Se hace el silencio entre ellos. Joona camina por Strandvägen. Empieza a pensar de nuevo en el último interrogatorio al que ha sometido a Evelyn.
– Sólo quería confirmarte lo de la cesárea -dice Nålen después de un momento-. Que el corte se hizo unas dos horas después del fallecimiento.
– Gracias, Nålen -dice Joona.
– Mañana tendrás el informe completo de la autopsia.
Cuando Joona corta la llamada, piensa en lo terrible que debió de resultar crecer junto a Josef Ek. En lo desprotegida que debió de sentirse Evelyn, por no hablar de su hermana pequeña.
Joona intenta recordar lo que la joven refirió durante el interrogatorio acerca de la cesárea que le practicaron a su madre.
Piensa en cómo Evelyn se sentó hecha un ovillo en el suelo, apoyada contra la pared de la sala de interrogatorios, mientra hablaba de los celos casi patológicos que Josef sentía de su hermana pequeña.
– Josef está mal de la cabeza -dijo-. Siempre lo ha estado. Recuerdo cuando nació. Mamá estuvo muy mala, no sé qué le pasó, pero tuvieron que hacerle una cesárea de urgencia. -Evelyn sacudió la cabeza y se mordió el labio antes de proseguir-: ¿Sabe lo que es una cesárea de emergencia?
– Sí, más o menos -contestó Joona.
– A veces…, a veces hay complicaciones cuando un niño nace de ese modo.
Evelyn le dirigió entonces una mirada tímida.
– ¿Te refieres a la falta de oxígeno y esas cosas? -preguntó el policía.
Ella negó con la cabeza y se enjugó las lágrimas de las mejillas.
– Quiero decir que puede acarrear problemas psíquicos a la madre. Una mujer que ha experimentado un parto difícil y a la que duermen de repente para abrirla en canal puede tener problemas para establecer lazos afectivos con su hijo.
– ¿Padeció tu madre una depresión posparto?
– No exactamente -contestó Evelyn con voz densa, espesa-. Mi madre estaba psicótica tras nacer Josef. En la maternidad no se dieron cuenta, así que la dejaron irse a casa con él. Fui yo la que lo descubrí. Todo iba mal. Fui yo la que tuve que encargarme de cuidar a Josef. Yo sólo tenía ocho años, pero a ella él no le importaba, no se ocupaba de él; se limitaba a quedarse en la cama todo el día, y no hacía otra cosa más que llorar. -Evelyn miró entonces a Joona y susurró-: Mamá decía que no era hijo suyo, que su verdadero hijo había muerto, y al final hubo que ingresarla.
La chica dibujó una sonrisa torcida como para sí.
– Mamá volvió a casa con nosotros después de un año, más o menos. Fingía normalidad otra vez, pero en realidad siguió rechazando a Josef.
– ¿Así que no crees que tu madre se recuperara? -preguntó Joona cautelosamente.
– Sí, se recuperó, porque cuando tuvo a Lisa todo fue diferente. Estaba feliz con ella, lo hacía todo por ella.
– Y tú tuviste que encargarte de Josef.
– Empezó a decir que mamá debería haberlo parido como Dios manda. Para él, la explicación a la injusticia que padecía era que Lisa había nacido «por el cono», mientras que él no. Lo repetía todo el tiempo: que mamá debería haberlo parido por el cono, y no…
La voz de Evelyn se apagó de repente. Volvió el rostro y Joona observó sus hombros encogidos, tensos, sin atreverse a tocarla.
Capítulo 20
Viernes 11 de diciembre, por la tarde
La sección de cuidados intensivos del hospital Karolinska, inusualmente, no está en absoluto silencio cuando Joona llega caminando. En el aire flota un olor a comida y hay un carro con recipientes de acero inoxidable, platos, vasos y cubiertos en la sala de espera. Dentro de la habitación alguien ha encendido la televisión, y se oye también ruido de platos.
Joona piensa que Josef rajó la vieja cicatriz de la cesárea en el vientre de su madre, abrió su propio pasaje de acceso a la vida, el pasaje que al mismo tiempo lo condenó a ser huérfano de madre, que hizo que ella jamás se uniera a su hijo.
Josef sintió pronto que no era como los demás niños, que estaba solo. La única persona que le había prodigado cariño y cuidados había sido Evelyn. No aceptó que ella lo rechazara. El más mínimo gesto de distancia lo llenaba de desesperación y rabia, y su furia se canalizó cada vez más hacia la amada hermana pequeña.
Joona saluda con la cabeza a Sunesson, que monta guardia frente a la puerta de la habitación de Josef Ek, y luego al chico. La bolsa de la orina está medio llena y un pesado gotero que está junto a la cama lo provee de suero y plasma. Los pies del muchacho sobresalen por debajo de la manta azul, las plantas están sucias, tiene adheridos pelos y suciedad a los esparadrapos que recubren los puntos. El televisor está encendido, pero él no parece prestarle atención.
Lisbet Carien, la trabajadora social, ya se encuentra en la estancia. Aún no se ha percatado de la presencia de Joona, ya que está junto a la ventana sujetándose un pasador en el pelo.
A Josef vuelve a sangrarle una herida: la sangre le corre por el brazo y gotea hasta el suelo. Una enfermera mayor está inclinada sobre él, presiona una compresa y vuelve a poner esparadrapo en los bordes de las heridas, limpia la sangre y luego sale de la habitación.
– Disculpe -dice Joona alcanzando a la enfermera en el pasillo.
– ¿Sí?
– ¿Cómo está? ¿Cómo está Josef Ek?
– Debe hablar usted con el médico responsable -contesta la mujer, y echa a andar de nuevo.
– Eso haré. – Joona sonríe y se apresura tras ella-. No obstante…, me gustaría mostrarle algo… ¿Podría llevarlo hasta un lugar en silla de ruedas?…
La enfermera niega con la cabeza y se detiene bruscamente.
– El paciente no puede moverse de la cama bajo ningún concepto -dice con tono estricto-. Menuda estupidez: tiene muchísimo dolor, no puede moverse, tendría nuevas hemorragias si se levantara.
Joona regresa entonces a la habitación de Josef. Entra sin llamar, camina hasta el chico, coge el mando a distancia y apaga la televisión. A continuación pone en marcha la grabadora, dice la hora y la fecha, cita a los presentes en la habitación y luego se sienta en la butaca para las visitas. Josef abre pesadamente los párpados y lo mira con escaso interés. El dispositivo de drenaje que está conectado a su torso para estabilizar la presión en su pleura perforada emite un sonido bajo y burbujeante que resulta bastante agradable.
– Deberían darte pronto el alta -dice Joona.
– Fenomenal -contesta Josef débilmente.
– Pero te trasladarán a la cárcel.
– Lisbet ha dicho que el fiscal no está dispuesto a mover un dedo -replica el chico mirando a la trabajadora social.
– Eso era antes de que tuviéramos un testigo.
Josef cierra los ojos suavemente.
– ¿Quién?
– Tú y yo hemos hablado mucho -dice Joona-, pero quizá ahora desees cambiar algo de lo que has dicho o añadir algo que no hayas dicho.
– Evelyn… -susurra él.
– No vas a salir en mucho tiempo.
– Miente.
– No, Josef, te estoy diciendo la verdad. Puedes confiar en ello: se va a solicitar tu encarcelamiento, y a partir de ahora tienes derecho a disponer de asistencia legal.
Josef intenta levantar la mano pero no puede.
– La han hipnotizado -sonríe.
– No.
– Es su palabra contra la mía -dice él.
– En realidad, no -replica Joona, y observa el rostro limpio, pálido, del chico-. También tenemos pruebas.
Josef tensa las mandíbulas.
– No tengo tiempo para permanecer aquí sentado, pero si quieres contarme algo, puedo quedarme un rato más -dice Joona en tono amable.
Deja que pase medio minuto, tamborilea con los dedos en el brazo de la butaca, se levanta, coge la grabadora, y tras dirigir un breve gesto de la cabeza a la trabajadora social, sale de la habitación.
Una vez fuera del hospital, cuando ya está en el coche, Joona piensa que debería haberle referido la versión de Evelyn a Josef para comprobar la reacción. Hay una arrogancia bullendo en el chico que quizá le habría hecho confesar si se hubiera visto suficientemente provocado.