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En el segundo interrogatorio, cuando el juez de instrucción le enseñó una copia del telegrama que había enviado a Jlínov a Berlín (al juez se lo había dado la hermana carmelita), Shelgá respondió:

—Es un texto cifrado. Se refiere a la caza de un peligroso criminal que ha escapado de Rusia.

—¿Podría ser más explícito?

—No, ese secreto no me pertenece.

Shelgá respondía a las preguntas sin titubear, mirando a la cara, con aire de hombre honrado y de pocas luces al juez de instrucción, a quien no quedaba otra salida que creer en su sinceridad.

Sin embargo, el peligro continuaba existiendo. Saturaba las columnas de los periódicos, llenas de detalles del “terrible asunto de Ville d'Avray”, se ocultaba tras la puerta, tras el blanco store, agitado por el viento, en la blanca salsera de porcelana que le acercaban a los labios las gordezuelas manos de la hermana carmelita.

La salvación estaba en quitarse la escayola y las vendas cuanto antes. Por ello Shelgá permanecía inmóvil, dormitando con un ojo abierto.

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…En medio de la somnolencia, Shelgá recordó lo siguiente.

Llevaban los faros apagados. El automóvil aminoró la marcha… Garin asomó por la ventanilla y dijo bastante alto.

—Fuerza, Shelgá. Ahora vendrá un claro. Allí .

El coche saltó pesadamente al salvar la cuneta, pasó entre unos árboles, torció y se detuvo.

Bajo las estrellas se extendía un sinuoso claro. A la sombra de los árboles se amontonaban peñascos de vagos contornos.

Pararon el motor. Se percibió un intenso olor a hierba. Murmuraba somnoliento un arroyuelo, sobre el que se rizaba una ligera niebla alejándose, como una vaporosa gasa, hacia lo hondo del claro.

Garin saltó a la mojada hierba. Tendió la mano. Se apeó del coche Zoya Monroz, con el sombrero profundamente calado, y levantó la cabeza hacia las estrellas, estremeciéndose de frío.

—¡Baje usted! —ordenó brusco Garin.

Del automóvil salió, adelantando la cabeza, Rolling. Bajo el ala del bombín brillaron sus dientes de oro.

El agua chapoteaba parlanchina entre las piedras. Rolling sacó del bolsillo el puño, por lo visto crispado hacía ya largo rato y dijo con voz apagada:

—Si aquí se prepara una sentencia de muerte, yo protesto. Protesto en nombre del derecho… En nombre de la humanidad… Protesto como americano…, como cristiano, ofrezco cualquier rescate por mi vida.

Zoya se encontraba de espaldas a él. Garin dijo con una nota de repugnancia en la voz:

—Hubiera podido matarle allí…

—¿Acepta un rescate? —inquirió precipitadamente Rolling.

—No.

—¿Quiere que participe en sus… —Rolling sacudió sus fláccidas mejillas—, en sus extrañas empresas?

—Sí. No creo que lo haya olvidado… En el bulevar Malesherbes… le dije…

—Está bien —respondió Rolling—, mañana le recibiré… Debo volver a pensar en su propuesta.

Zoya profirió muy quedo.

—Rolling, no diga tonterías.

—Mademoiselle —protestó Rolling, con un respingo, por lo que el bombín le cayó sobre la nariz—, mademoiselle… su conducta es algo inusitado… Una traición… Depravación…

Zoya respondió sin alzar la voz:

—¡Váyase usted al cuerno! Hable con Garin.

Entonces, Rolling y Garin se apartaron hacia el roble de tronco bifurcado. Se encendió una linterna de bolsillo. Las dos cabezas se inclinaron. Durante unos segundos no se oyó más que el chapoteo del arroyuelo entre las piedras… “Pero no somos tres, somos cuatro… Aquí hay un testigo”, oyó Shelgá la dura voz de Rolling.

—¿Quién hay aquí, quién hay aquí? —preguntó, estremeciéndose en medio de su somnolencia, Shelgá, las pupilas dilatadas, llenándole todo el ojo.

Ante él, sentado en un blanco taburete, el sombrero sobre las rodillas, se encontraba Jlínov.

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—No adiviné la jugada… No me dio tiempo de pensar —contaba Shelgá a Jlínov—. Hice el tonto de un modo espantoso.

—Su equivocación fue tomar a Rolling en el automóvil —dijo Jlínov.

—Pero si no lo tomé… Cuando en el hotel empezó el tiroteo y la matanza, Rolling estaba, como una rata, metido en el automóvil, un colt en cada mano… Yo no llevaba arma alguna. Trepé al balcón y vi que Garin suprimía a los bandidos… Se lo dije a Rolling… Se acobardó, se puso a resollar y se negó rotundamente a salir del coche… Después quiso pegarle un tiro a Zoya Monroz. Pero Garin y yo le retorcimos los brazos… No había tiempo que perder, empuñé el volante y di gas…

—¿Acaso cuando estaban ya en el llano y ellos deliberaban junto al roble no comprendió usted…?

—Comprendí que estaba copado. Pero qué podía hacer, ¿huir? Sepa que soy deportista… Además, tenía todo un plan… Llevaba en el bolsillo un pasaporte falso para Garin, con diez visados… Tenía su máquina al alcance de la mano, en el automóvil… ¿Podía yo, en tales circunstancias, pensar mucho en mi pellejo…?

—Bueno… ellos se pusieron de acuerdo…

—Allí, bajo el árbol, Rolling firmó un papel, eso lo vi perfectamente. Después oí que hablaba de la cuarta persona, del testigo, es decir, de mí. Dije a Zoya en voz baja: “Oiga, cuando pasamos cerca del policía, el hombre se quedó con el número de la matrícula. Si me matan ustedes ahora, mañana por la mañana se verán los tres esposados”. ¿Sabe lo que me contestó? ¡Vaya mujer…! Por encima del hombro, sin mirarme, dijo: “Está bien, lo tendré en cuenta”. ¡Y qué guapa es…! ¡Hija de Satanás! Bueno, Garin y Rolling volvieron al coche. Yo hice como si no hubiera oído nada… Zoya montó la primera. Asomó la cabeza y dijo algo en inglés. Garin se dirigió a mí: “Camarada Shelgá, ahora apriete. A todo gas por la carretera, en dirección oeste”. Me agaché ante el radiador… Esa fue mi equivocación. Era el único instante, que podían aprovechar… Con el coche en marcha, no se hubieran atrevido a hacerme nada… Bien, quise poner en marcha el motor… De pronto sentí que algo me golpeaba en los parietales, en el cerebro, como si se hubiera desplomado sobre mí una casa. Me crujieron los huesos, me quemó una luz, y caí de espaldas… Lo único que vi, por un segundo, fue la crispada jeta de Rolling. ¡Hijo de perra! ¡Cuatro balazos me largó…! Después abrí los ojos y me vi en esta habitación.

Su relato había fatigado a Shelgá. Estuvieron callados largo rato. Jlínov preguntó:

—¿Dónde puede encontrarse ahora Rolling?

—¿Cómo que dónde? Pues en París. Moviendo la prensa. He desencadenado una gran ofensiva en el frente de la industria química. Gana el dinero a espuertas. Y yo estoy esperando continuamente que me peguen un tiro por la ventana o que me den un veneno en la salsera. Naturalmente, el tipo ese acabará conmigo…

—¿Y por qué calla usted…? Hay que hacerlo saber inmediatamente al jefe de la policía.

—¡Usted está loco, querido camarada! Si vivo aún es porque no he dicho una palabra.

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—Así, pues, Shelgá, ¿ha visto usted como funciona esa máquina?

—La he visto, y ahora sé que los cañones, los gases y los aeroplanos son juegos de niños. No olvide usted que no se trata sólo de Garin… Garin y Rolling. La mortífera máquina y miles de millones. Se puede esperar cualquier cosa.

Jlínov levantó el store y permaneció largo rato junto a la ventana, contemplando el esmeraldino césped, al viejo jardinero —el hombre desplazaba con esfuerzo la instalación de lluvia artificial a la parte sombreada del jardín— y a unos mirlos negros que, con aire diligente y preocupado, brincaban bajo unos arbustos de verbena, buscando lombrices en la negra tierra. El cielo, azul, encantador, se extendía sobre el jardín, simbolizando el eterno descanso.