– Dios mío -suspira Simone apresurándose.
– Espere -dice Joona.
– No hay nadie aquí, la casa está vacía. Hemos…
– Parece vacía… -la interrumpe Joona-. Eso es lo único que sabemos.
Simone espera tiritando mientras Joona camina sobre la capa de nieve en dirección a la casa. Se detiene junto a una de las pequeñas ventanas, se inclina hacia adelante y ve una caja de madera y algunas alfombras hechas de retazos en el suelo. Las sillas están colocadas boca abajo sobre la mesa y el frigorífico tiene la puerta abierta y está limpio y desconectado.
Simone mira a Erik, que de repente comienza a comportarse en forma extraña. Camina en círculos por la nieve con movimientos irregulares, se pasa la mano por la boca, se detiene en medio del jardín y mira en derredor varias veces. Ella está a punto de preguntarle qué ocurre cuando él explica en voz alta y clara:
– No es aquí.
– No hay nadie -exclama Joona, cansado.
– Me refiero… -dice Erik con un tono extraño, casi un chillido-. Me refiero a que éste no es el caserón.
– ¿Qué dice?
– No es la cabaña correcta. El caserón de Jussi es de color verde claro, le he oído describirlo. Hay una despensa a la entrada, el tejado está hecho de chapa y clavos oxidados, hay una antena parabólica cerca del caballete y el jardín está repleto de coches, autobuses y tractores viejos…
Joona hace un movimiento con la mano:
– Es su dirección, está registrado aquí.
– Pero el lugar no es el correcto.
Erik da varios pasos frente a la casa. Luego mira seriamente a Simone y a Joona y dice, empecinado:
– Éste no es el caserón.
Joona maldice y saca su teléfono móvil, pero maldice aún más cuando recuerda que allí no hay cobertura.
– Es muy poco probable que hallemos alguien a quien preguntar, así que tendremos que conducir hasta volver a tener señal -dice mientras suben al coche.
Retroceden en dirección a la entrada y están a punto de salir a la carretera cuando Simone ve una figura oscura entre los árboles. Está de pie y los mira, totalmente rígida y con los brazos colgando a los lados.
– ¡Allí! -exclama-. He visto a alguien allí.
El lindero del bosque se ve oscuro y frondoso. Hay nieve amontonada entre los troncos. Los árboles tienen un aspecto pesado y recargado. Simone baja del coche y oye a Joona gritarle que espere. Los faros se reflejan en las ventanas de la casa. Simone intenta atisbar entre los árboles. Erik la alcanza.
– He visto a una persona -gime ella.
Joona baja a su vez del coche, desenfunda precipitadamente el arma y los sigue. Simone camina con rapidez hacia el lindero del bosque. Vuelve a ver al hombre entre los árboles, un poco más allá.
– ¡Hola! ¡Espere! -exclama.
Corre algunos pasos pero se detiene cuando sus miradas se cruzan. Es un anciano de rostro calmo y surcado de arrugas. Es de muy baja estatura, apenas le llega al pecho, y lleva puesto un grueso anorak y un par de pantalones que parecen hechos de piel de reno. Lleva al hombro varias perdices muertas atadas a una cuerda.
– Disculpe las molestias -dice Simone.
Él responde algo que ella no entiende, luego baja la mirada y murmura. Erik y Joona se aproximan con cautela. Joona ha vuelto a guardar el arma en su chaqueta.
– Parece que habla finlandés -dice Simone.
– Espere -dice Joona dirigiéndose al hombre.
Erik oye que el comisario se presenta, señala el coche y luego pronuncia el nombre de Jussi; habla finlandés en un tono tranquilo y pausado. El anciano asiente lentamente y enciende su estrecha pipa. Luego se queda con el rostro vuelto hacia arriba, como si quisiera divisar algo. Da un par de caladas a su pipa, pregunta algo con una voz melodiosa y escucha la respuesta de Joona. De inmediato niega con la cabeza, excusándose, y luego mira a Erik y a Simone con expresión compasiva. A continuación le ofrece la pipa a Erik, que tiene la suficiente presencia de ánimo para cogerla, fumar y devolvérsela. El tabaco es fuerte y amargo, y se obliga a no toser ni aclararse la garganta.
El lapón vuelve a abrir la boca. Simone ve un brillo dorado entre los dientes negros y lo oye explicarle algo detenidamente a Joona. Corta una pequeña rama de un árbol y dibuja algunos trazos en la nieve. Joona se inclina hacia el croquis, señala y hace preguntas. Saca un bloc de su bolsillo interior y dibuja. Simone susurra «gracias» cuando regresan al coche. El pequeño hombre se vuelve, se dirige hacia el bosque y se pierde en un sendero entre los árboles.
Regresan apresuradamente al vehículo. Las puertas han quedado abiertas y los asientos están tan fríos que les queman la espalda y los muslos.
Joona le tiende a Erik el papel donde ha apuntado las indicaciones del anciano.
– Hablaba en dialecto sami ume, así que no lo he entendido todo. Ha hecho referencia a los terrenos de la familia Kroik.
– Pero ¿conocía a Jussi?
– Sí. Si he entendido bien, Jussi tiene también otra casa, una cabaña de caza que está en el interior del bosque. Veremos un lago a la izquierda. Debemos conducir hasta un sitio donde se han alzado tres grandes piedras en memoria del viejo campamento estival de los lapones. A continuación, la tierra ya no está aplanada. Desde allí debemos seguir a pie hacia el norte sobre la capa de nieve hasta divisar una vieja caravana.
Joona mira con gesto irónico a Simone y a Erik y agrega:
– El anciano ha dicho también que si el hielo del lago Djuptjärn se resquebraja a causa de nuestras pisadas es que nos hemos pasado de largo.
Después de cuarenta minutos, disminuyen la velocidad y se detienen frente a las tres piedras que el municipio de Dorotea mandó tallar y colocar allí. Los faros hacen que todo se vea gris y rodeado de sombras. Las piedras brillan durante unos segundos y luego vuelven a desaparecer en la oscuridad.
Joona deja el coche en el lindero del bosque. Dice que quizá debería cortar algunas ramas y camuflarlo, pero no hay tiempo. Echa un breve vistazo al cielo estrellado y luego echa a andar de prisa. Los demás lo siguen. La dura capa de nieve reposa como una placa pesada y rígida sobre el cúmulo de nieve porosa más abajo. Avanzan con todo el sigilo del que son capaces. Las indicaciones del anciano coinciden: tras medio kilómetro ven una caravana oxidada bajo la nieve. Se apartan del sendero y ven que hay pisadas en el nuevo camino. Más abajo divisan una casa rodeada de nieve. Sale humo de la chimenea. Por la luz que irradian las ventanas, las paredes exteriores parecen ser de un color verde menta.
Erik piensa que ésa es la casa de Jussi. Ése es el caserón.
En el amplio jardín se vislumbran grandes formas oscuras. La zona de aparcamiento cubierta de nieve parece un extraño laberinto.
Se aproximan lentamente a la casa con la nieve crujiendo bajo sus pies. Caminan por los estrechos pasos entre los coches destartalados, autobuses, cosechadoras, arados y motos cubiertas de nieve.
Ven una figura que pasa de repente tras la ventana de la cabaña. Algo ocurre allí dentro, los movimientos son rápidos. Erik no puede esperar más y echa a correr en dirección a la casa. No le importan las consecuencias, debe encontrar a Benjamin, todo lo demás no tiene importancia. Simone lo sigue jadeando. Caminan sobre la gruesa capa de nieve y se detienen al borde de un sendero del que han retirado la nieve suelta.
Frente a la casa hay una pala y un pequeño trineo de aluminio. Se oye un grito sofocado, ruidos sordos que se agitan rápidamente. Alguien se asoma a la ventana. Se parte una rama en el lindero del bosque. La puerta de la leñera golpea. Simone respira agitada mientras siguen acercándose a la casa. La persona que estaba en la ventana se ha ido. El viento ulula en las copas de los árboles y la nieve suelta se arremolina sobre la dura capa de hielo. De repente se abre la puerta y un haz de luz los deslumbra; alguien los está enfocando con una potente linterna. Entornan los ojos y se hacen sombra con las manos para poder ver.