– No sabía que seguía con vida -suspiró Benjamín.
Luego oyó cómo Marek los amenazaba y vio la llave en el encendido del autobús. Sin pensar en lo que hacía, trató de arrancar el vehículo, vio que los faros se encendían y oyó el ronco y furioso bramido del motor cuando se dirigió hacia el lugar donde creía que se encontraba Marek.
Benjamín guardó silencio y unas grandes lágrimas quedaron colgando de sus pestañas.
Tras pasar dos días en el hospital de Umeä, el chico estuvo lo suficientemente fuerte como para caminar otra vez, y acompañó a Erik y a Simone a saludar a Joona Linna, que se hallaba en el pabellón postoperatorio. Las tijeras con las que Marek lo había atacado le habían lastimado bastante el muslo, pero con tres semanas de descanso era probable que se recuperara por completo. Al entrar en la habitación vieron a una hermosa mujer con una trenza rubia sobre el hombro sentada a su lado leyendo un libro en voz alta. Dijo que su nombre era Disa, y explicó que era una vieja amiga del comisario.
– Tenemos un círculo de lectura, así que debo ocuparme de que no se retrase -aclaró con su acento finlandés mientras dejaba el libro a un lado.
Simone vio que estaba leyendo Al Faro, de Virginia Woolf.
– Los socorristas de montaña me han prestado un pequeño apartamento. -Sonrió Disa.
– La policía los escoltará de vuelta desde Arlanda -informó Joona a Erik más tarde.
Pero tanto Simone como él rechazaron el ofrecimiento; sentían que necesitaban estar a solas con su hijo, no ver a más policías. Cuando Benjamín fue dado de alta después del cuarto día, Simone reservó inmediatamente tres pasajes de avión para regresar a casa y luego fue a por café. Pero encontró que por primera vez la cafetería del hospital estaba cerrada. En la sala de espera sólo había una jarra con zumo de manzana y algunas galletas. Salió a la calle para buscar un café en alguna parte, pero todo parecía extrañamente desierto y cerrado. Una apacible calma bañaba la ciudad. Se detuvo frente a las vías del ferrocarril. Se quedó allí parada, simplemente siguiendo con la mirada los raíles brillantes, la nieve sobre las traviesas y el andén. A lo lejos, adivinó en la oscuridad el ancho río Ume, con sus blancas franjas de hielo en la superficie y el agua negra y resplandeciente.
Y en ese preciso instante, algo empezó a relajarse en su interior. Pensó que todo había terminado, que habían recuperado a Benjamín.
Tras aterrizar en el aeropuerto de Arlanda, vieron que la escolta policial solicitada por Joona Linna los esperaba entre una decena de pacientes periodistas con sus cámaras y sus micrófonos en ristre. Sin decir una palabra, decidieron salir por otra puerta, sortearon el gentío y detuvieron un taxi.
Ahora dudan parados frente al hotel Birger Jarl de Estocolmo y luego echan a andar por la calle Tulegatan, continúan por Odengatan, se detienen en la esquina de Sveavägen y miran a su alrededor. Benjamín lleva puesto un chándal demasiado grande que le dieron en la sección de objetos perdidos de la policía, una capucha -artesanía sami para turistas- que Simone le compró en el aeropuerto y un par de mitones ajustados. La zona de Vasastan está desierta. Todo parece estar cerrado. La estación del metro, las paradas de autobús, los oscuros restaurantes que descansan en el silencio.
Erik mira su reloj. Son las cuatro de la tarde. Una mujer camina apresurada por la calle Odengatan con una gran bolsa en las manos.
– Es Nochebuena -dice de repente Simone cayendo en la cuenta-. Hoy es Nochebuena.
Benjamín la mira sorprendido.
– Eso explica por qué todo el mundo repite constantemente «Feliz Navidad». -Erik sonríe.
– ¿Qué vamos a hacer? -pregunta Benjamín.
– Se admiten sugerencias -dice Erik.
– ¿Pedimos el menú navideño de McDonald's? -propone Simone.
En ese instante empieza a llover. Una lluvia fina y helada cae sobre ellos cuando apuran el paso en dirección al restaurante, que está un poco más allá del parque Observatorielunden. Es un local deslucido y bajo que se apretuja contra el suelo del edificio ocre de la biblioteca. Tras el mostrador hay una mujer de unos sesenta años. No ven a otros clientes en la hamburguesería.
– Me gustaría tomar una copa de vino -dice Simone-. Pero supongo que no será posible.
– Un batido -dice Erik.
– ¿Vainilla, fresa o chocolate? -pregunta agriamente la mujer.
Simone parece a punto de sufrir un ataque de risa, pero se contiene y dice esforzándose por mantenerse seria:
– Fresa, pediré el de fresa.
– Yo también -agrega Benjamín.
La mujer teclea el pedido con movimientos breves y bruscos.
– ¿Es todo? -pregunta.
– Pide un poco de cada cosa -le dice Simone a Erik-. Mientras tanto iremos a sentarnos.
Camina con Benjamín entre las mesas vacías.
– Junto a la ventana -le susurra sonriente.
Luego se sienta junto a su hijo, lo abraza y nota que las lágrimas le corren por las mejillas. Fuera ve la larga fuente mal ubicada. Como de costumbre, no tiene agua y está llena de desperdicios. Un chico solitario pasa con su monopatín entre los pedazos de hielo y se oye un fuerte arañazo. En un banco, cerca del teleférico que está más allá del parque infantil situado tras la escuela de negocios, está sentada una mujer. Junto a ella hay un carrito de la compra vacío. El teleférico se mece con el fuerte viento.
– ¿Tienes frío? -pregunta Simone.
Benjamín no responde. Sólo aproxima su rostro al de ella, se queda allí y deja que lo bese en la cabeza una y otra vez.
Erik deposita en silencio una bandeja delante de ellos y va a coger otra antes de sentarse a acomodar las cajas, los paquetes envueltos en papel y los vasos de cartón sobre la mesa.
– Qué bien -dice Benjamín incorporándose.
Erik le tiende un juguete que regalan con el Happy Meal.
– Feliz Navidad -dice.
– Gracias, papá -Benjamín sonríe y luego mira el envoltorio de plástico.
Simone contempla a su hijo. Ha adelgazado terriblemente, pero piensa que hay algo más. Es como si aún tuviera un enorme peso encima de él, algo que tira de sus pensamientos, que lo abruma y lo acosa. Parece estar en otra parte, es como si mirara hacia adentro, como si viera el reflejo de una ventana oscura.
Cuando ve a Erik extender el brazo y palmear la mejilla de su hijo rompe a llorar nuevamente. Vuelve la cabeza y les da la espalda, se disculpa en un susurro y entonces ve una bolsa de plástico que sale volando de una papelera y se aplasta contra el cristal de la ventana.
– ¿Comemos un poco? -sugiere Erik.
Benjamín está desenvolviendo una hamburguesa doble cuando suena el teléfono móvil de Erik. En la pantalla ve que se trata del número de Joona.
– Feliz Navidad, Joona -dice al contestar.
– Erik -responde Joona al otro lado de la línea-. ¿Ya están en Estocolmo?
– Estamos a punto de comenzar la cena de Navidad.
– ¿Recuerda que le dije que encontraríamos a su hijo?