El equipo de bandy de la policía judicial pierde habitualmente contra la policía de Seguridad Ciudadana, la policía de tráfico, la policía marítima, las fuerzas de operaciones especiales, la policía antidisturbios y el servicio secreto. Pero eso les proporciona un motivo válido para quedar y consolarse luego en el pub.
«A los únicos a los que hemos ganado son los viejos del laboratorio», piensa Joona.
Mientras camina a lo largo de la fachada de la comisaría, por delante de la entrada principal, no tiene ni idea de que ese martes ni jugará al bandy ni irá al pub. Observa que alguien ha dibujado una esvástica en el cartel que señala la sala de vistas de los juzgados. Continúa a grandes pasos hacia la prisión de Kronoberg y ve que la alta valla se cierra sin hacer ruido detrás de un coche. Los copos de nieve se derriten en el gran cristal de la garita de vigilancia. Joona pasa frente a la piscina cubierta de la policía y cruza el césped hacia el muro del enorme complejo. Bajo el agua, la fachada parece hecha de cobre oscuro, bruñido, se dice. No hay bicicletas en la larga estructura pensada para estacionarlas junto a la sala de vistas, las banderas cuelgan mojadas a lo largo de ambas astas. Joona pasa medio corriendo entre dos bolardos de metal y, bajo el alto techo de cristal escarchado, golpea con los pies en el suelo para sacudirse el agua de los zapatos. Luego accede a través de las puertas de entrada de la Dirección General de Policía.
En Suecia, el Ministerio de Justicia es responsable de la estructura policial, pero carece de competencias para decidir cómo aplicar la ley. La autoridad administrativa central es la Dirección General de Policía. De ella dependen la Dirección General de Policía, la Dirección Nacional de Policía Judicial, el servicio secreto, la Escuela Superior de Policía y el Laboratorio Nacional de la Policía Científica.
La Dirección Nacional de Policía Judicial es el único cuerpo operativo central de Suecia con competencias para luchar contra la delincuencia más grave a nivel nacional e internacional. Joona Linna trabaja allí como comisario desde hace nueve años.
Joona recorre su pasillo, se quita el gorro junto al tablón de anuncios, pasea la mirada por los carteles sobre yoga, el de alguien que quiere vender una autocaravana, información del sindicato OFR/P y los cambios de horario del club de tiro.
El suelo, que se fregó el viernes anterior, está ya muy sucio. La puerta de Benny Rubin está entreabierta. El hombre, de unos sesenta años, bigote canoso y piel arrugada, destrozada de tomar el sol, formó parte del grupo Palme [1] durante algunos años, pero ahora se dedica al trabajo relacionado con la central de comunicaciones y la transición al nuevo sistema de radio, llamado Rakel. Está sentado ante el ordenador con un cigarrillo en la oreja, y escribe con una lentitud pasmosa.
– Tengo ojos en el cogote -dice de repente.
– Quizá eso explique por qué escribes tan mal -bromea Joona.
Se da cuenta de que el último hallazgo de Benny es un póster publicitario de la compañía aérea SAS: una mujer joven, un tanto exótica, de pie con un biquini minúsculo, que bebe un cóctel de frutas con una pajita. Benny se tomó como una provocación la prohibición de colgar calendarios con chicas ligeras de ropa, hasta tal punto que la mayoría pensó que presentaría su dimisión. En lugar de eso, sin embargo, lleva muchos años dedicado a una protesta silenciosa y obstinada. El primero de cada mes cambia la decoración de la pared. Nadie ha dicho que estén prohibidos los anuncios de compañías aéreas, imágenes de patinadoras sobre hielo con las piernas muy abiertas, posturas de yoga o anuncios de ropa interior de H &M. Joona recuerda un póster de la velocista Gail Devers con unos shorts ajustados, así como una atrevida litografía del artista Egon Schiele que representaba a una mujer pelirroja con un par de pololos sentada con las piernas abiertas.
Joona se detiene para saludar a su asistente y compañera Anja Larsson. Está sentada ante el ordenador con la boca medio abierta y su cara redonda muestra una expresión tan concentrada que opta por no molestarla. En lugar de eso, continúa hasta su despacho, cuelga el abrigo mojado tras la puerta, enciende la estrella de Navidad que cuelga de la ventana y repasa rápidamente su bandeja: un memorándum sobre el entorno laboral, una propuesta sobre bombillas de bajo consumo, una solicitud de la fiscalía y una invitación personal al bufet navideño del Skansen. [2]
Luego sale de su despacho, entra en la sala de reuniones, se sienta en su sitio habitual, abre el paquete con la tostada y empieza a comer.
En la gran pizarra blanca que cuelga de la larga pared de la sala puede leerse: «Vestimenta, equipamiento de protección corporal, armas, gas lacrimógeno, equipos de comunicación, vehículos, otros recursos técnicos, canales, señales de radio, opciones de vigilancia, silencio radiofónico, códigos, pruebas de conexión.»
Petter Näslund se detiene en el pasillo, sonríe complacido y se apoya contra el marco de la puerta, dando la espalda a la sala de reuniones. Petter es un hombre musculoso y calvo de unos treinta y cinco años, comisario con funciones especiales, lo que lo convierte en el superior más directo de Joona. Lleva varios años flirteando con Magdalena Ronander sin percatarse de sus miradas molestas y sus constantes intentos de pasar a un tono más profesional. Magdalena es inspectora en el Departamento de Investigación desde hace cuatro años, y tiene como objetivo finalizar sus estudios de derecho antes de cumplir los treinta.
Petter baja la voz y le pregunta a Magdalena qué arma reglamentaria prefiere utilizar ella, y con qué frecuencia cambia de pistola porque las estrías se le han desgastado. Como si no se diera cuenta del doble sentido, ella le explica que lleva un cálculo meticuloso de los disparos realizados.
– Pero te gustan bien grandes, ¿no? -dice Petter.
– No, yo uso una Glock 17 -contesta ella-, porque acepta muchas de las municiones de nueve milímetros reglamentarias.
– ¿No usas checas?…
– Sí, aunque… mejor la m39B -dice ella.
Los dos entran en la sala de reuniones, se sientan en sus sitios y saludan a Joona.
– Además, la Glock tiene la salida de los gases de la pólvora a un lado del punto de mira -continúa ella-. El retroceso se reduce un montón y así puedes realizar el siguiente disparo con mayor rapidez.
– ¿Qué opina el Mumin? [3] -pregunta Petter.
Joona sonríe levemente y sus ojos gris claro se vuelven traslúcidos como el hielo cuando contesta con su cantarín acento finlandés:
– Que no tiene ninguna importancia; son cosas totalmente diferentes las que resultan decisivas.
– Entonces no necesitas saber disparar -se ríe Petter.
– Joona es un buen tirador -dice Magdalena Ronander.
– Él es bueno en todo -suspira Petter.
Magdalena lo ignora y se vuelve hacia Joona.
– La mayor ventaja de la Glock compensada es que los gases de la pólvora no se ven salir del cañón cuando está oscuro.
– Efectivamente -asiente Joona en voz baja.
Ella parece estar contenta mientras abre su cartera de piel negra y empieza a hojear sus papeles. Benny entra, se sienta, mira a todos los presentes, golpea con fuerza el tablero de la mesa con la palma de la mano y luego sonríe ampliamente cuando Magdalena Ronander le lanza una mirada irritada.
– He cogido el caso de Tumba -dice Joona.
– ¿Qué caso? -pregunta Petter.
– El de una familia entera que ha sido asesinada a cuchilladas.
– No tiene nada que ver con nosotros -replica Petter.
– Creo que podría tratarse de un asesino en serie, o al menos…
– Venga ya -lo interrumpe Benny, mira a Joona a los ojos y vuelve a golpear la mesa con la palma de la mano.
[1] Nombre con el que se conoce al equipo responsable de la investigación del asesinato del primer ministro sueco Olof Palme.