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– ¿Sabes quién es Elizabeth Taylor?

– Sí -dice Simone, impaciente-. Claro que lo sé.

Él se reclina complacido hacia atrás.

– Cambiaba de amante constantemente -se queja-. Siempre tenía que ser todo cada vez mejor: anillos de diamantes, regalos, collares…

El tren aminora la marcha y Simone se da cuenta de que tiene que bajarse, ya están en Tensta. Se levanta pero él le corta el paso.

– Dame un abrazo pequeño, sólo quiero un abrazo.

Ella se excusa con serenidad, le aparta el brazo y nota una mano en el trasero. En ese mismo momento el tren se detiene, el hombre pierde el equilibrio y vuelve a sentarse pesadamente en el asiento.

– Puta -dice con toda tranquilidad tras ella.

Simone baja del tren, sale a la carrera de la estación de metro, cruza la pasarela con cubierta de plexiglás y baja la escalera. Sentados en un banco en el exterior del centro comercial hay tres hombres ebrios que hablan con voces ásperas. Simone cruza a toda prisa la entrada principal e intenta localizar de nuevo a Erik en el móvil. De la tienda de Systembolaget [4] sale un fuerte olor a vino rancio por una botella rota. Con la respiración acelerada, pasa apresuradamente por delante de los ventanales de un restaurante. Ve un bufet con maíz de lata, trozos de pepino y hojas de lechuga resecas. En medio de la plaza techada hay un gran panel que informa de los establecimientos que alberga el centro comercial. Lee hasta que encuentra lo que busca: Tensta Tatoo. Según el dibujo del plano, la tienda debe de estar en lo alto del todo. Corre en dirección a la escalera mecánica, entre madres que están de baja por maternidad, jubilados cogidos del brazo y adolescentes que hacen pellas.

En su cabeza visualiza cómo los jóvenes se agrupan alrededor de un chico que está tumbado en el suelo, cómo ella se abre paso hasta llegar allí y se da cuenta de que es Benjamín, de que la sangre no deja de manar del tatuaje ya iniciado.

Sube a grandes zancadas por la escalera mecánica. En el mismo momento en que alcanza el último piso, su mirada detecta un movimiento extraño al fondo del todo, en una zona desierta de la planta. Parece que haya alguien colgando por encima de la barandilla. Echa a andar hacia allí y, según se acerca, ve con más claridad lo que sucede: dos chicos sujetan a un tercero por encima de la barandilla. Una figura grande camina tras ellos de acá para allá mientras abre y cierra los brazos como si intentara entrar en calor.

Los rostros de los chicos están totalmente serenos mientras sujetan a una chica aterrorizada por encima del borde.

– ¿Qué hacéis? -grita Simone mientras camina hacia ellos.

No se atreve a correr, tiene miedo de que se asusten y la suelten. Es una caída de al menos diez metros hasta la plaza de la planta baja.

Ellos la han visto y fingen soltar a la chica. Simone grita, pero ellos tienen a la muchacha sujeta y luego tiran lentamente de ella hacia arriba. Uno de ellos le dirige a Simone una sonrisa extraña antes de salir corriendo. El único que se queda es el chico grandullón. La chica se sienta en cuclillas, agazapada tras la barandilla. Simone se detiene con el corazón desbocado y se inclina junto a ella.

– ¿Estás bien?

Ella niega en silencio con la cabeza.

– Tenemos que hablar con los guardias de seguridad -dice Simone.

La chica niega de nuevo con la cabeza. Le tiembla todo el cuerpo y se hace un ovillo junto a la barandilla. Simone mira al chico grandullón, rollizo, que está de pie totalmente inmóvil, observándolas. Lleva un anorak de plumas oscuro y unas gafas de sol negras.

– ¿Quién eres? -le pregunta Simone.

En lugar de contestar, él saca un mazo de cartas del bolsillo de su chaqueta y empieza a barajar, cortar y mezclar.

– ¿Quién eres? -repite Simone con voz más fuerte-. ¿Eres amigo de esos chicos?

Él ni siquiera hace un gesto.

– ¿Por qué no has hecho nada? ¡Podrían haberla matado! -Simone nota la adrenalina en el cuerpo, el pulso acelerado en las sienes-. Te he preguntado una cosa: ¿por qué no has hecho nada?

Ella lo mira fijamente. Él sigue sin contestar.

– ¡Idiota! -grita ella.

El chico empieza a alejarse lentamente. Cuando sale tras él para que no se escabulla, él tropieza y se le cae la baraja al suelo. Murmura algo para sí y huye escaleras abajo.

Simone se vuelve entonces para ocuparse de la niña, pero ve que ha desaparecido. Echa de nuevo a correr por el pasillo flanqueado de locales vacíos, con las luces apagadas, pero no ve ni a la pequeña ni a ninguno de los chicos. Continúa un poco más y, de repente, se da cuenta de que está delante del estudio de tatuajes. El escaparate está cubierto de un revestimiento negro, abollado, y hay una imagen grande del lobo Fenris. Abre la puerta y entra. La tienda parece vacía. Las paredes están cubiertas con fotografías de tatuajes. Mira a su alrededor y está a punto de volver a salir cuando oye una voz clara, sobresaltada.

– ¿Nicke? ¿Dónde estás?… Di algo.

Se abre una cortina negra y sale una chica con un teléfono móvil a la oreja. Lleva el torso desnudo. Por su cuello resbalan unas pequeñas gotas de sangre. Su rostro muestra concentración y preocupación.

– Nicke -dice la chica, serena, al teléfono-. ¿Qué ha pasado?

Tiene los pezones erectos pero no parece pensar en que está medio desnuda.

– ¿Puedo preguntarte algo? -dice Simone.

La chica sale entonces de la tienda y echa a correr. Simone la sigue hacia la puerta cuando oye a alguien tras ella.

– ¿Aida? -grita un chico con voz ansiosa.

Ella se vuelve y ve que es Benjamín.

– ¿Dónde está Nicke? -pregunta él.

– ¿Quién?

– El hermano pequeño de Aida, es retrasado mental. ¿No lo has visto ahí fuera?

– No, yo…

– Es muy grande y lleva unas gafas de sol negras.

Simone vuelve a entrar lentamente en la tienda y se sienta en una silla.

Aida regresa con su hermano. Él se queda frente a la puerta, asiente con ojos ansiosos a todo lo que ella dice y luego se limpia la nariz. La chica entra, se cubre los senos con una mano, pasa por delante de Simone y Benjamin sin mirarlos y luego desaparece tras la cortina. Simone alcanza a ver que tiene el cuello enrojecido porque se ha tatuado una rosa de color oscuro junto a una pequeña estrella de David.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Benjamin.

– He visto a unos chicos…, estaban locos, tenían a una chica agarrada por encima de la barandilla. El hermano de Aida estaba ahí mirando sin más y…

– ¿Les has dicho algo?

– Pararon cuando me acerqué, pero era como si tan sólo pensaran que era divertido.

Benjamin parece molesto, se ruboriza, aparta la mirada y busca a su alrededor como si quisiera salir corriendo.

– No me gusta que andes por aquí -dice Simone.

– Puedo hacer lo que quiera -replica él.

– Eres demasiado joven para…

– Para ya -la interrumpe él en voz baja.

– ¿Qué? ¿También piensas hacerte un tatuaje?

– No, no pienso hacérmelo.

– Me parece espantoso llevar tatuajes en el cuello y en la cara…

– Mamá -la interrumpe él.

– Es feo.

– Aida está oyendo lo que dices.

– Pero opino…

– ¿Por qué no te marchas? -la interrumpe bruscamente.

Ella lo mira, piensa que no reconoce ese tono de voz, pero en el fondo sabe que Benjamin habla cada vez más como su padre.

– Ven a casa conmigo -dice ella con tranquilidad.

– Iré si tú te vas primero -replica él.

Simone sale de la tienda y ve que Nicke está junto al escaparate oscuro con los brazos cruzados sobre el pecho. Se aproxima a él, intenta parecer amable y señala sus cartas de Pokémon.

– A todo el mundo le gusta Pikachu -dice ella.

Él asiente.

– Pero yo prefiero a Mew -continúa ella.

– Mew aprende cosas -dice él cautelosamente.

– Perdona que te haya gritado antes.

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[4] Monopolio estatal de bebidas alcohólicas en Suecia. (N. de la t.)