– Estáis pirados -suspira, y vuelve a salir.
– ¡Benjamín! -lo llama Simone.
El chico vuelve sobre sus pasos.
– Prometiste ir a recoger la comida -dice ella.
– ¿Has llamado ya?
– Estaré lista dentro de cinco minutos -responde Simone, y le da su billetera-. Sabes dónde está el tailandés, ¿verdad?
– No -suspira él.
– Ve directamente allí -dice ella.
– Para ya.
– Escucha a mamá -interviene Erik.
– Voy a recoger la comida a la vuelta de la esquina, no va a pasar nada -replica el chico, y sale al pasillo.
Simone y Erik se sonríen, oyen que se cierra la puerta y luego los pasos rápidos escaleras abajo.
Erik saca tres vasos del armario, se detiene, coge la mano de Simone y la pone contra su mejilla.
– ¿Vamos al dormitorio? -pregunta ella.
Él parece embarazosamente contento, y justo entonces suena el teléfono.
– No lo cojas -dice él.
– Puede ser Benjamín -dice ella, y se lleva el teléfono a la oreja-. Sí, Simone.
No se oye nada, sólo un sonido rasgante, quizá de una cremallera que se abre.
– ¿Hola?
Vuelve a dejar el teléfono en el soporte.
– ¿No era nadie? -pregunta Erik.
Simone piensa que parece nervioso. Va hasta la ventana y mira hacia la calle. De nuevo oye mentalmente a esa mujer que contestó cuando marcó el número desde el que habían llamado a Erik de madrugada. «Erik, para ya», había dicho riéndose. ¿Para de qué? ¿De acariciarla por debajo de la ropa, de chuparle el pecho, de subirle la falda…?
– Llama a Benjamín -dice Erik con voz tensa.
– ¿Porqué?…
Coge el teléfono en el mismo instante en que éste vuelve a sonar.
– ¿Hola? -contesta ella.
Como nadie dice nada, corta la llamada y marca el número de Benjamin.
– Comunica.
– No veo a Benjamin -dice Erik.
– ¿Voy a buscarlo?
– Tal vez sea lo mejor.
– Se enfadará conmigo -sonríe ella.
– Iré yo -dice él, y sale al pasillo.
Coge la chaqueta de la percha justo cuando la puerta se abre y entra Benjamin. Erik vuelve a colgarla y coge la bolsa humeante con las cajas de comida.
Se sientan delante del televisor para ver una película y comen directamente de los envases. Benjamin se ríe con uno de los diálogos. Sus padres se miran complacidos, igual que hacían cuando él era pequeño y se partía de la risa con los programas infantiles. Erik le pone la mano en la rodilla a Simone y ella coloca la suya encima y acaricia sus dedos.
Bruce Willis está tumbado de espaldas, limpiándose con la mano la sangre de la boca. El teléfono vuelve a sonar. Erik aparta la comida y se levanta del sofá. Sale al pasillo y contesta con toda la tranquilidad de que es capaz.
– Erik Maria Bark.
No se oye nada, salvo el débil sonido de unas teclas al ser pulsadas.
– Ya vale -dice él enfadado.
– ¿Erik? -Es la voz de Daniella-. ¿Eres tú, Erik?
– Estamos comiendo…
Él la oye respirar agitadamente.
– ¿Qué quería? -pregunta ella.
– ¿Quién?
– Josef -dice ella.
– ¿Josef Ek? -pregunta Erik.
– ¿No ha dicho nada? -repite Daniella.
– ¿Cuándo?
– Ahora…, por teléfono.
Erik mira hacia el salón a través del vano de la puerta y ve a Simone y a Benjamin sentados, viendo la película.
Piensa en la familia de Tumba. La niña, la madre y el padre. La saña feroz del crimen.
– ¿Por qué crees que me ha llamado? -inquiere.
Daniella se aclara la garganta.
– Debe de haber convencido a la enfermera para que le diera un teléfono. He hablado con la centralita: le han pasado contigo.
– ¿Estás segura? -pregunta Erik.
– Josef estaba gritando algo cuando entré, se había arrancado las vías, le he dado alprazolam, pero ha dicho un montón de cosas sobre ti antes de quedarse dormido.
– ¿El qué? ¿Qué ha dicho?
Erik oye por el auricular que Daniella traga con fuerza y su voz suena muy cansada al contestar:
– Que habías estado jodiendo con su cerebro, que más te valía pasar de su hermana si no querías que te liquidara; lo ha dicho varias veces: que tuvieras por seguro que acabaría contigo.
Capítulo 12
Martes 8 de diciembre, por la tarde
Han pasado tres horas desde que Joona ha conducido a Evelyn a la prisión de Kronoberg. La han llevado a una pequeña celda de paredes lisas y rejas horizontales, con una ventana empañada. El lavabo de acero inoxidable del rincón hedía a vómito. Evelyn se ha quedado de pie junto a la cama con el colchón de plástico verde fijada a la pared, y ha mirado inquisitiva al comisario cuando él la ha dejado allí.
Tras el arresto, el fiscal tiene un máximo de doce horas para decidir si la detenida pasa a disposición judicial o si se la deja en libertad. En el primer caso tiene de margen hasta las doce del tercer día para presentar una solicitud de encarcelamiento al tribunal. Si no lo hace, será puesta en libertad. Si pide que se la encierre, se hará en calidad o bien de sospechosa por indicios razonables o por indicios racionales de criminalidad, que es el grado máximo.
Joona está de nuevo en el pasillo de la prisión con el piso de goma blanco brillante. Camina delante de las puertas de color verde guisante de las celdas. Se ve a sí mismo reflejado en las planchas de metal con picaporte y cerradura. En el suelo, delante de cada puerta, hay unos termos blancos. Los armarios con los extintores están señalados con letreros rojos. Delante de la recepción han dejado un carrito de limpieza con una bolsa blanca para la colada y una verde para la basura.
Joona se detiene e intercambia algunas palabras con un trabajador social de la ONG Individuell Människohjälp, y después entra en la sección de mujeres.
En el exterior de una de las cinco salas de interrogatorios de la prisión se encuentra Jens Svanehjälm, el nuevo fiscal de la región de Estocolmo. Aparenta tener poco más de veinte años, pero en realidad tiene cuarenta. Tiene un algo juvenil en la mirada y en las mejillas que crea la impresión de que en toda su vida se ha visto en una situación comprometida.
– Evelyn Ek -dice Jens dubitativo-. ¿Fue ella quien obligó a su hermano pequeño a matar a la familia?
– Eso es lo que ha dicho el chico cuando…
– No podemos utilizar nada de lo que haya reconocido Josef Ek durante la hipnosis -lo interrumpe Jens-. Va en contra tanto del derecho a guardar silencio como del derecho a no autoinculparse.
– Lo entiendo, pero no era un interrogatorio: él no era sospechoso del asesinato -contesta Joona.
Jens mira su móvil y al mismo tiempo dice:
– Basta con que la conversación toque el asunto del que trata la investigación para que se considere un interrogatorio.
– Soy consciente de ello pero mis prioridades eran otras -replica Joona.
– Lo imagino pero…
Se calía y mira de reojo a Joona, como si esperara algo.
– Pronto sabré lo que ocurrió -dice el comisario.
– Eso está bien -asiente Jens, satisfecho-, porque el único consejo que recibí cuando sucedí a Anita Niedel fue que si Joona Linna dice que va a averiguar la verdad, es que va a hacerlo.
– Tuvimos algunos encontronazos.
– Me lo dio a entender -sonríe él.
– ¿Entramos? -pregunta Joona.
– Tú eres el responsable del interrogatorio pero…
Jens Svanehjälm se rasca la oreja y murmura que no quiere más conceptos, más resúmenes de interrogatorios, más vaguedades.
– Si es posible, mis interrogatorios siempre son en forma de diálogo -contesta Joona.
– Porque si lo grabas, opino que no necesitamos ningún testigo del interrogatorio, no en esta situación -dice Jens.
– Lo suponía.
– Sólo hablaremos con Evelyn Ek con fines informativos -subraya Jens.
– ¿Quieres que le comunique que es sospechosa? -pregunta Joona.