– ¿Conseguirá hipnotizarlo?
– Si no se resiste, sí.
– ¿Qué sucede en ese caso? -pregunta Joona-. ¿Qué pasa si se resiste?
Erik no contesta. Observa al chico a través del cristal, intenta descifrar su rostro, su receptividad.
– Es difícil adivinar qué voy a conseguir, varía mucho según las personas y las circunstancias -explica.
– No estoy buscando que testifique, sólo necesito una pista, una señal, algo que usar.
– ¿Así que todo cuanto tengo que averiguar es quién les ha hecho esto?
– Si puede ser, un nombre, un sitio o una conexión.
– No tengo ni idea de cómo irá… -dice Erik, e inspira.
Joona entra con él, se sienta en una silla en el rincón, se quita los zapatos y se reclina hacia atrás. Erik baja la luz, acerca un taburete de acero a la cama y se sienta junto a ella. Lentamente empieza a explicarle al chico que quiere hipnotizarlo para ayudarlo a entender lo que pasó ayer.
– Josef, voy a estar aquí sentado todo el tiempo -dice con tranquilidad-. No tienes absolutamente nada que temer. Puedes sentirte completamente seguro. Estoy aquí por ti, no digas nada que no quieras decir, y tú mismo puedes dar por terminada la sesión de hipnotismo cuando quieras.
Ahora Erik comienza a percibir cuánto añoraba el proceso. El corazón le late con fuerza, pesadamente. Tiene que intentar aplacar su ansia. El procedimiento no puede forzarse, no puede acelerarse. Debe hacerlo con calma, sólo así podrá profundizar, a su propio y delicado ritmo.
Es fácil lograr que el chico esté muy relajado, el cuerpo se encuentra ya en estado de reposo y parece desear más.
Cuando Erik abre la boca y empieza la inducción es como si nunca hubiera abandonado la hipnosis: su voz es densa, neutra y calmada, las palabras le vienen con facilidad a la mente y, por supuesto, manan llenas de una calidez monótona y un tono adormecedor, descendente.
Inmediatamente percibe la gran receptividad de Josef. Es como si el chico intuitivamente se aferrase a la seguridad que le proporciona Erik. Su rostro herido se hace más pesado, los rasgos se llenan y la boca adquiere un aspecto más flácido.
– Josef…, piensa en un día de verano -dice Erik-. Todo está tranquilo, silencioso y relajado. Estás tumbado en la cubierta de un pequeño barco de madera que se balancea lentamente. El agua chapotea a tu alrededor mientras tú contemplas las pequeñas nubes que se mueven en el cielo azul.
El chico responde tan bien a la inducción que Erik se pregunta si debería frenar un poco el proceso. Sabe que los sucesos graves con frecuencia pueden aumentar la sensibilidad ante la hipnosis, que el estrés puede funcionar como un motor invertido, la frenada sucede de manera inesperadamente rápida y las revoluciones caen velozmente a cero.
– Ahora voy a contar hacia atrás, y con cada cifra que oigas te relajarás un poco más. Sentirás cómo te inunda una gran paz interior y lo agradable que resulta todo a tu alrededor. Relaja los dedos de los pies, los tobillos, las pantorrillas. Nada te molesta, todo está en calma. Lo único que necesitas oír es mi voz, las cifras que van descendiendo. Ahora te relajas aún más, tu cuerpo se vuelve aún más pesado y relajas también las rodillas, los muslos, las ingles. Siente al mismo tiempo cómo te vas hundiendo en el agua, de forma suave y agradable. Todo está tranquilo, en paz…
Erik pone la mano en el hombro del chico. Tiene la mirada fija en el abdomen y, a cada espiración suya, va contando hacia atrás.
A veces cambia el patrón lógico, pero continúa con la cuenta atrás todo el tiempo. Como en un sueño, una sensación de ligereza y de fortaleza física se apodera de Erik mientras continúa con el proceso. Cuenta y al mismo tiempo se ve a sí mismo hundiéndose en una agua totalmente transparente, rica en oxígeno. Casi se había olvidado de la sensación de mar azul, de océano. Sonriente, se sumerge junto a una enorme formación rocosa. Una falla continental que desciende a una gran profundidad. El agua centellea con pequeñas burbujas. Con una increíble sensación de placidez se desplaza ingrávido hacia abajo, a lo largo de la pared rugosa.
El chico muestra claras señales de descanso hipnótico. Una gran relajación se ha extendido por sus mejillas y su boca. Erik siempre ha pensado que las caras de los pacientes se vuelven más anchas, como más planas; menos hermosas pero frágiles, sin ninguna afectación.
Erik se hunde más aún, estira un brazo y toca la pared de la roca al pasar. El agua clara cambia lentamente de color y se vuelve rosa.
– Ahora estás completamente relajado -dice, tranquilo-. Todo está bien, muy bien.
Los ojos del chico brillan bajo los párpados entreabiertos.
– Josef…, quiero que intentes recordar lo que pasó ayer. Empezó como un lunes normal, pero por la noche alguien fue de visita a tu casa.
El chico está en silencio.
– Ahora vas a decirme qué está pasando -dice Erik.
Josef asiente mínimamente con la cabeza.
– ¿Estás en tu habitación? ¿Es eso lo que haces? ¿Estás escuchando música?
No contesta. La boca se mueve inquisitiva, buscando.
– Tu madre estaba en casa cuando llegaste del colegio -dice Erik.
Él asiente.
– ¿Por qué? ¿Lo sabes? ¿Es porque Lisa tiene fiebre?
El chico asiente y se humedece los labios.
– ¿Qué haces cuando llegas a casa del colegio, Josef?
Él susurra algo.
– No te oigo -dice Erik-. Quiero que me hables de manera que pueda oírte.
Los labios del chico se mueven y Erik se inclina hacia adelante.
– Como el fuego, igual que el fuego -susurra-. Intento parpadear. Entro en la cocina pero noto algo raro, suena un crujido entre las sillas y un fuego muy rojo se extiende por el suelo.
– ¿De dónde viene el fuego? -pregunta Erik.
– No me acuerdo, había ocurrido algo antes…
Vuelve a guardar silencio.
– Ve un poco más atrás, antes de que ese fuego estuviera en la cocina -le pide Erik.
– Hay alguien ahí -dice el chico-. Oigo que golpean la puerta.
– ¿La puerta de entrada?
– No lo sé.
El rostro de Josef se tensa de repente, gime inquieto y los dientes inferiores quedan a la vista con una mueca extraña.
– No pasa nada -dice Erik-. No pasa nada, Josef, aquí estás seguro, estás tranquilo y no sientes ninguna preocupación. Sólo estás mirando lo que pasa, no participas de ello; sólo ves cómo se desarrolla a una distancia adecuada y no es nada peligroso.
– Los pies son azul claro -susurra.
– ¿Qué dices?
– Llaman a la puerta -continúa el chico, balbuceante-. Abro pero no hay nadie, no veo a nadie. Siguen llamando. Me doy cuenta de que alguien quiere hacerme rabiar.
Respira más rápidamente, el abdomen se mueve espasmódicamente.
– ¿Qué pasa ahora? -pregunta Erik.
– Voy a la cocina y cojo pan para hacerme un bocadillo.
– ¿Comes un bocadillo?
– Pero vuelven a llamar otra vez. El ruido viene de la habitación de Lisa. La puerta está entornada y veo que su lámpara de princesa está encendida. Empujo la puerta con cuidado con el cuchillo y miro en el interior. Lisa está en su cama. Lleva las gafas puestas pero tiene los ojos cerrados y respira jadeando. Está pálida. Los brazos y las piernas están totalmente quietos. Entonces echa la cabeza hacia atrás, su cuello se tensa y empieza a patalear, cada vez más de prisa. Le digo que pare pero ella sigue, más fuerte. Le grito, pero el cuchillo ya ha empezado a clavarse. Mamá entra corriendo y tira de mí, yo me vuelvo y el cuchillo avanza, me sale solo. Cojo más cuchillos, tengo miedo de acabar, debo seguir, no es posible parar… Mamá se arrastra por la cocina, el suelo está totalmente rojo… Tengo que probar los cuchillos en todo: en mí mismo, en los muebles, en las paredes, golpeo y acuchillo, y de repente estoy cansado y me tumbo. No sé qué pasa, me duele el cuerpo por dentro y tengo sed, pero no tengo fuerzas para moverme.