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El olor de su pelo y de su piel embriagó a Jasim. Aquella mujer olía a melocotón y le evocó el calor del verano y el calor del sexo. Seguro que era una buena amante. Por cómo vestía y por cómo se comportaba, era evidente que no tenía nada de ingenua.

No podía dejar a Murad solo ante el peligro. Su hermano no sabía controlarse y aquella chica era una vampiresa. Era evidente que tenía que vigilarla. Para empezar, le urgió para que subiera las escaleras.

– Ya está… a partir de aquí ya puedo yo solita -murmuró Elinor cuando llegaron a su habitación-. Ha sido usted la guinda del pastel. Qué cumpleaños tan horrible -se quejó con amargura-. Por favor, me gustaría que me dejara a solas.

Jasim la miró desde la puerta y decidió que, en cuanto consiguiera llevársela a la cama, Murad se olvidaría de ella. No iba a decir que fuera a ser un sacrificio acostarse con aquella belleza. Al imaginársela con la melena desparramada sobre la almohada, mirándolo con aquellos ojos verdes y con la boca entreabierta, esperando su penetración, se dijo que aquel encuentro iba a ser mucho más agradable de lo que había previsto.

Jasim llevaba mucho tiempo sin cortejar a nadie en Quaram y echaba de menos la excitación. Le apetecía jugar con aquella gatita, a la que seguro que conseguiría llevarse a la cama porque nunca ninguna mujer le había dicho que no.

Capítulo 2

A la mañana siguiente, mientras se duchaba, Elinor recordó horrorizada el diálogo que había mantenido con el príncipe Jasim.

¡El alcohol la había hecho comportarse como una auténtica idiota!

Tendría que haber tenido más cuidado, pero hacía seis meses que no probaba el alcohol y estaba enfadada porque nunca le daban un par de días libres para poder disfrutar de la libertad de la que se suponía que gozaban los jóvenes. ¡Pero no lo suficiente como para querer perder el trabajo que tenía, en el que le pagaban extremadamente bien y que tan bien quedaría en su currículum!

No, lo último que quería era que la echaran por haberse mostrado grosera con un príncipe. Al recordar que ni siquiera se había dirigido a él de manera correcta, que ni siquiera le había llamado «señor», se mordió el labio inferior. Normalmente, era educada y prudente. ¿Por qué no se habría mordido la lengua? Porque estaba de mal humor y el príncipe Jasim, a pesar de ser increíblemente guapo, se había mostrado crítico con ella, lo que había sido la gota que había colmado el vaso.

Sabía, por el príncipe Murad, que los miembros de la familia real no consentían comportamientos irrespetuosos, así que estaba segura de que el príncipe Jasim no le perdonaría nunca cómo lo había tratado la noche anterior. Seguro que se quejaba a su hermano.

Era sábado y Zahrah tenía clase de equitación.

Mientras tanto, Elinor solía salir a montar, pues era una experta amazona y en los establos reales había unos caballos maravillosos, así que se puso sus gastadas botas, sus pantalones azules y una camiseta amarillo limón.

Se disponía a abandonar su dormitorio cuando llamaron a la puerta y un sirviente le entregó un enorme ramo de flores. Al principio, Elinor no se podía creer que fueran para ella, pero, aun así, aspiró el delicioso aroma de las rosas color champán y abrió la nota que las acompañaba.

Aunque con retraso, feliz cumpleaños. Y perdón. Jasim.

Elinor se quedó de piedra. ¿El príncipe le pedía perdón? ¿Le deseaba feliz cumpleaños y le mandaba flores? No se lo podía creer. Al recordarlo, tuvo la impresión de que era el hombre más arrogante, marimandón y orgulloso que había visto en su vida. Nunca habría dicho que era de los que pedía perdón.

Evidentemente, se había equivocado al juzgarlo.

Era la primera vez que un hombre le mandaba flores y estaba anonadada y encantada.

Zahrah entró corriendo en su habitación y la abrazó. Se trataba de una chiquilla de cuatro años llena de vida.

– ¡Buenos días, Elinor! -la saludó-. ¿Bajamos a desayunar?

Así que bajaron. Elinor estaba a punto de dirigirse al comedor de diario cuando Ahmed, el mayordomo, la interceptó. Zahrah le hizo de intérprete y le dijo que iban a desayunar con su tío Jasim en el comedor principal.

Al entrar, la niña corrió hacia el príncipe con un grito de júbilo y le pasó los brazos por el cuello. Elinor tuvo tiempo de fijarse en él, que se había levantado para saludarlas. A la luz del día, era más alto y más guapo todavía. Lo cierto era que no podía apartar la mirada de él. Aquel hombre dominaba la estancia con su presencia y Elinor se encontró subyugada por sus rasgos. Le latía el corazón aceleradamente y le costaba respirar con normalidad. Cuando el príncipe sonrió a su sobrina, Elinor sintió que su carisma la recorría como un rayo de pies a cabeza.

– Buenos días, señorita Tempest -murmuró indicándole que se sentara en la silla que había junto a la de él-. Por favor.

Elinor tuvo que hacer un gran esfuerzo para poner a sus piernas a caminar hacia el sitio indicado. Habría preferido sentarse más alejada de él, pero no tenía opción. Sentía un revuelo en el estómago parecido al de mil mariposas batiendo las alas y no sabía qué hacer con las manos. Se sentía ridícula, como una colegiala tímida y tonta que no sabe lo que hacer.

– Gracias por las flores -murmuró a toda velocidad para que Zahrah, que estaba hablando con Ahmed, no la oyera.

– De nada -contestó el príncipe posando en ella su penetrante mirada.

– Le debo una disculpa… anoche estuve muy grosera -comentó Elinor.

– Fue toda una experiencia para mí, una experiencia completamente nueva -contestó Jasim.

– ¿Lo dice porque está acostumbrado a que nadie le conteste? Seguro que nadie se atreve a llevarle la contraria.

– Nadie -contestó Jasim con sinceridad y naturalidad.

A continuación, observó cómo Elinor lo miraba con los párpados bajados. Aunque estaba seguro de que lo tenía todo ensayado, no pudo evitar pensar que aquella dulce gatita no tenía nada que ver con la leona pelirroja que le había increpado la noche anterior. Era una buena actriz y sabía sin duda lo que hacía, pues el despliegue de timidez e ingenuidad podría engañar a cualquiera. El truco de hablar en voz baja y de no mirarlo a los ojos era estupendo. Aquella inseguridad y aquella inocencia eran las típicas cosas que les encantaban a los hombres mayores.

Jasim comprendía perfectamente que su hermano estuviera dispuesto a cometer una locura. Con él, sin embargo, no le iban a servir aquellos truquitos. Claro que tenía ventaja sobre Murad porque, al ser más joven, estaba más cerca de la edad de Elinor Tempest.

Como Yaminah lo había invitado a pasar el fin de semana en su casa mientras ellos estaban fuera, Jasim tenía intención de no dejar pasar la oportunidad.

– ¿Más café? -le peguntó, chasqueando los dedos con naturalidad para que un criado les sirviera-. ¿Por qué dijo ayer que su cumpleaños había sido horrible? -quiso saber dirigiéndose de nuevo a Elinor.

Dicho aquello, se quedó mirándola fijamente. Elinor se encontraba muy nerviosa y tensa.

– No me parece apropiado hablar de ello ahora, señor.

– Aquí el único que decide si algo es apropiado o no soy yo -contestó Jasim, poniéndose serio-. Hable.

Elinor se quedó estupefacta al recibir aquella orden. Menos mal que Zahrah intervino con su charla infantil.

– Ya me lo contará luego -comentó Jasim-. Voy a ir a los establos yo también.

Elinor se puso todavía más nerviosa ante aquella noticia. Al levantar la mirada, se encontró con los ojos del príncipe y descubrió que la miraba con un irreprimible brillo de deseo. La sorpresa fue tan grande, que se le quitó el apetito.

Por cómo la estaba mirando, cualquiera hubiera dicho que la encontraba atractiva, pero no podía ser. Era imposible que un príncipe la encontrara guapa. Elinor se reprendió a sí misma por semejantes ideas. Debía de ser que era más agradable de lo que ella había creído y la estaba tratando con cortesía, como su hermano.