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Está tumbado boca arriba en la cama, la boca fuertemente cerrada, el abdomen se mueve arriba y abajo rápidamente y los dedos a veces se sacuden espasmódicamente.

Tiene una nueva vía en el otro brazo. La enfermera prepara una dosis de morfina. El ritmo del gota a gota se ha reducido ligeramente.

– Estaba en lo cierto al pensar que el asesino había empezado el trabajo en el polideportivo -dice Joona-. Primero mató al padre, Anders Ek, luego fue a la casa y se ensañó con Lisa, la hija pequeña, creyó que había matado también al chico y a continuación acabó con la madre, Katja.

– ¿El patólogo lo ha confirmado?

– Sí -asiente Joona.

– Comprendo.

– Así que, si la intención del asesino era eliminar a toda la familia-continúa Joona-, sólo queda la hija mayor, Evelyn.

– Si no se ha enterado de que el chico aún vive… -dice Erik.

– Sí, pero le daremos protección.

– Ya.

– Tenemos que encontrar al agresor antes de que sea demasiado tarde -dice Joona-. Necesito conocer lo que sabe el chico.

– Mi obligación es velar por el bienestar del paciente.

– Quizá ahora lo mejor para él sea no perder a su hermana.

– Soy consciente de ello. Veré al chico una vez más -dice Erik-, aunque en realidad estoy seguro de que aún es demasiado pronto.

– Vale -contesta Joona.

Daniella se acerca entonces con un abrigo fino de color rojo. Camina a paso rápido, dice que tiene prisa y le entrega un historial a Erik.

– Creo que el paciente se despertará pronto -dice él dirigiéndose a Joona-. Puede ser cuestión de unas horas, lo suficiente como para que se pueda hablar con él. Pero después de eso…, debe comprender que tenemos ante nosotros un proceso terapéutico largo. Un interrogatorio podría empeorar el estado del chico, de manera que…

– Erik, nuestra opinión no cuenta para nada -lo interrumpe Daniella-. El fiscal ya ha dictaminado que hay motivos suficientes para ello.

Erik se vuelve y mira inquisitivo a Joona.

– ¿Así que no necesita nuestra aprobación? -pregunta.

– No -contesta Joona.

– Entonces, ¿a qué espera?

– Creo que Josef ya ha sufrido más de lo que nadie debería sufrir -contesta Joona-. No quiero exponerlo a algo que pueda perjudicarlo, pero al mismo tiempo tengo que encontrar a su hermana antes de que lo haga el asesino. Probablemente el chico vio al agresor. Si no me ayuda a hablar con él, lo haré como suele hacerse, pero es obvio que prefiero hacerlo de la mejor manera.

– ¿Qué manera es ésa? -pregunta Erik.

– Hipnotismo -contesta Joona.

Erik lo mira y luego dice lentamente:

– Ni siquiera tengo autorización para hipnotizar…

– He hablado con Annika -dice Daniella.

– ¿Qué ha dicho? -pregunta Erik, y no puede evitar sonreír.

– Difícilmente puede ser una decisión popular permitir que se hipnotice a un paciente inestable que además es menor de edad, pero como yo respondo por el chico, ella me ha permitido realizar la evaluación.

– De verdad que quiero evitar todo esto -dice Erik.

– ¿Por qué? -inquiere Joona.

– No pienso hablar de ello, pero me prometí a mí mismo que no volvería a hipnotizar; es una decisión que tomé, y aún hoy creo que fue la correcta.

– ¿Es lo correcto en este caso? -pregunta Joona.

– La verdad es que no lo sé.

– Haz una excepción -dice Daniella.

– Así que hipnotismo… -suspira Erik.

– Quiero que hagas un intento tan pronto como evalúes que el paciente está mínimamente receptivo para ello -dice Daniella.

– Sería bueno que tú estuvieras presente -repone él.

– He tomado la decisión de emplear el hipnotismo con la condición de que tú asumas la responsabilidad del paciente -explica ella.

– ¿Así que estoy solo?

Daniella lo mira con rostro cansado.

– He trabajado toda la noche -dice-, había prometido llevar a Tindra al colegio, me enfrentaré a ese conflicto esta noche, pero ahora la verdad es que tengo que irme a casa a dormir.

Erik la ve alejarse por el pasillo. El abrigo rojo ondea tras ella. Joona mira al paciente. Erik va al baño, echa el cerrojo, se lava la cara, coge unas cuantas toallas de papel sin doblar y se seca la frente y las mejillas. Saca su teléfono y llama a Simone, pero ella no contesta. Prueba con el número de casa, escucha los tonos y el mensaje de saludo del contestador. Cuando suena el pitido porque ha empezado la grabación, no sabe qué decir:

– Sixan, yo…, tienes que escucharme. No sé qué es lo que crees pero no ha pasado nada. Quizá no te importe, pero te prometo que encontraré la forma de demostrarte que yo…

Erik se interrumpe, sabe que sus palabras ya no tienen ningún significado. Hace diez años le mintió y aún no ha conseguido demostrar su amor, de ninguna manera, no lo suficiente como para que ella haya empezado a confiar de nuevo en él. Corta la llamada y sale del baño. Luego se dirige hasta la puerta con la ventana de cristal, donde el comisario de la judicial está mirando hacia el interior.

– Realmente ¿qué es la hipnosis? -pregunta Joona después de un rato.

– Se trata sólo de un estado de conciencia alterado, relacionado con la sugestión y la meditación -contesta Erik.

– Vale -dice Joona, dubitativo.

– Cuando hablamos de hipnotismo, en realidad nos estamos refiriendo al heterohipnotismo, en el que una persona hipnotiza a otra con un fin.

– ¿Como…?

– Como evocar alucinaciones negativas.

– ¿Qué es eso?

– Lo más habitual es reprimir aspectos conscientes del dolor.

– Pero el dolor permanece.

– Depende de lo que se entienda por dolor -contesta Erik-. El paciente por supuesto responde con reacciones fisiológicas al estimular el dolor, pero no lo sufre; incluso se pueden realizar operaciones quirúrgicas bajo hipnosis clínica. -Joona escribe algo en su bloc de notas-. Desde un punto de vista puramente neurofisiológico -continúa Erik-, el cerebro funciona de una forma especial durante la hipnosis. Partes del cerebro que apenas usamos se activan de repente. Una persona hipnotizada está profundamente relajada, parece casi dormida, pero si se le hace un encefalograma, la actividad cerebral muestra a una persona despierta y atenta.

– El chico abre los ojos de vez en cuando -dice Joona, y mira por la ventana de la puerta.

– Lo he visto, sí.

– ¿Qué pasará? -pregunta el comisario.

– ¿Con el paciente?

– Sí, cuando usted lo hipnotice.

– En el caso de la hipnosis dinámica, es decir, en un entorno terapéutico, el paciente casi siempre se coloca a sí mismo en una posición de yo observante y uno o varios yoes que experimentan y actúan.

– ¿Se ve a sí mismo como en un teatro?

– Si.

– ¿Qué le dirá?

– Lo primero y principal que tengo que hacer es que se sienta seguro; le han pasado cosas terribles, así que empezaré explicándole mi objetivo y luego pasaré a la relajación. Normalmente le digo al paciente de forma relajante que los párpados se le vuelven más pesados, que quiere cerrar los ojos, que respire profundamente por la nariz, repaso todo el cuerpo de arriba abajo y vuelta arriba. -Erik aguarda mientras Joona escribe-. Después viene lo que se llama inducción -continúa-. Incluyo una serie de instrucciones ocultas en mis palabras y hago que el paciente se imagine lugares y sucesos sencillos, realizo una sugestión acerca de un paseo imaginario más y más lejos, hasta que casi desaparezca la necesidad de controlar la situación. Es un poco como cuando uno lee un libro que resulta tan emocionante que finalmente ya no es consciente de que está sentado leyendo.

– Comprendo.

– Si se levanta la mano del paciente en el aire y luego se suelta, la mano se queda levantada, cataléptica, una vez la inducción ha finalizado -explica Erik-. Después cuento hacia atrás y profundizo aún más en la hipnosis. Yo suelo contar, otros hacen que el paciente vea una escala de grises para disolver los límites de los pensamientos. Lo que sucede en la práctica es que en realidad se dejan fuera de juego el miedo o el pensamiento crítico que bloquea ciertos recuerdos.