¿Por qué se esforzaba en mantener aquella amistad que tan poco le aportaba?
En la exclusiva discoteca les dieron bebidas gracias a las invitaciones del príncipe. Menos mal porque eran carísimas y no habrían podido pagarlas.
Elinor se recordó que era su cumpleaños e intentó olvidarse de la sensación de decepción que la llevaba acompañando toda la semana. Se sentía sola. Su trabajo era muy solitario y echaba de menos tener adultos con los que hablar, así que se dijo que debía aprovechar.
Woodrow Court era un lugar precioso, pero estaba aislado de todo, en mitad de la nada. Los padres de Zahrah viajaban mucho y dejaban a su hija en casa para que no perdiera días de colegio, así que Elinor se veía obligada a prescindir de su libertad ya que, cuando ellos se iban, esperaban que la niñera se hiciera cargo de su hija las veinticuatro horas del día.
Elinor iba a tener que volver a dormir a Woodrow Court porque el príncipe no quería que su hija quedara a cargo de ninguna otra persona de servicio. Claro que, después de los comentarios de Louise, ya no le importaba tanto no quedarse a dormir con ella.
– Ya te han echado el ojo -comentó su amiga con envidia.
Elinor no miró en la dirección indicada por Louise. Le solía resultar difícil relacionarse con el sexo opuesto. Sobre todo, porque era extraordinariamente alta para ser mujer. Siempre les sacaba Ia cabeza a los chicos. Normalmente, no había problema mientras estaban sentados charlando, pero, cuando se ponían en pie y veían lo alta que era, salían corriendo. En su experiencia, había visto que los hombres preferían mujeres más bajitas que ellos a lasque pudieran mirar desde arriba.
Elinor era consciente de que tenía un rostro agraciado y una linda figura, pero los hombres no solían acercarse a ella si la veían de pie.
Unas horas después, Elinor se despidió de Louise, que había ligado y se iba a casa con su admirador. Ella, por el contrario, había pasado una vergüenza terrible cuando un chico se había acercado a ella para invitarla a bailar y, al verla ponerse en pie, había cambiado de parecer porque apenas le llegaba al hombro.
A partir de ese momento, sus amigos y él habían estado mirándola y comentando como si fuera un monstruo de feria. Para poder hacer como si nada de todo aquello le importara, había bebido de más.
Suspiró aliviada cuando la limusina enfiló el camino de entrada de Woodrow Court, avanzó a través de las imponentes verjas de hierro y se paró ante la preciosa casa estilo Tudor.
Le extrañó que hubiera encendidas más luces que de costumbre. Al salir del vehículo, inhaló profundamente para despejar la mente e intentó caminar recto hacia la puerta, que se estaba abriendo.
Estaba cruzando el vestíbulo con paso indeciso cuando un hombre joven salió de la biblioteca, lo que atrapó su atención. No lo conocía de nada, pero era muy guapo, tan guapo que Elinor se quedó sin aire y tuvo que parar para inhalar de nuevo. El desconocido tenía el pelo negro y lo llevaba peinado hacia atrás, pómulos altos, nariz recta y arrogante y mentón agresivo. Tenía unos rasgos muy atractivos y unos preciosos ojos oscuros de mirada profunda. Mientras avanzaba hacia ella, Elinor percibió su brillo y sintió que el corazón comenzaba a latirle aceleradamente.
Jasim no estaba de buen humor. No le había hecho ninguna gracia llegar a pasar el fin de semana y enterarse de que su hermano y su cuñada se habían ido y estaban ilocalizables, lo que daba al traste con su excusa para pasar un par de días en Woodrow Court y ver con sus propios ojos lo que estaba sucediendo.
– ¿Es usted la señorita Tempest?
– Eh… sí -contestó Elinor alargando el brazo para apoyarse en la barandilla de madera de las escaleras-. ¿Y usted quién es? -añadió sin poder apartar la mirada de aquel rostro tan bello.
– Soy Jasim, el hermano del príncipe Murad -contestó el aludido, ocultando el interés que sentía por ella.
¿Miraría a su hermano como lo estaba mirando a él? Desde luego, cualquier hombre se sentiría halagado si una mujer lo mirara así, como si fuera un superhombre. Elinor Tempest era al natural mucho más peligrosa que en fotografía. Llevaba un vestido que marcaba las sensuales curvas de sus pechos y dejaba al descubierto unas piernas interminables.
Era guapísima.
El pelo le caía en una cascada ondulante sobre la espalda. Tenía unos ojos verdes impresionantes, sólo comparables a las esmeraldas. Con aquel pelo rojo, aquellos ojos y aquella boquita de piñón era, literalmente, la fantasía hecha realidad de cualquier hombre.
A pesar de que era un hombre de gran autocontrol, Jasim tuvo que hacer un gran esfuerzo para recuperar la compostura.
– Parece usted algo bebida -comentó con desprecio al tiempo que sentía una potente erección.
Elinor se sonrojó de pies a cabeza.
– Un poco… puede que un poco, sí -contestó, incómoda-. No suelo beber, pero hoy era un día especial.
A Jasim le estaba costando mantener la atención porque, al hablar, Elinor había tomado aire varias veces, lo que había hecho que se le moviera el pecho.
– Si trabajara usted para mí, no le consentiría este comportamiento -le espetó.
– Pues menos mal que no trabajo para usted -contestó Elinor-. Además, en estos momentos, no estoy de servicio. Es mi noche libre.
– Aun así, mientras viva usted bajo este techo, considero su comportamiento inaceptable.
Elinor se dio cuenta de que se había acercado mientras le hablaba y que tenía que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Era mucho más alto que su hermano. Lo cierto era que no se parecían en nada, pues Jasim tenía la espalda ancha y era fuerte y no tenía ni una pizca de grasa. Claro que sólo eran hermanos por parte de padre.
– ¿Qué pasaría si Zahrah se despertara y la viera así? -le preguntó mirándola a los ojos y dándose cuenta de que su cuerpo estaba reaccionando de manera inequívoca a la presencia de aquella mujer.
Si miraba a su hermano igual, entendía perfectamente que Murad se sintiera tentado. Ya sólo el contorno y el volumen de sus labios eran invitación más que suficiente.
– La enfermera que lleva con Zahrah desde que nació duerme en la habitación contigua a la de la niña, así que no hay por qué preocuparse. No hay necesidad de mostrarse tan intransigente.
A Jasim le sorprendió que le contestara así. Aquella chica era una desvergonzada. No le había pasado desapercibido que disponía de una limusina a su disposición. Eso demostraba el trato de favor de su hermano hacia ella, lo que demostraba que los miedos de Yaminah tenían fundamento.
– ¿A mi hermano también le habla así?
– Su hermano, que sí que es mi jefe, es mucho más agradable. Yo no trabajo para usted y, además, tengo derecho a tener vida social -contestó Elinor, elevando el mentón en actitud desafiante-. Ahora, si no le importa, me gustaría acostarme.
Jasim supo en aquel mismo instante que la deseaba a pesar de lo descarada que era. Quería tenerla desnuda, tumbada ante él en la cama, quería hacerle el amor hasta que le suplicara. Él, que normalmente sabía mantener a raya sus pasiones, estaba sorprendido ante la intensidad de lo que estaba sintiendo.
Ninguna mujer se le había resistido jamás.
Ninguna mujer le había hecho perder jamás la cordura. Ni siquiera aquélla con la que había tenido intención de casarse.
Sin embargo, mientras observaba a Elinor Tempest subiendo las escaleras como podía para no caerse, supo que no iba a parar hasta que hubiera conseguido acostarse con ella.
Elinor llevaba unas delicadas sandalias y una de ellas se le resbaló, y se encontró perdiendo el equilibrio y gritando cuando su cuerpo se balanceó peligrosamente hacia atrás.
Menos mal que pudo agarrarse a la barandilla.
– No es seguro beber tanto -puntualizó Jasim, agarrándola con fuerza de la cintura para que no se cayera.
– No necesito que me ayude -le dijo ella furiosa-. Odio a la gente que va por la vida dando sermones a los demás. Seguro que es usted de los que dicen «ya te lo dije» -añadió, quitándose las sandalias para evitar otros tropiezos.