Benjamín oye la nieve caer sobre el tejado. Piensa en el modo en que Lydia entró en su vida, en cómo se acercó corriendo a él un día cuando regresaba a casa desde la escuela.
– Has olvidado esto -le dijo tendiéndole la gorra.
Él se detuvo y le dio las gracias. Entonces ella lo miró de un modo extraño y luego dijo:
– Eres Benjamin, ¿verdad?
El le preguntó cómo sabía su nombre. Lydia le acarició el pelo y declaró que ella era su madre biológica.
– Pero te bauticé como Kasper -dijo-. Me gustaría llamarte así.
Luego le dio una pequeña prenda de ganchillo azul celeste.
– Lo hice para ti cuando aún estabas en mi vientre -suspiró.
Él le explicó que se llamaba Benjamín Peter Bark y que no podía ser su hijo. Le pareció que la situación debía de ser muy dolorosa para ella, así que intentó hablarle con calma y amabilidad. Lydia lo escuchó con una sonrisa y luego sólo negó melancólicamente con la cabeza.
– Pregúntaselo a tus padres -dijo-. Pregúntales si eres su hijo. Puedes hacerlo, pero no te responderán la verdad. Ellos no podían engendrar. Notarás que mienten; lo hacen porque tienen miedo de perderte. Tú no eres hijo suyo. Yo puedo hablarte sobre tu verdadero origen. Eres mi hijo, ésa es la verdad. ¿No ves que nos parecemos mucho? Me obligaron a darte en adopción…
– Pero yo no soy adoptado -repuso él.
– Lo sabía… Sabía que no te contarían la verdad -dijo Lydia.
Él reflexionó un instante y de repente consideró que lo que la mujer decía en realidad podía ser cierto. Durante mucho tiempo se había sentido distinto.
Lydia lo miró con una sonrisa.
– No puedo demostrártelo -dijo nuevamente-. Debes confiar en tus propios sentimientos. Tú mismo debes percibirlo; entonces sentirás que es verdad.
Se separaron, pero Benjamín volvió a encontrarse con ella al día siguiente. Fueron juntos a una confitería y estuvieron charlando allí durante un largo rato. Ella le contó cómo la habían obligado a darlo en adopción, pero aseguró que jamás lo había olvidado. Había pensado en él todos los días desde que nació y lo separaron de ella. Lo había echado de menos cada minuto de su vida.
Benjamín se lo contó todo a Aida y ambos acordaron que ni Erik ni Simone debían saber nada de eso antes de que él hubiera podido pensar un poco;i! respecto. Primero quería conocer a Lydia, quería sopesar si podía ser cierto lo que sostenía. Ella se puso en contacto con él a través del correo electrónico de Aida. Benjamin le había dado su dirección y ella envió la fotografía de la tumba familiar para él.
– Quiero que sepas quién eres -le dijo-. Aquí yacen tus familiares, Kasper. Algún día iremos juntos allí, solos tú y yo.
Benjamin casi había empezado a creerla. Quería creer en ella, lo que decía era interesante. Le resultaba extraño descubrir que alguien lo amaba tanto. Lydia le dio algunos objetos, pequeños recuerdos de su propia infancia y también dinero. Le regaló varios libros y una cámara. Él, a su vez, le dio unos dibujos y otras cosas que guardaba desde pequeño. Ella se ocupó incluso de que el tal Wailord dejara de acosarlo. Un día le mostró un escrito firmado por Wailord en el que daba su palabra de que nunca más se acercaría a Benjamin ni a sus amigos. Sus padres nunca habrían logrado nada parecido. El chico estaba cada vez más convencido de que sus padres, aquellas personas en las que había creído toda la vida, se comportaban como unos verdaderos mentirosos. Se sentía irritado porque nunca hablaban con él, nunca le demostraban lo que significaba para ellos.
Había sido increíblemente necio.
Lydia empezó a hablar de ir a visitarlo a su casa y pasar algunos ratos con él. Quería que le diera las llaves. Benjamin no entendía muy bien por qué debería tenerlas, y le dijo que él le abriría si llamaba a la puerta. Entonces Lydia se enojó con él. Dijo que se vería obligada a castigarlo si no obedecía. El chico se quedó totalmente atónito. Ella explicó que, cuando él era pequeño, les había entregado a sus padres adoptivos una palmeta como signo de que esperaba que le dieran una educación correcta. Luego simplemente cogió las llaves de su mochila y dijo que ella decidiría por sí misma cuándo iba a visitar a su hijo.
Fue en ese momento cuando Benjamin comprendió que ella no estaba totalmente en sus cabales.
Al día siguiente, al ver que Lydia lo estaba esperando, él se le acercó y le dijo con calma que quería que le devolviera las llaves y que no deseaba volver a encontrarse con ella.
– Pero Kasper -dijo ella-, por supuesto que te daré tus llaves.
Y así lo hizo. Benjamín echó a andar y ella lo siguió. Él se detuvo y le preguntó si no había entendido que no quería volver a verla.
Benjamín mira ahora su cuerpo. Ve que tiene un gran hematoma en la rodilla. Piensa que si lo viera su madre se pondría histérica.
Como de costumbre, Marek está de pie mirando por la ventana. Se sorbe la nariz y escupe contra el cristal, a través del cual se ve el cuerpo de Jussi tendido afuera, sobre la nieve. Annbritt está encogida, sentada a la mesa. Intenta dejar de llorar. Traga, se aclara la garganta y luego hipa. Cuando salió de la casa y vio a Lydia asesinar a Jussi, gritó hasta que Marek alzó el fusil hacia ella y aseguró que la mataría si dejaba escapar un solo sollozo más.
A Lydia no se la ve por ninguna parte. Benjamín se incorpora a trompicones y luego dice con voz ronca:
– Marek, hay algo que debes saber…
Él mira a Benjamín con los ojos negros como dos granos de pimienta. Luego se tumba en el suelo para hacer flexiones.
– ¿Qué quieres, joder? -pregunta con un quejido.
Benjamín traga con la garganta dolorida.
– Jussi me contó que Lydia pretendía matarte -miente-. Primero pensaba acabar con él, luego con Annbritt y después contigo.
Marek continúa un poco más con las flexiones y luego se levanta jadeando del suelo.
– Eres un idiota muy gracioso.
– De verdad me lo dijo -dice Benjamín-. Ella sólo me quiere a mí. Quiere quedarse sola conmigo. Es cierto.
– Sí, ¿eh? -dice él.
– Sí, Jussi me dijo que ella le había contado lo que iba a hacer. Dijo que iba a asesinarlo a él primero, y ahora él está…
– Cierra la boca-lo interrumpe Marek.
– ¿Piensas quedarte ahí sentado esperando tu turno?
– inquiere Benjamín-. A ella no le importas, cree que su familia será más feliz si sólo somos ella y yo.
– ¿De verdad Jussi dijo que ella iba a matarme? -pregunta entonces Marek.
– Te lo juro, ella va a…
Marek suelta una carcajada y Benjamín se interrumpe.
– Te aseguro que a lo largo de mi vida ya he oído todo lo que la gente es capaz de decir para evitar el dolor -dice Marek con una sonrisa-. Todas las promesas y todos los ardides, todos los pactos y todos los trucos.
Luego se vuelve hacia la ventana con indiferencia. Benjamín suspira e intenta pensar en algo más que decir cuando entra Lydia. Sus labios están tensos. Tiene el rostro muy pálido y lleva algo a sus espaldas.
– Ha pasado una semana y ya es domingo de nuevo -explica solemnemente cerrando los ojos.
– El cuarto domingo de adviento -murmura Annbritt.
– Quiero que nos relajemos y meditemos acerca de la semana que hemos dejado atrás -dice con lentitud-. Hace tres días que Jussi nos dejó, ya no está en este mundo. Su alma viaja en una de las siete ruedas celestiales. Será castigado por su traición a lo largo de miles de encarnaciones como insecto y res.