– Lo siento, pero no puede ser. No puedo mantener una relación contigo delante de mi familia.
– ¿Por qué? ¿Te avergüenzas de mí? -se indignó Elinor, poniéndose en pie y cubriéndose con el albornoz.
– No, porque me parecería indecente e inapropiado. En Londres, sin embargo, puedo hacer lo que me da la gana y lo que quiero es verte más a menudo -contestó Jasim-. No podemos dar marcha atrás. Tienes que confiar en mí. Despídete de Zahrah. Te vas a la hora de comer.
Elinor encontró su bañador y se lo puso con manos temblorosas. Estaba confundida. Jasim había sido un amante maravilloso, pero ahora se había vuelto un hombre arrogante que le daba órdenes y que quería organizarle la vida.
– ¿Y si te digo que no, que prefiero olvidar lo que ha pasado entre nosotros? -le preguntó.
– Creo que eres lo suficientemente inteligente como para no desafiarme -contestó Jasim con frialdad.
A Elinor se le puso la piel de gallina. De repente, comprendió que aquel hombre se iba a salir con la suya. ¿Cómo se iba a arriesgar a quedarse en Woodrow Court cuando Jasim podía contar en cualquier momento lo que había ocurrido y dar detalles de su comportamiento lascivo?
– Ojalá hubiera sabido dónde me estaba metiendo -se lamentó.
– Ahora ya lo sabes -contestó el príncipe.
A Elinor le hubiera gustado ponerse a gritar. Aunque su corazón pertenecía a Jasim, no le estaba gustando cómo la estaba tratando. ¿Y qué creía, que un príncipe la iba a tratar con respeto? Sólo era su compañera de cama. Tenía la sensación de estar jugando a un juego del que desconocía las normas y, ahora que la partida había empezado, ya era demasiado tarde para preguntarlas.
Fuera como fuese, había quemado sus naves en Woodrow Court. Bueno, tampoco creía que le fuera a costar tanto encontrar otro trabajo. Volvió a su habitación y se metió en la ducha, donde lloró amargamente, pensando que acostarse con Jasim había sido el peor error de su vida.
Cuando se calmó un poco, fue a buscar a Zahrah y le dijo que se tenía que ir a ver a un pariente. Detestaba mentirle, pero no le quedaba más remedio. La niña estuvo lloriqueando hasta que su enfermera vino a buscarla para ir a desayunar. Elinor sabía que estaría bien, pues aquella enfermera era su principal fuente de seguridad, ya que llevaba con ella desde que había nacido.
Elinor no quiso desayunar, hizo el equipaje y un sirviente fue a recogerlo a su habitación. Jasim la llamó por la línea interna al mediodía.
– Te agradezco que te muestres tan comprensiva -le dijo-. No quiero mantener una relación contigo a escondidas.
Cuando se montó en el coche que la estaba esperando, Elinor se dio cuenta de que ni siquiera había preguntado a dónde la llevaban. A media tarde, su curiosidad quedó saciada, pues llegó a un edificio muy lujoso. Una hora después, Jasim entró por la puerta.
Nada más verla, la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente, como para que Elinor no se olvidara de lo que había entre ellos. Elinor se sonrojó y sintió que el estómago le daba un vuelco.
Mientras le devolvía el beso, se dijo que todo iba a salir bien, que lo único que tenía que hacer era darse tiempo y espacio y dárselo también a él.
Pero pronto se dio cuenta de que iban a pasar poco tiempo juntos.
– Esta noche me voy a Nueva York. Voy a estar fuera dos semanas -anunció Jasim en un tono tan informal, que a Elinor le hizo daño-. Por eso quería que salieras de Woodrow Court tan rápidamente. Esta casa es mía y te puedes quedar aquí.
– Gracias, pero tengo dinero para pagarme un hotel -contestó Elinor-. En cualquier caso, no creo que me vaya a quedar mucho tiempo. La mayoría de las veces, las cuidadoras infantiles vivimos en la casa de los niños que cuidamos.
– No hace falta que sigas trabajando -objetó Jasim-. Si sigues trabajando, con los horarios que tenéis las cuidadoras, no te vería nunca. ¿Es que no entiendes lo que te estoy ofreciendo?
– No, debe de ser que no me he enterado… -contestó Elinor muy seria.
– Quiero cuidarte -le dijo Jasim sonriendo-. Quiero mantenerte, que no te falte de nada…
– No, gracias -contestó Elinor intentando mantener la compostura-. El único hombre que cuidará de mí, y cuando yo así lo decida, será mi marido. Estoy dispuesta a quedarme aquí las dos semanas que estés fuera, pero soy una mujer muy independiente y quiero que te quede claro que, lo que doy, lo doy libremente.
Jasim frunció el ceño.
– No te pongas tan seria.
– Mira, lo que hubo entre nosotros anoche ha puesto mi vida completamente patas arriba. Me voy a quedar, pero no de manera indefinida. Necesito estar sola para tranquilizarme, así que está bien que te vayas de viaje unos días.
– Te dejo mi número personal -declaró Jasim, entregándole una tarjeta de visita que otras mujeres hubieran matado por tener.
Cuando estaba cerrando la cartera, rozó con el dedo el preservativo que siempre llevaba y se quedó helado al darse cuenta de que en el ardor del momento no habían usado métodos anticonceptivos. ¿Cómo había podido ser tan descuidado? ¿Y si se había quedado embarazada?
Rezó para que no hubiera pasado nada. De no haber suerte, perdería su libertad.
Jasim se estremeció ante la idea.
Menos de veinticuatro horas después, Elinor ya se había inscrito en otra agencia de cuidadoras infantiles y volvía a tener un trabajo bien remunerado. Aquello de salir todos los días de casa y volver a la hora de cenar le sentó bien, pues conoció a gente nueva y se distrajo.
Jasim la llamó todos los días, pero las conversaciones eran superficiales e incomodaban cada vez más a Elinor. Nunca le hablaba del futuro ni le decía que la echaba de menos.
Elinor tendría que haber tenido la menstruación al final de aquella primera semana. Cuando no fue así, intentó no preocuparse, pero fue en vano. Jasim no había utilizado preservativos. ¿Habría dado por hecho que ella estaba tomando la píldora anticonceptiva? ¿Cómo podían haber sido los dos tan irresponsables?
Cuando ya no pudo más, se compró una prueba de embarazo en la farmacia y corrió a casa a hacérsela. Al ver el resultado positivo, se quedó helada. La verdad era que no esperaba aquel resultado, al fin y al cabo sólo había sido una noche de pasión.
Aquella tarde, tuvo una visita inesperada: el príncipe Murad.
Elinor hubiera preferido no tener que pasar por aquella humillación, pero decidió que le debía una explicación, así que le abrió la puerta. El príncipe se mostró cortés y educado en todo momento, pero también sincero y directo.
– Mi hermano ha salido con muchas mujeres, pero no se toma en serio ninguna relación -le advirtió llegados a un punto de la conversación-. Te lo advierto, Elinor. Mi hermano no es de los que se casan.
– Yo no quiero casarme -contestó Elinor.
– ¡Pero te mereces algo mejor que esto! Yo quería mucho a tu madre. Jamás le hubiera pedido que se fuera a vivir conmigo sin estar casados, en pecado. No te pierdas el respeto a ti misma. Valórate.
Aunque todavía era pronto cuando Murad se fue, Elinor se metió en la cama a llorar. Estaba disgustada por haber caído en desgracia a los ojos del príncipe y preocupada por cómo se tomaría Jasim la noticia de su embarazo.
Jasim volvió de Nueva York un día antes de lo previsto. Su equipo de seguridad le había advertido que su hermano había ido a ver a Elinor. Aquello le hizo creer que estaba en lo cierto al sospechar que entre ellos había algo.
Estaba furioso.
– Jasim… -murmuró Elinor, incorporándose en la cama cuando se encendió la luz de su habitación-. No sabía que volvías hoy.
Estaba guapísimo con un traje color gris marengo y, al llevar dos semanas sin verlo, no pudo evitar quedarse mirándolo fijamente.
Por su parte, Jasim no podía dejar de mirar fijamente la cama deshecha y de preguntarse qué hacía Elinor acostada tan pronto. ¿Habría compartido aquella cama con su hermano unas horas antes?