– Tranquilízate -dice Erik, irascible.
– ¿Cómo quieres que me tranquilice?
– ¿Puedo decir lo que creo? En mi opinión, que aquí oliera a tabaco no es tan extraño. Probablemente algún vecino se haya fumado un cigarrillo junto a la campana de la cocina. En esta finca el tiro de la chimenea es compartido. O quizá algún capullo se haya fumado un cigarrillo en la escalera…
– No hace falta que seas despectivo -replica ella, cortante.
– Por Dios, Sixan, deja el orgullo a un lado, por favor. Estoy convencido de que debe de haber una explicación lógica para todo esto, y que en cualquier momento daremos con ella.
– Percibí que había alguien en casa cuando me desperté -dice ella en voz baja.
Él suspira y sale de la cocina. Simone mira la toalla sucia con la que ha secado el suelo alrededor del frigorífico.
Entonces llega Benjamín y se sienta en su sitio habitual.
– Buenos días -dice ella.
Él suspira y deja caer la cabeza entre las manos.
– ¿Por qué papá y tú mentís constantemente?
– Eso no es cierto -contesta ella.
– No…
– ¿Tú crees?
Él no dice nada.
– Si estás pensando en lo que te dije en el taxi al volver de…
– ¡Pienso en muchas cosas! -la interrumpe el chico en voz alta.
– No hace falta que me grites.
– Olvida que haya dicho nada -suspira él.
– No sé lo que va a pasar con papá y conmigo. No es tan fácil -dice ella-. Seguro que tienes razón y sólo nos estamos engañando a nosotros mismos, pero eso no es igual que mentir.
– Tú lo has dicho -replica él en voz baja.
– ¿Hay algo más en lo que estés pensando?
– No hay fotos mías de cuando era pequeño.
– Claro que sí -contesta ella sonriente.
– Me refiero de cuando era un recién nacido -dice él.
– Ya sabes que padecí algunos abortos antes…, quiero decir que estábamos tan contentos cuando naciste tú que nos olvidamos de hacer fotos. Sé exactamente cómo eras de bebé, tus orejitas arrugadas y…
– ¡Para ya! -grita Benjamín, y se va a su cuarto.
Erik entra en la cocina y echa un comprimido de Treo Comp en un vaso de agua.
– ¿Qué le pasa a Benjamín? -pregunta.
– No lo sé -murmura ella.
Erik se bebe el medicamento junto al fregadero.
– Piensa que mentimos acerca de todo -dice ella.
– Eso les sucede a todos los adolescentes.
Erik eructa en silencio.
– Llegué a decirle que nos íbamos a separar -cuenta ella.
– ¿Cómo puedes haber hecho semejante estupidez? -dice él con dureza.
– Sólo dije lo que sentía en ese momento.
– Joder, no puedes pensar sólo en ti misma.
– No soy yo la que se comporta de un modo inadecuado, no soy yo la que se acuesta con becadas, no soy…
– ¡Cállate! -grita él.
– No soy yo la que toma un montón de pastillas para…
– ¡Tú no sabes nada!
– Sé que tomas analgésicos fuertes.
– ¿Y qué tiene eso que ver contigo?
– ¿Te duele algo, Erik? Dime si…
– Soy médico y creo que puedo evaluar esto un poco mejor que…
– No puedes engañarme -lo interrumpe ella.
– ¿Qué quieres decir? -se ríe él.
– Tienes una adicción, Erik, ya no nos acostamos porque tomas un montón de medicamentos fuertes que…
– Quizá lo que ocurre es que no quiero acostarme contigo -replica él-. ¿Por qué iba a querer hacerlo si estás tan insatisfecha conmigo todo el tiempo?
– Entonces, separémonos -dice ella.
– Bien -contesta él.
Simone no es capaz de mirarlo. Tan sólo sale lentamente de la cocina, nota cómo el cuello se le tensa y le duele, como las lágrimas brotan de sus ojos.
Benjamin ha cerrado la puerta de su cuarto y tiene la música tan alta que tiemblan paredes y puertas. Simone se encierra en el baño, apaga la luz y llora.
– ¡Mierda! -oye gritar a Erik en la entrada antes de que la puerta se abra y se cierre de un golpe.
Capítulo 16
Viernes 11 de diciembre, por la mañana
Aún no eran las siete de la mañana cuando Joona Linna recibió una llamada de Daniella Richards. La médico telefoneaba para comunicarle que, en su opinión, Josef ya podía soportar un breve interrogatorio, aunque aún se encontraba en la habitación junto al quirófano.
Cuando Joona sube a su coche para ir al hospital, nota un dolor en el codo. Se acuerda de la noche anterior, de cómo el resplandor azul de las luces de los coches patrulla se deslizaba por la fachada del edificio de Sorab Ramadani, en Tantolunden. El grandullón con el peinado de niño había escupido sangre y farfullado algo confuso sobre su lengua mientras lo introducían en el asiento trasero del coche patrulla. Ronny Alfredsson y su compañero, Peter Jysk, habían sido hallados en el sótano del edificio; al parecer los habían amenazado con un cuchillo y los habían encerrado. Luego los dos matones habían conducido su coche patrulla hasta el aparcamiento de otro edificio.
Joona regresó al piso de Sorab, llamó de nuevo y le dijo que sus guardaespaldas estaban detenidos y que, si no abría inmediatamente, sus hombres forzarían la puerta.
Sorab lo dejó entrar, le ofreció asiento en un sofá de piel azul, preparó una infusión de manzanilla y le pidió disculpas por sus amigos.
Ramadani era un tipo de tez pálida con el pelo recogido en una coleta. Parecía claramente angustiado y todo el tiempo miraba a su alrededor. Volvió a disculparse con el comisario por lo sucedido y le explicó que había tenido muchos problemas últimamente.
– Por eso contraté a unos guardaespaldas -dijo en voz baja.
– ¿Qué tipo de problemas has tenido? -preguntó Joona, y luego sorbió la infusión caliente.
– Alguien va detrás de mí.
Sorab se levantó y fue hasta la ventana.
– ¿Quién? -quiso saber Joona.
Con voz monótona, dándole la espalda, el joven respondió que no quería hablar de ello.
– ¿Tengo que hacerlo? -preguntó a continuación-. ¿Acaso no tengo derecho a guardar silencio?
– Sí, estás en tu derecho -concedió Joona.
– Pues entonces… -repuso él encogiéndose de hombros.
– Pero me gustaría que hablaras conmigo -insistió Joona-. Quizá podría ayudarte, ¿no lo has pensado?
– Muchas gracias -replicó Sorab sin dejar de mirar por la ventana.
– ¿Es el hermano de Evelyn el que…?
– No -lo interrumpió él bruscamente.
– ¿No fue Josef Ek quien vino a tu casa?
– Él no es su hermano.
– Entonces, ¿quién es?
– Yo qué sé, pero no es su hermano; es otra cosa.
Tras decir que Josef no era hermano de Evelyn, Sorab volvió a mostrarse visiblemente inquieto, comenzó a hablar de fútbol, de la liga alemana, y ya no contestó razonablemente a ninguna otra cuestión. Joona se preguntó qué le habría dicho Josef a Sorab, qué habría hecho, de qué modo podría haberlo asustado tanto como para que él le contara dónde se encontraba Evelyn.
Joona dobla una esquina y aparca delante de la clínica neurológica, sale del coche, accede por la entrada principal, toma el ascensor hasta la quinta planta, continúa por el pasillo, saluda al policía que está de guardia y luego entra en la habitación de Josef. Una mujer se levanta de una silla junto a la cama y se presenta:
– Lisbet Carien -dice-. Soy trabajadora social y voy a ser la persona de apoyo de Josef durante el interrogatorio.
– Bien -asiente Joona mientras le tiende la mano.
Ella lo observa de un modo que él, de alguna manera, encuentra simpático.
– ¿Es usted el responsable del interrogatorio? -pregunta ella con interés.
– Sí. Discúlpeme, mi nombre es Joona Linna y soy comisario de la policía judicial. Hablamos por teléfono.