– Sí, lo recuerdo.
– Usted lo dudó alguna que otra vez cuando…
– Sí -asiente Erik.
– Pero yo estaba convencido de que todo saldría bien -continúa Joona con su serio acento finlandés.
– Yo no.
– Lo sé, lo noté -dice Joona-. Por eso hay algo que debo decirle.
– ¿Sí?
– ¿Qué le había dicho?
– ¿Cómo?
– Yo tenía razón, ¿no?
– Sí -contesta Erik.
– Feliz Navidad -dice Joona antes de colgar.
Erik mira sorprendido hacia adelante y luego dirige la mirada hacia Simone. Observa su piel clara y sus carnosos labios. Las arrugas causadas por la preocupación se han vuelto más profundas alrededor de los ojos en los últimos tiempos. Ella le sonríe y luego ambos desvían la mirada hacia Benjamín.
Erik observa a su hijo durante largo rato. Le duele la garganta por el llanto contenido. Benjamin está sentado muy serio comiendo sus patatas fritas. Se ha perdido en algún pensamiento. Tiene la mirada vacía, está atrapado en los recuerdos y el abismo que los separa. Erik extiende el brazo, aprieta los dedos de su hijo y ve que él alza la mirada.
– Feliz Navidad, papá -dice Benjamín sonriendo-. Toma, coge algunas patatas fritas si quieres.
– ¿Qué tal si cogemos la comida y nos la llevamos a casa del abuelo? -sugiere Erik.
– ¿Lo dices en serio? -pregunta Simone.
– ¿Acaso es divertido estar ingresado en un hospital?
Simone le sonríe y llama de inmediato un taxi. Benjamin se acerca a la mujer de la caja y le pide una bolsa para llevar la comida.
Una vez en el taxi, pasan lentamente frente a Odenplan. Erik ve a su familia reflejada en la ventanilla y, al mismo tiempo el enorme abeto decorado de la plaza. Como en un corro, se deslizan por delante del árbol que se extiende generoso, con sus cientos de pequeñas luces encendidas serpenteando hacia la estrella que resplandece en lo alto.
Lars Kepler