Выбрать главу

Mántsev, el rostro congestionado, miraba inquieto en torno. Arturo Levi se sentó a su lado en el camastro.

—Hay que tranquilizarse, Nikolái Jristofórovich. Coma, descanse… Tenemos mucho tiempo, antes de noviembre no podremos sacarlo de aquí…

Mántsev se levantó del camastro, las manos temblorosas…

—Quisiera hablar con usted a solas.

El viejo llegó renqueando a la puerta, de tablas sin cepillar y medio podridas. La abrió de un empellón. El viento de la noche alborotó su canosa barba. Arturo Levi lo siguió a la oscuridad, en la que se arremolinaba el aguanieve.

—En la cámara de mi fusil tengo la última bala… ¡lo mataré a usted! ¡Ha venido a robarme! —gritó Mántsev, sacudido por la furia.

—Vamos adonde no haga viento —Arturo Levi tiró del viejo, haciéndole reclinarse en la pared de rollos—. No se ponga así. Me ha enviado en busca suya Piotr Petróvich Garin.

Mántsev se aferró convulsivamente al brazo de Levi: su hinchado rostro, con los párpados vueltos, temblaba. y de su boca sin dientes salía un lloriqueante balbuceo:

—¿Garin está vivo…? ¿No me ha olvidado? Juntos pasábamos hambre y juntos hacíamos grandes planes… Pero todo eso son tonterías, delirios… ¿Qué he descubierto yo aquí…? He palpado la corteza terrestre… He logrado confirmar todas mis hipótesis teóricas… No esperaba resultados tan brillantes… La capa olivínica está aquí —Mántsev golpeó el suelo con sus mojadas botas de piel de reno—, se puede extraer mercurio y oro en cantidades ilimitadas… Escuche, he llegado a tantear con ondas cortas el núcleo de la Tierra… Lo que ocurre allí es inimaginable… He hecho una revolución en la ciencia mundial… Si Garin pudiera conseguir cien mil dólares. ¡Qué no haríamos…!

—Garin dispone de miles de millones, de Garin hablan todos los periódicos del mundo —dijo Levi—. Ha conseguido construir el hiperboloide, se ha hecho con una isla en el Océano Pacífico y se prepara para grandes empresas. Lo único que espera son los resultados de sus investigaciones de la corteza terrestre. Enviarán en busca suya un dirigible. Si el tiempo no lo impide, dentro de un mes podremos plantar un mástil de amarre.

Mántsev se reclinó contra la pared y guardó silencio largo rato, abatida la cabeza.

—Garin, Garin —repitió con un dejo de reproche que llegaba al alma—. Yo le di la idea del hiperboloide. Yo orienté su pensamiento hacia la capa olivínica. Yo le sugerí lo de la isla en el Pacífico. Ha robado mi cerebro y me envió aquí para que me pudriera en la maldita taiga… ¿Qué puede darme ya la vida? Una cama, médicos, papillas de sémola… ¡Garin, Garin…, ladrón de ideas ajenas…!

Mántsev levantó la cabeza, exponiendo el rostro a los azotes de la ventisca.

—El escorbuto se ha comido mis dientes, los herpes han roído mi piel. Estoy medio ciego. Mi cerebro se ha embotado… ¡Tarde, tarde se ha acordado Garin de mí!

94

Garin envió un radiograma a los periódicos del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo diciendo que él, Pierre Harry, había ocupado en el Pacífico una isla de cincuenta y cinco kilómetros cuadrados con los islotes y cadenas de escollos adyacentes y que aquella isla, situada a ciento treinta grados de la longitud oeste y veinticuatro grados de latitud sur, la consideraba suya, estando dispuesto a defender hasta la última gota de sangre sus derechos soberanos.

Aquello hizo reír a la gente. La pequeña isla en las latitudes meridionales del Pacífico estaba deshabitada y únicamente se distinguía por lo pintoresco del paisaje. Incluso no se sabía a ciencia cierta de quién era, si de América, de Holanda, o de España. Pero con los americanos no se podía discutir mucho: los otros países gruñeron un poco y dejaron de ocuparse del asunto.

La isla no valía el carbón que había que consumir para llegar a ella, pero como los principios estaban por encima de todo, un crucero zarpó de San Francisco a fin de detener a Pierre Harry y colocar en la isla, por los siglos de los siglos, un mástil metálico con una bandera de los Estados Unidos hecha de tela impermeable.

El crucero abandonó el puerto. La ridícula historia de Garin dio nacimiento al foxtrot El pobrecito Harry, en el que se decía que el pequeño y pobre Pierre Harry estaba tan enamorado de una criolla, que quería hacerla reina. Se la llevó a una pequeña isla y allí, el rey y la reina, solos, bailaban el foxtrot. La reina decía: “Pobrecito Harry, quiero desayunar, tengo hambre”. Por toda respuesta. Harry suspiraba y seguía bailando, pues en la isla, aparte de conchas y flores, nada había. Llegó un barco. El capitán, un buen mozo, ofreció el brazo a la reina y la llevó a compartir con él un suculento almuerzo. La reina reía y masticaba. El pobrecito Harry no tuvo más remedio que seguir bailando solo… Así, más o menos, continuaba el foxtrot… En pocas palabras, por el momento todo eran bromas.

Unos diez días después llegó un radiograma del crucero:

“Me encuentro a la vista de la isla. No he desembarcado porque se me ha advertido que está fortificada. He despachado un ultimátum a Pierre Harry, que se titula dueño de la isla. Le he dado de plazo hasta las siete de la mañana. Después, efectuaré un desembarco”.

Aquello ya empezaba a ponerse divertido: El pobrecito Harry amenazaba con el puño a los cañones de seis pulgadas… Pero ni al día siguiente ni en los sucesivos llegaron más noticias del crucero.

El buque no respondió al último despacho. ¡Caramba! En el Departamento de Defensa hubo quien frunció el ceño.

Al poco, apareció en los periódicos una sensacional interviú dada por MacLinney. Afirmaba éste que Pierre Harry era el conocido aventurero ruso ingeniero Garin, quien, según se rumoreaba, había perpetrado varios crímenes, comprendido el enigmático asesinato en Ville d'Avray, cerca de París. La ocupación de la isla asombraba extraordinariamente a MacLinney porque a bordo del yate en que Garin había llegado a ella se encontraba Rolling, el jefe y director de la “Anilin Rolling Company”. El había sufragado grandes compras hechas en América y en Europa, así como el flete de los barcos que debían trasladarlas a la isla. Mientras no hubo infracción alguna de la ley, MacLinney calló, pero ahora afirmaba que Rolling, el rey de la industria química, se distinguía por su extraordinario respeto a las leyes. Y, por ello, era indudable que la desfachatada ocupación de la isla se había efectuado en contra de su voluntad. Ello evidenciaba que el multimillonario se encontraba prisionero en la isla y era utilizado para un chantaje inaudito.

Las bromas terminaron. Se atentaba contra lo más sagrado. La policía reunió datos de las compras hechas por Garin en el mes de agosto. Las cifras aquellas producían verdadera estupefacción. Mientras tanto, el Departamento de Defensa buscaba en vano al crucero: el buque había desaparecido. Por si aquello fuera poco, los periódicos publicaron una descripción de la voladura de las fábricas de anilina, contada por el científico ruso Jlínov, testigo presencial de la catástrofe.

Se desencadenó un escándalo. En efecto, ante las narices del Gobierno, un aventurero había efectuado colosales compras de materiales bélicos, había ocupado una isla, había privado de su libertad a uno de los más notables ciudadanos de América y, por añadidura, era un canalla amoral, un asesino en masa, un monstruo repugnante.

El telégrafo comunicó otra noticia sensacionaclass="underline" un misterioso dirigible de último tipo había pasado sobre las islas de Hawai y hecho alto en el puerto de Hilo, tomando allí carburante y agua dulce. Luego había sido visto sobre las Kuriles, sobre Sajalín. Había repostado carburante y agua en el puerto de Alexándrovsk, en Sajalín, desapareciendo después en dirección Noroeste. En el casco metálico de la nave aérea pudieron distinguirse las letras “P. H.”.