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– Parece ser que Josef planificó al menos el asesinato de su padre -dice Joona-. Desconocemos los motivos de que él fuera el primero, pero quizá sólo tuvieran que ver con el hecho de que Anders Ek iba a encontrarse solo en un sitio que no era su casa. El lunes, Josef metió en una bolsa de deporte ropa para cambiarse, dos pares de fundas protectoras para calzado, una toalla, el cuchillo de caza de su padre, una lata de gasolina y unas cerillas y luego fue en bicicleta hasta el polideportivo de Rodstuhage. Tras matar a su padre y mutilarlo, le quitó las llaves del bolsillo, fue al vestuario de mujeres, se duchó y se cambió de ropa, después cerró con llave, quemó la bolsa con las prendas ensangrentadas en un parque infantil y volvió en bicicleta a casa.

– Y lo que pasó después en su casa, ¿ocurrió más o menos como lo describió mientras estaba bajo hipnosis? -pregunta Erik.

– Más o menos, no: parece que fue exactamente así -dice Joona, y se aclara la voz-. No obstante, Josef había prometido tan sólo que mataría a su padre, desconocemos la razón por la que de pronto atacó también a su madre y a su hermana pequeña. -Le dirige una mirada triste a Erik y concluye-: Quizá sólo tuvo la impresión de que no había terminado, de que Evelyn aún no había sido suficientemente castigada.

Justo antes de llegar a la iglesia, Joona se detiene frente a un portal, saca su teléfono, marca un número e informa de que ya están allí. Marca el código en el teclado de acceso, abre la puerta y deja pasar a Erik a la sencilla escalera de paredes pintadas con puntos.

Hay dos policías de guardia frente al ascensor cuando llegan al tercer piso. Joona les da la mano y luego abre la cerradura de una puerta de seguridad que carece de ranura para el correo. Antes de abrir del todo, llama con los nudillos.

– ¿Podemos pasar? -pregunta a través de la puerta entreabierta.

– No lo han encontrado, ¿verdad?

Evelyn está de espaldas a la ventana y sus rasgos no se distinguen a contraluz. Erik y el comisario sólo ven una silueta oscura con una melena que brilla al sol.

– No -contesta Joona.

La joven camina hasta la puerta, permite que pasen y echa de nuevo la llave rápidamente. A continuación comprueba la cerradura y, cuando se vuelve hacia ellos, Erik ve que respira trabajosamente.

– Es una vivienda protegida, tienes vigilancia policial -dice Joona-. Nadie puede dar o buscar información sobre ti, tenemos una orden judicial al respecto. Estás a salvo, Evelyn.

– Quizá mientras esté aquí dentro -dice ella-, pero alguna vez tendré que salir, y a Josef se le da bien esperar.

Camina hasta la ventana, mira al exterior y luego se sienta en el sofá.

– ¿Sabes dónde puede estar escondido tu hermano? -pregunta Joona.

– ¿Creen que yo sé algo?

– ¿Es así? -inquiere Erik.

– ¿Me va a hipnotizar?

– No. -Sonríe, sorprendido.

La joven no lleva maquillaje y, cuando lo mira, sus ojos parecen vulnerables y desprotegidos.

– Si quiere, puede hacerlo -dice ella, y luego baja rápidamente la mirada.

En el piso hay un dormitorio con una amplia cama, un par de sillones y un televisor, un cuarto de baño con ducha y una cocina con una zona para comer. Los cristales de las ventanas son todos antibalas, y las paredes están pintadas de un sereno tono amarillo.

Erik mira a su alrededor y sigue a la chica hasta la cocina.

– Muy bonito -comenta.

Ella se encoge de hombros. Va vestida con un jersey rojo y unos vaqueros desgastados, y lleva el pelo recogido de cualquier forma en una coleta.

– Hoy me van a traer algunos objetos personales -dice.

– Eso está bien -señala Erik-. Uno suele sentirse mejor cuando…

– ¿Mejor? ¿Qué sabe usted sobre lo que haría que me sintiera mejor?

– He trabajado con…

– Perdone, pero no me importa en absoluto -lo interrumpe ella-. Dije que no quería hablar con psicólogos ni asistentes sociales.

– No estoy aquí en calidad de eso.

– ¿Entonces?

– He venido para intentar encontrar a Josef.

Ella se vuelve hacia él y le espeta:

– Pues no está aquí.

Sin saber muy bien por qué, Erik decide no contarle nada sobre Benjamín.

– Escucha, Evelyn -dice en cambio tranquilamente-, necesito tu ayuda para poder establecer quiénes son los conocidos de Josef.

Ella tiene una mirada brillante, casi febril.

– Vale -contesta, y frunce un poco los labios.

– ¿Tiene novia?

Los ojos de Evelyn se oscurecen y su boca se tensa.

– ¿Quiere decir además de mí?

– Sí.

Ella niega con la cabeza después de un rato.

– ¿Con quién se relaciona?

– No tiene ningún círculo de amigos.

– ¿Compañeros de clase?

– Que yo sepa, nunca ha tenido amigos -responde ella encogiéndose de hombros.

– Si necesitara ayuda con algo, ¿a quién se dirigiría? -pregunta entonces Erik.

– No lo sé… A veces habla con los borrachos que están detrás del Systemet.

– ¿Sabes quiénes son? ¿Cómo se llaman?

– Uno de ellos lleva un tatuaje en la mano.

– ¿Cómo es?

– No me acuerdo…, un pez, me parece.

Evelyn se levanta y vuelve junto a la ventana. Erik la observa. La luz del día incide sobre su rostro joven. Puede distinguir perfectamente las arterias pulsantes en su fino y largo cuello.

– ¿Crees que podría alojarse en casa de alguno de ellos?

Ella se encoge levemente de hombros.

– Tal vez… -dice.

– ¿Lo crees de veras?

– No.

– ¿Qué crees, entonces?

– Creo que Josef me encontrará a mí antes de que ustedes lo encuentren a él.

Erik la mira. La chica tiene la frente apoyada contra el cristal de la ventana, y él se pregunta si debe seguir presionándola. Hay algo en su voz apagada, en la desconfianza que demuestra, que le indica que Evelyn sabe cosas sobre su hermano pequeño que nadie más puede saber.

– Evelyn, ¿qué es lo que quiere Josef?

– No tengo fuerzas para hablar de ello.

– ¿Quiere matarme?

– No lo sé.

– ¿Tú qué crees?

Ella inspira profundamente y su voz suena ronca y cansada cuando dice:

– Si cree que usted se ha interpuesto entre él y yo, si siente celos, así lo hará.

– ¿El qué?

– Matarlo.

– ¿Quieres decir que lo intentará?

Evelyn se pasa la lengua por los labios, se vuelve hacia él y luego baja la mirada. Erik quiere repetirle la pregunta pero no le sale la voz. En ese mismo instante llaman a la puerta. La chica mira a Joona y a Erik, parece asustada y da un par de pasos atrás ocultándose en la cocina.

Llaman de nuevo. Joona va hasta la puerta, echa un vistazo por la mirilla y luego abre. Dos agentes de policía entran en el vestíbulo. Uno de ellos carga una gran caja de cartón.

– Creo que hemos traído todo lo que estaba en la lista -dice el de la caja-. ¿Dónde quiere que lo dejemos?

– Donde sea -dice Evelyn débilmente al tiempo que sale de la cocina.

– ¿Me firma aquí?

El agente le entrega un albarán y ella lo firma. Una vez se han marchado, Joona vuelve a echar la llave. La joven se apresura entonces hasta la puerta, comprueba que ha cerrado bien y luego se vuelve de nuevo hacia ellos.

– Pedí que me trajeran algunas cosas de casa…

– Sí, lo has dicho antes.

Evelyn se agacha en cuclillas, retira el precinto marrón de la caja y abre las solapas. Saca una hucha plateada en forma de conejo y un cuadro enmarcado en el que se ve un ángel de la guarda, pero de pronto se detiene en seco.