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– Lo compró en Mora, le pareció que quedaría bien en la cabaña y…

Se interrumpe y sopla el té.

– ¿Tenéis más marcos como ése?

– No. -Ella sonríe.

– ¿La foto siempre ha estado en la cabaña?

– ¿A qué viene eso? -pregunta ella débilmente.

– A nada, sólo que Josef ha hablado de esa foto; debe de haberla visto, así que he pensado que quizá hubieras olvidado algo.

– No.

– Sólo era eso -dice Joona, y se levanta.

– ¿Se marcha?

– Evelyn, yo confío en ti -dice Joona con seriedad.

– Todos parecen creer que estoy implicada.

– Pero no lo estás, ¿verdad?

Ella niega con la cabeza.

– No de esa manera… -dice Joona.

Ella se seca apresuradamente las lágrimas de las mejillas.

– Josef vino una vez a la cabaña en taxi y trajo una tarta -declara con voz rota.

– ¿Para tu cumpleaños?

– El suyo… Él era el que cumplía años.

– ¿Cuándo fue eso? -pregunta Joona.

– El 1 de noviembre.

– Hace aproximadamente un mes -dice él-. ¿Qué pasó?

– Nada -contesta ella-. Me sorprendió.

– ¿No te había dicho que iría?

– No tenemos contacto.

– ¿Por qué no?

– Necesito estar sola.

– ¿Quién sabía que estabas viviendo en la cabaña?

– Nadie excepto Sorab, mi novio… Bueno, cortó conmigo, ahora somos sólo amigos, pero me ayuda, le dice a todo el mundo que vivo con él, contesta cuando llama mi madre y…

– ¿Por qué?

– Necesito estar tranquila.

– ¿Josef ha ido allí más veces?

– No.

– Esto es importante, Evelyn.

– No ha ido más veces -contesta ella.

– ¿Por qué me has mentido sobre eso?

– No lo sé -murmura ella.

– ¿En qué más has mentido?

Capítulo 13

Miércoles 9 de diciembre, por la tarde

Erik camina entre los expositores iluminados de la sección de joyería de los almacenes NK. Una mujer vestida de negro habla en voz baja con su cliente. Abre un cajón y coloca un par de joyas sobre una bandeja recubierta de terciopelo. Erik se detiene ante uno de los expositores y admira un collar de Georg Jensen. Gruesos triángulos, delicadamente tallados, que se han engarzado como hojas de una corona cerrada. Un brillo pesado, como de platino, se desprende de la alpaca pulida. Erik piensa en lo bonito que quedaría el collar alrededor del cuello esbelto de Simone y se decide a comprarlo como regalo de Navidad.

Mientras la dependienta envuelve la joya en papel brillante rojo oscuro, el teléfono empieza a vibrar en el bolsillo de Erik y resuena contra la cajita de madera con el indígena y el papagayo. Saca el teléfono y contesta sin mirar el número de la pantalla.

– Erik Maria Bark.

Hay un crepitar raro y se oyen villancicos a lo lejos.

– ¿Hola? -dice él.

Entonces se oye una voz débiclass="underline"

– ¿Es usted el doctor Bark?

– Sí, soy yo -dice él.

– Quería saber…

A Erik le suena como si de fondo alguien se estuviera riendo por lo bajo.

– ¿Con quién hablo? -pregunta secamente.

– Espere un momento, doctor. Sólo quería pedirle una cosa -dice la voz, que ahora suena claramente burlona.

Erik está a punto de decir adiós cuando la voz del teléfono de repente aúlla:

– ¡Hipnotíceme! Quiero que…

Se aparta el teléfono de la oreja, cuelga e intenta ver quién ha llamado, pero es un número oculto. Una señal revela que ha recibido un sms. Incluso eso procede de un número oculto. Lo abre y lee: «¿Puede hipnotizar un cadáver?»

Confuso, Erik coge la bolsita dorada y roja con el regalo y abandona la sección. En el vestíbulo que da a Hamngatan, cruza la mirada con una mujer que lleva un abrigo negro y suelto. Está de pie debajo del árbol de Navidad colgante de tres metros de altura, observándolo. Él jamás la ha visto, pero su mirada es claramente hostil.

Con una mano abre la tapa de la caja que lleva en el bolsillo del abrigo y se echa una pastilla de Codeisan en la palma de la mano, se la lleva a la boca y se la traga.

Luego sale al frío del exterior. Las personas se apretujan delante del escaparate. Los duendes de Navidad bailan en un paisaje decorado con golosinas. Un caramelo con la boca grande canta un villancico. Los niños de guardería con chalecos amarillos superpuestos a los gruesos monos miran en silencio.

El teléfono vuelve a sonar, pero esta vez Erik comprueba el número antes de contestar, ve que tiene el prefijo de Estocolmo y responde, expectante:

– Erik Maria Bark.

– Hola, me llamo Britt Sundström. Trabajo para Amnistía Internacional.

– Hola -contesta él, extrañado.

– Me gustaría saber si su paciente tuvo alguna posibilidad de negarse al hipnotismo.

– ¿Cómo dice? -pregunta Erik, y ve que en el escaparate un caracol enorme arrastra un trineo cargado de regalos de Navidad.

El corazón empieza a latirle con más fuerza y de pronto siente acidez en el estómago.

– El manual Kubark, el libro de la CÍA en el que se explica cómo torturar sin dejar rastros, incluye el hipnotismo como una de las…

– El médico responsable realizó la evaluación…

– ¿Así que quiere decir que usted no tiene ninguna responsabilidad?

– Creo que no debo comentar esto -dice él.

– Ya ha sido denunciado -dice la mujer con sequedad.

– Ah -contesta Erik débilmente, y luego corta la llamada.

Lentamente empieza a caminar hacia Sergelstorg, la torre de cristal iluminada y la Casa de la Cultura; ve el mercadillo navideño y oye que un trompetista está tocando Noche de paz. Gira por la calle Sveavägen y pasa por delante de todas las agencias de viajes. En el exterior de un Seven-Eleven, se detiene y lee los titulares de los periódicos vespertinos.

NIÑO ENGAÑADO PARA QUE ADMITA EL ASESINATO

DE TODA SU FAMILIA

BAJO HIPNOSIS

ESCÁNDALO EN EL MUNDO DEL HIPNOTISMO:

ERIK MARIA BARK

PONE EN PELIGRO LA VIDA DE UN NIÑO

Erik siente que el pulso se le acelera en las sienes, aprieta el paso, evita las miradas a su alrededor. Pasa por el sitio donde fue asesinado Olof Palme. Hay tres rosas rojas en la sucia placa conmemorativa. Entonces oye que alguien lo llama por su nombre y se mete en una tienda de equipos de alta fidelidad. El cansancio, que hace un momento le proporcionaba una sensación de borrachera, es reemplazado por un estado febril, una mezcla de nerviosismo y desesperación. Le tiemblan las manos al coger otra pastilla de Codeisan, un fuerte analgésico. El estómago le arde cuando el comprimido se disuelve y el polvo penetra por las mucosas.

En la radio emiten un debate sobre si debería prohibirse el hipnotismo como método interrogatorio. Un hombre cuenta que una vez lo hipnotizaron para que creyera que era Bob Dylan.

– «Yo sabía que no era verdad» -dice con voz arrastrada-, «pero era como si me obligaran a decirlo. Yo sabía que estaba hipnotizado, veía a mi colega sentado y esperando y, sin embargo, creía que yo era Bob Dylan, hablaba en inglés, no podía evitarlo, habría admitido cualquier cosa».

El ministro de Justicia dice entonces con su acento de la región de Smäland:

– «Usar el hipnotismo como método interrogatorio sin duda va contra la ley.»

– «¿Así que Erik Maria Bark ha vuelto a quebrantar la ley?» -pregunta el periodista, incisivo.

– Eso tendrá que determinarlo la fiscalía…

Erik sale de la tienda, dobla por una bocacalle y continúa hacia Luntmakargatan.

El sudor le cae por la espalda cuando se detiene delante del portal número 73 de Luntmakargatan, introduce un código en el teclado numérico y abre la puerta. Con manos torpes, busca sus llaves mientras el ascensor zumba a medida que sube. Nada más cruzar la puerta, echa la llave, entra en el salón tambaleándose, trata de quitarse la ropa, pero todo el tiempo se inclina sin querer hacia la izquierda.