Erik piensa que el frío está protegiendo a su hijo, que la temperatura bajo cero disminuye la corporal en una décima parte, suficiente para que la sangre de Benjamín corra con más lentitud. Quizá pueda salvarse a pesar de haber sido herido.
Hay una pronunciada pendiente en el terreno detrás de la casa. Erik tropieza y vuelve a ponerse de pie. Las arboledas y las colinas están cubiertas de nieve. El autobús es una sombra a lo lejos, una silueta rodeada por una luz borrosa.
Se pregunta si Lydia intentará conducir rodeando la pequeña laguna hasta el viejo camino de troncos. En cambio, ve que el autobús se detiene de pronto y gira en dirección al hielo. Erik le grita que se detenga.
Una cuerda suelta se enrolla en el muelle y arranca la lona del techo del autobús.
Erik se aproxima a la orilla, percibe el olor a diesel. El autobús ya ha avanzado veinte metros sobre el lago. Resbala en la pendiente, está sin aliento, pero sigue corriendo.
De repente, el autobús se detiene. Presa del pánico, Erik ve que los pilotos rojos de la parte trasera se dirigen hacia arriba, como si alzaran la vista lentamente.
El hielo cruje con un formidable ruido sordo. Él se detiene a la orilla del lago e intenta ver algo, pero entiende que el hielo ha cedido, que el autobús lo ha atravesado. Las ruedas giran hacia atrás, aunque sólo consiguen agrandar más el agujero en el hielo.
Erik coge entonces un salvavidas del muelle y echa a correr por el hielo con el corazón galopando en el pecho. La luz en el interior del autobús que aún flota lo hace brillar como un fanal helado. Se oye un ruido, grandes pedazos de hielo se desprenden y giran en las negras aguas.
Erik cree distinguir un pálido rostro en el agua que se agita detrás del autobús.
– ¡Benjamin! -grita.
El fuerte oleaje hace que el hielo se torne resbaladizo. Se apresura a agarrar la cuerda sujeta al salvavidas, la ata en torno a su cintura y la anuda firmemente para no perderlo. Arroja el salvavidas pero ya no ve a nadie. El motor montado al frente sigue tronando. La luz roja de los faros posteriores se extiende sobre el hielo fangoso.
La parte delantera del autobús se hunde aún más profundamente, de modo que ya sólo se ve el techo. Los faros quedan bajo el agua, el motor ya no se oye. Todo queda prácticamente en silencio. El hielo cruje y el agua burbujea. De repente, Erik ve que tanto Benjamin como Lydia se encuentran en el interior del autobús. El suelo se inclina y ellos se mueven hacia atrás. Benjamin se aferra a una barra de sujeción. A la altura del asiento del conductor, el techo está casi al nivel del hielo. Erik se acerca apresuradamente y salta sobre el autobús. El gran vehículo se mece debajo de él. En la distancia oye que Simone grita algo, ha llegado a la orilla. Erik se arrastra hasta la ventana del techo, se yergue y la rompe de una patada. Esquirlas de vidrio caen sobre los asientos y el suelo. En lo único que puede pensar es en sacar a Benjamin del autobús que se hunde. Entra en el vehículo colgándose del techo, logra apoyar los pies en el respaldo de un asiento y desciende. Benjamin parece aterrorizado. Sólo lleva puesto un pijama, le sale sangre de la nariz y de una pequeña herida en la mejilla.
– Papá -susurra.
Erik busca a Lydia con la mirada. Está de pie al final del pasillo, con una expresión taciturna. Sostiene la escopeta y tiene sangre en la boca. El asiento del conductor está ya bajo el agua. El autobús sigue hundiéndose y el suelo se inclina cada vez más. Entra agua a través de las puertas centrales.
– ¡Debemos salir de aquí! -exclama Erik.
Lydia sólo niega lentamente con la cabeza.
– Benjamin -dice Erik sin apartar la mirada de ella-. Súbete encima de mí y sal por la ventana del techo.
El chico no contesta, pero hace lo que Erik le dice. Se acerca inseguro, trepa a un asiento y sube sobre los hombros de su padre. Cuando alcanza la abertura del techo, Lydia alza el fusil y dispara. Erik no siente nada, sólo un golpe tan fuerte en el hombro que lo hace caer. Nada más incorporarse de nuevo, nota el dolor y la sangre caliente que mana. Benjamin está colgado de la abertura. Erik se acerca a él y lo ayuda a trepar con el brazo que no ha resultado herido, a pesar de que ve a Lydia apuntarle de nuevo con el arma. Benjamin ya se encuentra sobre el techo cuando oye el segundo disparo. Lydia falla. La bala pasa junto a la cadera de Erik e impacta en el gran cristal de una ventanilla que está junto a él. El agua helada entra con furia en el habitáculo y a continuación todo sucede muy de prisa. Erik intenta alcanzar la ventana del techo, pero el autobús gira hacia un lado y él cae bajo el agua.
El violento impacto del frío hace que pierda la conciencia durante unos segundos. Sacude las piernas presa del pánico, sale a la superficie y se llena los pulmones de aire mientras el autobús empieza a hundirse lentamente en las negras aguas con un ruido metálico. El vehículo da un bandazo, Erik se golpea la cabeza y se encuentra nuevamente bajo el agua. Ésta truena en sus oídos y un frío indescriptible lo rodea mientras a través del parabrisas ve la luz de los faros sumergirse en el lago. El corazón galopa en su pecho, siente una fuerte presión en el rostro y en la cabeza. El agua fría lo anestesia de una forma tan poderosa que ya no consigue moverse. Ve a Lydia bajo el agua, aferrada a una barra con la espalda vuelta hacia los asientos traseros. Mira la abertura del techo y la ventana rota y sabe que el autobús va a hundirse por completo. Sabe que debe salir a nado, que debe luchar y darse prisa, pero sus brazos no reaccionan. Casi no siente la gravedad, no tiene sensibilidad en las piernas, intenta moverse y le resulta difícil sincronizar los movimientos.
Erik se ve ahora rodeado por una nube de sangre que mana de la herida en su hombro. De repente su mirada se cruza con la de Lydia. Ella lo mira tranquilamente a los ojos y luego ambos se quedan quietos en el agua helada observándose el uno al otro.
El cabello de ella ondea en el agua y pequeñas burbujas de aire forman una sarta de perlas que sale de su nariz.
Erik necesita respirar, nota una fuerte tirantez en la garganta, pero se resiste a la lucha de sus pulmones por inhalar en busca de oxígeno. Las sienes parecen latir y titilar con una luz blanca en su cabeza. Su temperatura corporal es tan baja que está a punto de perder la conciencia. Nota un zumbido en los oídos, fuerte y oscilante.
Piensa en Simone, en que Benjamín va a salvarse. Parece un sueño poder liberarse en el agua helada. Con una extraña claridad, advierte que ha llegado su hora y nota una punzada de angustia en el estómago.
Ha perdido la orientación y la noción de su propio cuerpo, de la luz y de la oscuridad. De pronto siente que el agua está tibia, casi caliente. Piensa que muy pronto tendrá que abrir la boca y rendirse, simplemente dejar que el final se acerque y los pulmones se llenen de agua. Nuevos y extraños pensamientos lo persiguen cuando de repente ocurre algo. Nota un tirón en la cuerda que tiene atada a la cintura. Había olvidado que llevaba la larga cuerda del salvavidas sujeta alrededor de su cuerpo. Ahora se ha atascado en algún lugar. Erik es arrastrado hacia un lado, no puede evitarlo, ya no le quedan fuerzas. Inexorablemente, su cuerpo laxo es arrastrado hacia un poste y luego en diagonal hacia la ventana del techo del autobús. La parte posterior de su cabeza golpea contra algo, se le sale un zapato y luego se encuentra fuera del vehículo, en las negras aguas. Flota, ve que el autobús sigue sumergiéndose hacia las profundidades sin él, y adivina la figura de Lydia en la brillante caja que silenciosamente cae hacia el fondo del lago.
Capítulo 54
Jueves 24 de diciembre
Simone, Erik y Benjamín entran en una Estocolmo gris bajo el cielo que ya ha oscurecido. El aire es pesado y una niebla casi púrpura envuelve la ciudad. Por todas partes resplandecen las alegres guirnaldas de luces de los árboles de Navidad colocados en los balcones. De las ventanas cuelgan estrellas de adviento y en los escaparates hay duendes entre las brillantes decoraciones.