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Joona coge su teléfono y marca un número a la vez que Erik señala un taxi que aguarda frente a la salida vacía. Joona niega con la cabeza y le habla a alguien con creciente irritación. Erik y Simone oyen una voz enlatada gruñir al otro lado del auricular. Cuando Joona cierra el móvil, muestra una expresión reservada. Sus ojos brillantes están tensos y serios.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Erik.

Joona estira el cuello para mirar por la ventana.

– Los policías que fueron a la casa aún no se han puesto en contacto con la central -dice en tono distraído.

– Eso no está nada bien -dice Erik en voz baja.

– Llamaré a la comisaría.

Simone intenta hacer a Erik a un lado.

– No podemos quedarnos aquí sentados esperándolos.

– No lo haremos -contesta Joona-. Nos proporcionarán un coche; de hecho, ya debería estar aquí.

– Dios mío -suspira Simone-, todo lleva tanto tiempo.

– Las distancias son distintas aquí, al norte -explica Joona con un afilado destello en los ojos.

Simone se encoge de hombros. Se dirigen a la salida y cuando cruzan la puerta los golpea el incomparable frío seco del norte.

Dos coches color azul oscuro se detienen de repente frente a ellos y bajan un par de hombres vestidos con uniformes anaranjados de socorristas de montaña.

– ¿Joona Linna? -pregunta uno de ellos.

Él asiente con un leve gesto de la cabeza.

– Debíamos traerle un coche.

– ¿Socorristas de montaña? -pregunta Erik, tenso-. ¿Dónde está la policía?

Uno de los hombres se agita y explica conteniéndose:

– No hay tanta diferencia aquí al norte. La policía, los de la aduana y los socorristas de montaña solemos colaborar cuando es necesario.

– Hay falta de personal en este momento -interviene el otro-, con la Navidad tan cerca…

Se quedan parados en silencio. Erik parece desesperado. Abre la boca para decir algo, pero Joona habla primero:

– ¿Han sabido algo del coche patrulla que se dirigió a la cabaña? -pregunta.

– No desde las siete de la mañana -contesta uno de los hombres.

– ¿Cuánto tiempo se tarda en llegar allí?

– Bueno, se tarda entre una y dos horas en llegar hasta Sutme, así que…

– Dos y media -agrega el otro-. Teniendo en cuenta la época del año en que estamos.

– ¿Qué coche cogemos? -pregunta Joona impaciente mientras se acerca ya a uno de los vehículos.

– No sé… -contesta uno de los hombres.

– Cogeremos el que disponga de más gasolina -dice Joona.

– ¿Compruebo el indicador de combustible? -pregunta Erik.

– En el mío hay cuarenta y siete litros -se apresura a responder uno de los hombres.

– Entonces llevas diez más que yo.

– Bien -dice Joona abriendo la puerta.

Suben al vehículo, dotado de calefacción. Uno de los hombres le entrega las llaves a Joona y éste le pide luego a Erik que introduzca la dirección en el aparato de GPS.

– ¡Esperen! -grita Joona en dirección a los hombres que están a punto de subir al otro coche.

Se detienen.

– Los hombres que han enviado esta mañana temprano a la cabaña, ¿también eran socorristas de montaña?

– Sí, todos ellos.

Conducen hacia el nordeste bordeando el lago Volgsjon para llegar a la zona de Brännbäck. Luego, tras sólo un par de kilómetros, tomarán la carretera estatal 45, y seguirán en línea recta hacia el este durante diez más hasta encontrarse con el serpenteante camino de al menos ochenta kilómetros de longitud en el trayecto al sur de Klimpfjäll en dirección a Daimadalen.

Viajan en silencio. Cuando Vilhelmina ya ha quedado atrás y están en el camino hacia Sutme, notan que el cielo da la impresión de querer aclararse. Una luz suave y extraña parece mejorar la visibilidad, y adivinan el contorno de las montañas y de los lagos a su alrededor.

– Miren -dice Erik-. Parece que está aclarando.

– No aclarará hasta dentro de varias semanas -repone Simone.

– La nieve refleja la luz que atraviesa las nubes -dice Joona.

Simone apoya la frente en la ventanilla. Atraviesan bosques cubiertos de nieve a los que les suceden amplias zonas de monte bajo, oscuros pantanos y lagos que se extienden como grandes planicies. Pasan junto a paneles informativos en los que se leen nombres como Jetneme, Trollklinten y el extenso arroyo de Långseleån. En la penumbra, adivinan un hermoso lago de orillas escarpadas, frías y heladas que resplandecen confusamente sobre todo por la gran luminosidad de la nieve y que según el cartel lleva por nombre Mevattnet.

Después de casi una hora y media conduciendo ya hacia el norte, ya hacia el este, el camino empieza a estrecharse y casi a inclinarse sobre el enorme lago Borgasjon. Ahora se encuentran en el municipio de Dorotea. Se acercan a la frontera con Noruega y el paisaje se cierra en altas y escarpadas montañas. De repente, un coche que circula en sentido contrario les hace luces y los deslumbra. Conducen el vehículo hacia el borde del camino y se detienen. Ven que el otro coche frena y se acerca a ellos dando marcha atrás.

– Los socorristas de montaña -dice Joona secamente cuando ve que el otro vehículo es igual que el suyo.

Joona baja la ventanilla y el viento helado se lleva todo el calor del habitáculo.

– ¿Vienen ustedes de Estocolmo? -exclama uno de los hombres desde el otro coche con un fuerte acento finlandés.

– Así es -contesta Joona en finlandés-. Los malditos capitalinos.

Ríen un momento y luego Joona prosigue hablando en sueco:

– ¿Han ido a la casa? No podían establecer contacto con ustedes.

– No llegan las ondas de radio -explica el hombre-. De todos modos, ha sido un derroche de combustible. Allí no hay nada.

– ¿Nada? ¿Ninguna huella alrededor de la casa?

El hombre niega con la cabeza.

– Verificamos las distintas capas de nieve.

– ¿Qué? -exclama Erik.

– Ha nevado cinco veces desde el día 12, así que hemos buscado huellas en cinco capas de nieve.

– Buen trabajo -dice Joona.

– Por eso hemos tardado tanto.

– Pero ¿nadie ha estado allí? -pregunta Simone.

El hombre niega con la cabeza.

– No desde el 12, como ya he dicho.

– Maldita sea -dice Joona en voz baja.

– ¿Regresarán con nosotros? -pregunta el hombre.

– Venimos de Estocolmo -dice Joona negando con la cabeza-, no vamos a volver ahora.

El hombre se encoge de hombros.

– Bien, como quieran.

Se despiden y se pierden en dirección al oeste.

– ¿Que no llega la señal de radio?… -murmura Simone-. Pero Jussi llamó desde la casa.

Siguen viajando en silencio. Simone piensa lo mismo que los demás: que ese viaje puede ser un error fatal, que quizá los engañaron para que acudieran al sitio equivocado, en dirección a un mundo de cristal hecho de nieve y hielo rodeado de pantanos y oscuridad, mientras Benjamín está en cualquier otra parte, sin protección, sin su medicación, quizá hasta sin vida.

Es mediodía. Pero tan al norte, en lo profundo de los bosques de Västerbotten, el día y la noche se parecen en esa época del año. Es una noche compacta que no deja pasar la luz, una noche tan formidable y poderosa que logra eclipsar el alba desde diciembre hasta enero.

Llegan a la casa de Jussi en medio de una oscuridad densa y pesada. El aire está helado y quieto mientras caminan el último trecho sobre la dura capa de nieve. Joona saca su arma. Piensa que ha pasado mucho tiempo desde que vio nieve de verdad y sintió la sensación de sequedad en la nariz producida por el frío intenso.

Hay tres casas dispuestas en forma de U. La nieve ha formado una envoltura curva sobre el tejado y se ha apilado contra las paredes hasta alcanzar las pequeñas ventanas. Erik mira a su alrededor. Los haces de luz paralelos del vehículo de los socorristas de montaña se distinguen claramente, como así también la gran cantidad de huellas en torno a las construcciones.