– Yo he pensado lo mismo -contesta Joona.
– Vale.
– He ordenado que uno de mis muchachos monte guardia frente a la puerta de su habitación.
– Probablemente sea innecesario pero… -dice Erik.
– Sí.
Tres coches se detienen en fila en el arcén bajo un poste eléctrico. Cuatro policías están charlando de pie bajo la luz blanca mientras se ponen los chalecos antibalas y señalan un mapa. La luz del sol relampaguea en el cristal de un viejo invernadero.
Joona vuelve a sentarse en el asiento del conductor y deja entrar el aire helado en el habitáculo del vehículo. Espera a que los otros suban a sus respectivos coches y, pensativo, tamborilea con los dedos de una mano sobre el volante.
De repente, en la radio de la policía suenan una serie de tonos rápidos y un intenso chisporroteo que se interrumpe bruscamente. Joona cambia de canal, comprueba que tollos los agentes del grupo están conectados e intercambia algunas palabras con cada uno antes de girar la llave en el contacto.
Los coches continúan a lo largo de un sembrado marrón v pasan frente a un bosquecillo de abedules y un silo grande y oxidado.
– Usted espere en el coche cuando lleguemos -indica el comisario en voz baja.
– Sí -responde Erik.
Unos cuervos alzan el vuelo desde el camino y se alejan volando.
– ¿Cuáles son los aspectos negativos de la hipnosis? -pregunta entonces Joona.
– ¿Qué quiere decir?
– Usted era uno de los mejores hipnotistas del mundo, pero lo dejó.
– La gente puede tener buenos motivos para mantener ciertas cosas ocultas -contesta Erik.
– Está claro pero…
– Y esos motivos son muy difíciles de juzgar bajo un estado de hipnosis.
Joona le dirige una mirada escéptica.
– ¿Por qué no me creo que fuera ésa la causa de que lo dejase?
– No quiero hablar de ello -dice Erik.
Los troncos de los árboles pasan de largo a los lados del camino. El bosque se vuelve más espeso y más oscuro más adelante. La gravilla rechina debajo del coche. Giran por un estrecho camino forestal, dejan atrás algunas casas de fin de semana más y finalmente se detienen. A lo lejos, entre los abetos, Joona ve una casa de madera marrón en un claro poco iluminado.
– Cuento con que se va a quedar usted aquí sentado… -le dice a Erik, y luego baja del vehículo.
Mientras el comisario camina hacia el acceso, donde ya están los otros policías, vuelve a pensar en Josef, el chico hipnotizado. En las palabras que salieron sin más de sus labios débiles. Un chico que ha descrito su brutal agresión con claridad distante. El recuerdo debe de haber sido diáfano para éclass="underline" los espasmos por la fiebre de la hermana pequeña, la ira arrasadora, la elección de los cuchillos, la euforia de rebasar los límites. Tras la hipnosis, las descripciones de Josef se volvieron confusas, era difícil entender lo que había querido decir, lo que comprendía en realidad, si la hermana mayor realmente lo había obligado a llevar a cabo los asesinatos.
Joona reúne a los cuatro policías a su alrededor. Sin detallar demasiado su intervención, describe la gravedad de la situación, da instrucciones sobre cuándo abrir fuego e indica que los posibles disparos deberán dirigirse a las piernas en cualquier circunstancia. Evita hablar en términos policiales y, por el contrario, explica que la persona que se encuentra en la casa probablemente no sea en absoluto agresiva.
– Os pido que actuéis con precaución para no sobresaltar a la chica -dice Joona-. Quizá esté asustada, quizá herida; sin embargo, no podéis olvidar ni por un momento que podría tratarse de una persona peligrosa.
A continuación ordena a tres de los hombres que rodeen la casa, les pide que no pisen el huerto y que se mantengan en el exterior, ya que tienen que acercarse a una distancia segura de la parte trasera.
Echan a andar por el sendero del bosque, uno de ellos se detiene un instante y se mete una pastilla de tabaco bajo la lengua. La fachada marrón chocolate de la casa está formada por paneles horizontales superpuestos. Los marcos son blancos y la puerta negra. Las ventanas están cubiertas con cortinas rosas. No se ve humo en la chimenea. En los escalones de la entrada hay una escoba y un cubo de plástico amarillo con unas piñas secas en el interior.
Joona ve que los policías se despliegan a una buena distancia de la casa, rodeándola, mientras empuñan sus armas. Una rama cruje. A lo lejos oye el eco del golpeteo de un pájaro carpintero. Joona sigue el despliegue de los policías con la mirada y al mismo tiempo se aproxima lentamente a la casa, intenta ver algo a través de la tela rosa de las cortinas. Hace una señal a Kristina Andersson, una policía recientemente licenciada con la barbilla puntiaguda, para que se detenga en el sendero. Tiene las mejillas encarnadas y asiente sin apartar la mirada de la casa. Con serenidad, muy seria, ella saca su arma reglamentaria y da unos pasos hacia un lado.
La casa está vacía, piensa Joona mientras se aproxima a los escalones de la entrada. Las tablas del suelo rechinan ligeramente bajo su peso. Cuando llama a la puerta, busca movimientos repentinos en las cortinas. Pero eso no sucede. Espera un rato y luego se queda inmóvil, le parece haber oído algo y busca con la mirada en el bosque junto a la casa, tras la maleza y los troncos. Saca su pistola, una pesada Smith & Wesson que prefiere al arma estándar de la marca Sig Sauer, le quita el seguro y comprueba los proyectiles del cargador. De repente oye un sonido en el lindero y un ciervo sale corriendo con movimientos rápidos y zigzagueantes. Kristina Andersson le sonríe, tensa, cuando él la mira. Joona señala entonces la ventana, avanza con precaución y echa un vistazo al interior de la cabaña por el lateral de la cortina.
En la oscuridad ve una mesa de bambú con una luna de cristal rayada y un sofá de pana marrón claro. En el respaldo de barras de una silla roja hay dos pares de bragas de algodón blancas secándose. En la cocina americana se ven varios paquetes de macarrones, pesto enlatado, conservas y una bolsa con manzanas. En el suelo, delante del fregadero y bajo la mesa de la cocina, relucen algunos cubiertos. Joona regresa a los escalones de la entrada y le indica con un gesto a Kristina Andersson que va a entrar, luego abre la puerta y se aparta. La agente le da el visto bueno con una seña, él mira en el interior y luego cruza el umbral.
Erik está sentado en el coche y, desde la distancia, sólo puede adivinar lo que sucede. Ve que Joona Linna entra en la casa de madera seguido de otro policía. Tras un instante, vuelve a estar fuera, en los escalones de la entrada. Tres agentes rodean la casa y se detienen ante él. Están de pie, hablando, miran un mapa, señalan el sendero y las demás cabañas. Joona parece querer mostrarles algo en el interior de la casa. Todos lo acompañan y el último cierra la puerta tras de sí para que no se escape el calor.
De repente Erik ve a alguien de pie entre los árboles, donde el suelo se inclina ya hacia el lodazal. Es una joven delgada con una escopeta en la mano, una escopeta de perdigones. Arrastra por el terreno el reluciente cañón doble cuando empieza a dirigirse hacia la casa. Erik ve que camina lenta mente sobre las matas de arándanos azules y el musgo.
Los agentes no han visto a la mujer, y ella tampoco ha tenido posibilidad de verlos. Erik marca el número de Joona.
El teléfono empieza a sonar en el coche, está en el asiento del conductor, junto a él.
La joven camina sin prisa entre los árboles con la escopeta colgando de la mano. Erik se da cuenta de que puede producirse una situación peligrosa si los policías y la chica se sorprenden mutuamente. Sale del coche, corre hacia el acceso y luego camina despacio.
– Hola -la llama.
Ella se detiene y vuelve los ojos hacia él.
– Hace mucho frío hoy -dice él en voz baja.
– ¿Qué?
– Hace frío a la sombra -dice en un tono más alto.