El doctor Langfeldt está de pie esperándolo junto a la puerta cuando Joona llega a la habitación.
– ¿Es usted el policía? -pregunta retóricamente tendiendo su mano ancha y regordeta hacia Joona.
Su apretón es asombrosamente suave; quizá el más suave que le han dado jamás a Joona.
La expresión en el rostro del doctor Langfeldt no cambia cuando dice con un sobrio gesto:
– Si es tan amable de entrar…
El despacho del médico es sorprendentemente grande. Las paredes están cubiertas de pesadas estanterías con carpetas idénticas. En la estancia no hay ningún objeto decorativo, ningún cuadro o fotografía. La única imagen es el dibujo de un niño que cuelga de la puerta. Los pies nacen directamente de la cabeza en el dibujo hecho con ceras de color verde y azul. Los niños de tres años de edad suelen dibujar a las personas de ese modo. Directamente desde el rostro, que tiene ojos, nariz y boca, salen los brazos y las piernas. Se puede considerar o bien que esos dibujos no tienen cuerpo, o que la cabeza es el cuerpo que tienen.
El doctor Langfeldt se acerca a su escritorio, sobre el que descansan pilas de papeles. Retira un teléfono de viejo diseño de la silla para las visitas y vuelve a dirigirle un austero movimiento de la mano a Joona, que lo interpreta como una invitación a tomar asiento.
El médico lo mira pensativo. Su rostro es pesado y arrugado. Hay algo sin vida en sus rasgos, casi como si sufriera de parálisis facial.
– Gracias por haberse tomado la molestia -dice Joona-. Es fin de semana y…
– Sé qué es lo que quiere preguntarme -lo interrumpe él-. Quiere información acerca de Lydia Evers, mi paciente, ¿no es así?
Joona abre la boca pero el doctor alza una mano para detenerlo.
– Supongo que ha oído hablar del secreto profesional y de la ley de confidencialidad en lo que respecta a los pacientes -continúa Langfeldt-. Además…
– Conozco la ley -lo interrumpe Joona-. Si por el delito que se investiga corresponden más de dos años de prisión como consecuencia…
– Sí, sí, sí -dice Langfeldt.
La mirada del médico no es evasiva, sino simplemente exánime.
– Obviamente, también podría citarlo para un interrogatorio -dice Joona suavemente-. El fiscal está preparando la solicitud de prisión preventiva para Lydia Evers. Por supuesto, también tendremos que confiscar la historia clínica.
El doctor Langfeldt golpetea unos dedos con otros y se humedece los labios.
– Es sólo que quiero… -Se interrumpe unos segundos y luego prosigue-: Simplemente quiero tener una garantía.
– ¿Una garantía?
El médico asiente.
– Quiero que mi nombre quede fuera de esta historia.
Joona cruza la mirada con él y se da cuenta en seguida de que esa ausencia de vida es en realidad miedo contenido.
– No puedo prometerle eso -dice ásperamente.
– Por favor.
– Soy pertinaz -explica Joona.
El doctor se recuesta en su silla. Hay una leve tirantez en las comisuras de sus labios. Es el único signo de nerviosismo que ha mostrado hasta el momento.
– ¿Qué es lo que quiere saber? -pregunta.
Joona se inclina hacia adelante y dice:
– Todo, siempre quiero saberlo todo.
Una hora más tarde, Joona Linna sale del despacho del médico. Echa un rápido vistazo hacia el pasillo opuesto, pero la mujer del vestido largo ya no está. Cuando baja apresuradamente la escalera de piedra nota que fuera ha oscurecido por completo, ya no se distingue el parque ni las espalderas. Obviamente, la chica de la recepción ya se ha marchado a su casa. El mostrador está vacío y la puerta que da al exterior está cerrada. El edificio está en completo silencio, a pesar de que Joona sabe que la institución alberga a cien pacientes.
Está tiritando cuando sube a su coche nuevamente y abandona el amplio aparcamiento.
Hay algo que lo perturba, algo que se le escapa. Intenta recordar el punto en el que comenzó a molestarlo.
El doctor cogió una carpeta igual que todas las demás que llenaban los estantes, y golpeó suavemente la primera página al tiempo que decía:
– Aquí está.
La fotografía de Lydia mostraba a una mujer bastante hermosa, de cabello largo teñido con alheña y una extraña expresión sonriente: la furia corría bajo la superficie suplicante.
La primera vez que Lydia fue internada para recibir tratamiento psiquiátrico sólo tenía diez años. El motivo del ingreso fue que había asesinado a su hermano menor, Kasper Evers. Un domingo le abrió el cráneo al partirle un palo de madera en la cabeza. Al doctor le contó que su madre la obligaba a cuidar de su hermano. Kasper era responsabilidad suya cuando la madre estaba trabajando o durmiendo. Castigarlo era tarea suya.
Tas la muerte de Kasper Evers con tres años de edad, las autoridades se hicieron cargo de Lydia y la madre fue condenada a prisión por maltrato infantil.
– Lydia perdió a toda su familia -murmura Joona.
Pone en marcha el limpiaparabrisas cuando un autobús que circula en sentido contrario salpica agua sobre su coche.
El doctor Langfeldt sólo trató a Lydia con fuertes ansiolíticos, no le administró ningún tipo de terapia, ya que consideró que había actuado sometida a una gran presión por parte de la madre. Por prescripción suya, la chica fue internada en un hogar abierto para delincuentes juveniles. Cuando cumplió catorce años desapareció del registro, se mudó a su antigua casa y vivió allí junto a un muchacho que había conocido en el hogar para jóvenes. Cinco años más tarde volvió a aparecer en los documentos cuando fue internada nuevamente, según la ley ahora abolida, porque en repetidas ocasiones había golpeado a un niño en un parque infantil.
El doctor Langfeldt se encontró con ella por segunda vez en la institución y se convirtió en su médico, aunque esta vez no estaba autorizado a darle el alta.
El médico le contó al comisario con voz áspera y distante que Lydia había ido a un parque infantil y había elegido a un niño en especial, un niño de cinco años de edad al que había atraído hacia sí y luego golpeado. A parecer, acudió varias veces al parque antes de que la detuvieran. El último episodio de maltrato fue tan grave que el pequeño estuvo a punto de morir.
– Lydia pasó seis años internada en la clínica psiquiátrica de Ulleräker. Estuvo bajo tratamiento durante todo ese tiempo -explicó Langfeldt sonriendo sin alegría-. Su comportamiento fue ejemplar. El único problema con ella era que constantemente creaba alianzas con los demás pacientes. Creaba grupos a su alrededor, grupos a los que exigía una lealtad absoluta.
Ahora Joona piensa que Lydia está formando una familia. Gira con su coche hacia Fridhemsplan cuando de repente recuerda la fiesta del personal en Skansen. Considera la posibilidad de fingir que lo ha olvidado, pero entiende que le debe a Anja su presencia allí.
Langfeldt había cerrado los ojos y masajeado las sienes antes de continuar:
– Tras seis años sin incidentes, Lydia comenzó a tener permisos de salida.
– ¿Ningún tipo de incidente? -preguntó Joona.
El médico lo pensó.
– Ocurrió algo, pero nunca pudo probarse.
– ¿Qué fue lo que ocurrió?
– Una paciente sufrió una herida en el rostro. Sostenía que ella misma se había cortado, pero se rumoreaba que había sido Lydia Evers quien lo había hecho. Por lo que recuerdo, sólo eran chismes. No había nada serio en ellos.