió que la felicidad la embargaba.
– Te quiero -le dijo-. Cada día te quiero más.
Lynne Graham