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Erik piensa en Evelyn. La ve ante sí frente a la cabaña.

Una mujer joven con un chaleco de plumas de color plateado, jersey de punto rojo, vaqueros desgastados y zapatillas de deporte. Camina lentamente entre los árboles, con su cola de caballo bamboleándose. La expresión de su rostro es indefensa, casi infantil. Sujeta la escopeta de perdigones de manera indolente, la arrastra por el suelo mientras camina suavemente por encima de los arbustos de arándanos azules y el musgo. El sol se filtra entre las ramas de los pinos.

De repente Erik comprende algo decisivo: si Evelyn tuviera miedo, si tuviera una escopeta para defenderse de Josef, la habría llevado de otra forma, no la habría arrastrado tras de sí mientras caminaba hacia la casa.

Recuerda que la chica tenía los vaqueros húmedos en las rodillas, manchas oscuras de tierra.

Se fue al bosque con la escopeta para quitarse la vida, piensa.

Se arrodilló en el musgo y se metió el cañón de la escopeta en la boca pero no se atrevió a hacerlo.

Cuando la vio en el claro, arrastrando la escopeta sobre los arbustos de arándanos, volvía a la cabaña, volvía a la alternativa de la que había querido huir.

Erik coge el teléfono y marca el número del móvil de Joona.

– Aquí Joona Linna.

– Hola, soy Erik Maria Bark.

– ¿Erik? Tenía pensado llamarlo, pero ha habido un montón de…

– No pasa nada -dice él-. He…

– Debe usted saber -lo interrumpe Joona- que siento muchísimo la persecución de los medios, le prometo que investigaré quién dio el soplo a la prensa cuando todo esto se calme un poco…

– No importa.

– Me siento culpable por haberlo convencido de que…

– Yo mismo tomé la decisión, no culpo a nadie más.

– Personalmente sigo opinando, aunque ahora mismo no esté bien decirlo, que hicimos lo correcto al hipnotizar a Josef. Aún no sabemos nada, pero es muy posible que eso le salvara la vida a Evelyn.

– Por eso le he llamado -dice Erik.

– ¿A qué se refiere?

– He caído en una cosa. ¿Tiene tiempo?

Erik oye que Joona mueve algo; parece como si arrastrara una silla y se sentara.

– Sí -dice-. Tengo tiempo.

– Cuando fuimos a la cabaña de Värmdö -empieza Erik-, me quedé en el coche y vi a una mujer entre los árboles. Llevaba una escopeta en la mano. De alguna manera comprendí que era Evelyn, y pensé que podía darse una situación peligrosa si la policía la sorprendía.

– Sí, podríamos haberle disparado a través de la ventana -dice Joona-, si hubiéramos pensado que era Josef quien venía.

– Hace un momento, estando en casa, he pensado otra vez en la chica -prosigue Erik-. La vi entre los árboles. Caminaba lentamente en dirección a la cabaña y sujetaba la escopeta con una mano, con el cañón arrastrándolo por el suelo.

– Continúe.

– ¿Lleva uno la escopeta de ese modo si teme que lo maten?

– No -contesta Joona.

– Creo que había ido al bosque para suicidarse -dice Erik-. Tenía los vaqueros húmedos en las rodillas. Probablemente se había arrodillado en el musgo con la escopeta dirigida a la frente o al pecho pero finalmente no se atrevió a disparar, eso es lo que creo.

Tras decir eso, guarda silencio. Oye a Joona respirar pesadamente en el auricular. En la calle empieza a sonar la alarma de un coche.

– Gracias -responde finalmente el comisario-. Iré a hablar con ella.

Capítulo 18

Viernes 11 de diciembre, por la tarde

El interrogatorio a Evelyn tiene lugar en uno de los despachos de la penitenciaría. Para hacer de la triste sala un lugar un poco más acogedor, alguien ha colocado sobre el escritorio una lata roja de galletas de jengibre y unos candelabros eléctricos de Ikea en el poyete de la ventana. Evelyn y el asistente social que la acompañará durante el interrogatorio están sentados en sus sillas cuando Joona inicia la grabación.

– Sé que mis preguntas te van a resultar difíciles, Evelyn -dice en voz baja mientras le dirige una rápida mirada-. Pero te agradecería que las contestases de todas formas, lo mejor que puedas.

Ella no responde sino que se mira las rodillas.

– No creo que te beneficie en absoluto estar callada -continúa el comisario con suavidad.

Evelyn no reacciona, sólo se mira las rodillas fijamente. Su asistente social, un hombre de mediana edad con el rostro sombreado por una incipiente barba, observa a Joona inexpresivamente.

– ¿Empiezo, Evelyn?

La chica niega con la cabeza. El comisario aguarda. Después de un rato, ella levanta la barbilla y lo mira a los ojos.

– Fuiste al bosque para suicidarlo, ¿verdad?

– Sí -susurra ella.

– Me alegro de que no lo hicieras.

– Yo no.

– ¿Lo has intentado más veces?

– Sí.

– ¿Antes de esta ocasión?

Ella asiente.

– Pero no antes de que Josef fuese a la cabaña con la tarta…

– No.

– ¿Qué te dijo?

– No quiero pensar en ello.

– ¿En qué? ¿En lo que dijo?

Evelyn se levanta de la silla y tensa las mandíbulas.

– No me acuerdo -dice casi sin voz-. Seguro que no era nada especial.

– Ibas a suicidarte, Evelyn -le recuerda Joona.

Ella se levanta, camina hasta la ventana, apaga los candelabros y luego los vuelve a encender, regresa a su silla y se sienta con las manos cruzadas a la altura del estómago.

– ¿Es que no pueden dejarme en paz?

– ¿Eso quieres? ¿De verdad es eso lo que quieres?

Ella asiente sin mirar a Joona.

– ¿Necesitas tomarte un descanso? -pregunta el asistente social.

– No sé qué le ocurre a Josef -dice entonces Evelyn en voz baja-. Está mal de la cabeza. Siempre ha… Cuando era pequeño solía pegarme, con demasiada fuerza, con gran agresividad. Destrozaba todas mis cosas, nunca podía tener nada. -Le tiembla la boca-. Cuando tenía ocho años me preguntó si tenía posibilidades conmigo. Quizá no suene peligroso, pero para mí… Yo no quería, pero él exigía que nos besáramos… Yo le tenía miedo, hacía cosas raras, se colaba en mi habitación por la noche y me mordía hasta que me hacía sangrar. Empecé a devolverle los golpes, pero entonces él se envalentonaba aún más. -Se seca las lágrimas de las mejillas-. Y se vengaba con Buster si yo no hacía lo que quería… Cada vez fue peor, quería verme los pechos, bañarse conmigo… Mató a mi perro y lo arrojó por un puente.

Evelyn se levanta y camina nerviosa hacia la ventana.

– Josef tendría quizá doce años cuando…

Se le rompe la voz y solloza en silencio antes de continuar.

– Me preguntó si quería meterme su colita en la boca. Yo le dije que era un cerdo. Entonce fue a la habitación de Knyttet y le pegó…, sólo tenía dos años.

Evelyn llora durante un rato y luego parece calmarse.

– Me obligaba a mirarlo varias veces al día mientras se hacía una paja…, pegaba a Knyttet si me negaba, decía que la mataría. Poco después, puede que fuera cosa de meses, empezó a exigir que me acostara con él, me lo decía todos los días, me amenazaba… Pero a mí se me ocurrió una respuesta que darle: le dije que él aún no había alcanzado la mayoría de edad sexual y que eso era ilegal, que yo no podía hacer algo que fuera ilegal. -Se seca las lágrimas de las mejillas-. Pensé que con el tiempo se le pasaría. Me marché de casa, pasó un año, pero luego empezó a llamarme… No entiendo cómo supo que estaba en la cabaña, yo… -Llora con la boca abierta, intensamente-. ¡Oh, Dios mío!

– Así que te amenazó -dice Joona-. Te amenazó con matar a toda tu familia si no…

– ¡No dijo eso! -grita ella de pronto-. Dijo que mataría a papá. Todo es culpa mía…, me quiero morir…

Apoya la espalda contra la pared, se deja deslizar por ella y se hace un ovillo en el suelo.