Junto al desagüe del suelo hay un brazo entero. La articulación está a la vista, rodeada de cartílago y tejido muscular seccionado. El cuchillo de caza con la punta rota está en la ducha.
Nålen encontró la punta con la ayuda de la tomografía por ordenador: estaba alojada en el hueso pélvico de Anders Ek.
El cuerpo lacerado se encuentra tirado en el suelo, entre el banco de madera y las taquillas de plástico abolladas. De un gancho cuelga una cazadora deportiva de color rojo. Hay sangre por todos los lados: en el suelo, las puertas y los bancos.
Joona tamborilea con los dedos sobre el volante mientras espera a que el semáforo se ponga en verde y piensa que los técnicos extrajeron numerosas muestras de pisadas, huellas digitales, fibras y cabellos. Se trata de enormes cantidades de ADN, de cientos de personas, pero aún no hay nada que pueda relacionarse con Josef Ek. Gran parte del ADN que se ha obtenido estaba contaminado, y las mezclas eran tan complejas que los análisis del Laboratorio de la Policía Científica se han complicado.
El comisario explicó a los técnicos que debían concentrarse en buscar muestras de ADN del padre sobre Josef Ek, que la gran cantidad de sangre que cubría su cuerpo de la segunda escena del crimen no tenía ninguna relevancia. Todos los miembros de la familia que se hallaban en la casa estaban embadurnados con sangre de los otros. Que Josef estuviera manchado con la sangre de su hermana pequeña no era más extraño que el hecho de que ella lo estuviera con la sangre de él. Pero si encontraban sangre del padre sobre Josef o huellas del chico en el vestuario, entonces se lo podría relacionar con ambas escenas del crimen. Bastaba con establecer una conexión entre él y el vestuario para dictar un auto de procesamiento.
En el hospital de Huddingeå, una doctora llamada Sigrid Krans había recibido instrucciones del Laboratorio de la Policía Científica de Linköping, el organismo encargado de realizar las pruebas de ADN en Suecia, para tomarle muestras biológicas a Josef Ek.
A la altura del parque Högalid, Joona llama a Erixon, el corpulento técnico criminalístico responsable de la investigación en la escena del crimen de Tumba.
– Para ya -contesta una voz densa.
– ¿Erixon? -dice Joona-. ¿Erixon? ¿Puedes aportar alguna prueba de vida? -bromea.
– Estoy durmiendo -responde con cansancio.
– Lo siento.
– No, en realidad voy camino de casa.
– ¿Habéis encontrado muestras de Josef en el vestuario? -pregunta Joona.
– No.
– Seguro que sí.
– No -repite Erixon.
– Me parece que estás haciendo una chapuza.
– Te equivocas -replica Erixon tranquilamente.
– ¿Has metido presión a nuestros amigos de Linköping? -pregunta Joona.
– Con todo mi peso -contesta él.
– ¿Y?
– No han encontrado ADN del padre en Josef.
– No me lo creo -dice Joona-. Joder, si estaba embadurnado de…
– Ni una gota -lo interrumpe Erixon.
– No cuadra.
– Parecían la leche de contentos cuando lo dijeron.
– ¿LCN? [7]
– Ni una microgota, nada.
– Joder…, no es posible que tengamos tan mala suerte.
– Sí que lo es.
– No.
– Vas a tener que rendirte -dice Erixon.
– Claro.
Finalizan la llamada y Joona piensa que lo que a veces puede parecer un enigma depende solamente de determinadas coincidencias. El modus operandi del agresor parece idéntico en ambas escenas: las cuchilladas feroces y los intentos de descuartizamiento. Por eso resulta extraño que no hayan encontrado sangre sobre Josef si él es el autor de los crímenes. Debería estar completamente embadurnado de sangre de los distintos cuerpos, piensa Joona, y vuelve a llamar a Erixon.
– ¿Sí?
– He caído en una cosa.
– ¿En veinte segundos?
– ¿Tomasteis muestras en el vestuario de mujeres?
– Nadie miró allí. La puerta estaba cerrada con llave.
– La víctima probablemente tenía llaves.
– Pero…
– Mirad en los desagües de las duchas de mujeres -indica Joona.
Tras rodear Tantolunden, conduce por un sendero y aparca delante de los edificios altos que dan al parque. Se pregunta dónde está el coche de policía que debería estar esperándolo, comprueba la dirección y piensa que quizá Ronny y su compañero se hayan equivocado de puerta. Frunce los labios. Eso explicaría la negativa de Sorab a dejarlos pasar, ya que, si así fuese, el tipo en cuestión ni siquiera se llamaría Sorab.
Hace frío esa noche. Camina rápidamente en dirección al portal mientras piensa cómo Josef describió bajo hipnosis los sucesos ocurridos en la casa. A juzgar por la versión del chico, no hizo nada por ocultar el crimen, no se protegió. No pensó que hubiera consecuencias, sino que permitió que la sangre lo empapara por completo.
Joona Linna piensa entonces que quizá durante la hipnosis Josef Ek únicamente describió lo que él sentía en el momento de cometer los crímenes, un arrebato furioso y confuso, mientras que, en realidad, actuó metódicamente, se puso ropa impermeable de la cabeza a los pies y se duchó en el vestuario de mujeres antes de ir a casa.
Tiene que hablar con Daniella Richards, saber si ella cree que Josef Ek está en condiciones de soportar un interrogatorio.
Joona entra en el portal del edificio, saca su teléfono y ve su cara reflejada en las baldosas negras de la pared, alicatada a modo de tablero de ajedrez. La tez pálida, fría, la mirada seria y el pelo rubio revuelto. Vuelve a llamar a Ronny cuando ya se encuentra frente al ascensor, pero no recibe respuesta. Quizá hayan hecho un último intento y Sorab los haya dejado pasar. Sube hasta el sexto piso, espera a que una madre con un cochecito de bebé baje en el ascensor, y luego va hasta la puerta de Sorab y llama al timbre.
Aguarda un momento, llama con los nudillos, espera unos segundos más, empuja la portezuela del correo con la mano y dice:
– ¿Sorab? Me llamo Joona Linna. Soy comisario de la policía judicial.
Se oye un ruido tras la puerta, como si alguien se hubiera apoyado pesadamente contra ella pero luego se hubiera apartado rápidamente.
– Tú eras el único que sabía dónde estaba Evelyn -continúa.
– Yo no he hecho nada -dice una profunda voz de hombre desde el interior del piso.
– Pero…
– ¡Yo no sé nada! -grita.
– Está bien -dice Joona-. De todos modos, quiero que abras la puerta, me mires y me digas que no sabes nada.
– Márchese.
– Abre la puerta.
– Joder… ¿es que no pueden dejarme en paz? Yo no tengo nada que ver con eso, no quiero verme involucrado.
Su tono de voz es de angustia. Guarda silencio, respira profundamente y golpea algo con la mano.
– Evelyn está bien -dice Joona.
Hay un leve crujido en la portezuela del correo.
– Yo pensaba…
Se calla.
– Necesitamos hablar contigo.
– ¿De verdad no le ha pasado nada a Evelyn?
– Abre la puerta.
– Ya le he dicho que no.
– Estaría bien que pudieras acompañarnos.
Se hace el silencio por un instante.
– ¿Ha estado aquí más veces? -pregunta Joona entonces.
– ¿Quién?
– Josef.
– ¿Quién es?
– El hermano de Evelyn.
– Aquí no ha estado -dice Sorab.
– Entonces, ¿quién ha venido?
– ¿No entiende que no pienso hablar con usted?
– ¿Quién ha venido?
– ¿Acaso he dicho yo que haya venido nadie? Está intentando liarme.
– No, por supuesto que no.
De nuevo se hace el silencio. Luego se oye un sollozo repentino tras la puerta.
– ¿Está muerta? -pregunta Sorab-. ¿Evelyn ha muerto?
– ¿Por qué lo preguntas?
– No quiero hablar con usted.
Joona oye el sonido de unos pasos que se alejan y después una puerta que se cierra. En el interior del piso comienza a retumbar una música a todo volumen. Cuando el policía baja por la escalera, piensa que alguien debió de amenazar a Sorab para que le dijera dónde se escondía Evelyn.