– Tengo que hacerlo -dice con voz débil.
El policía levanta una mano y niega con la cabeza.
– Lo siento pero no puedo dejarla pasar -dice.
– Es mi hijo.
Nota los brazos de su padre alrededor pero intenta soltarse.
– No está aquí, Simone.
– ¡Suéltame!
Continúa avanzando y se asoma a la habitación. En su interior Simone ve que hay un colchón tirado en el suelo, montones de cómics antiguos, bolsas vacías de patatas fritas, fundas protectoras para calzado de color azul claro, latas de conservas, varias cajas de cereales y una hacha grande y reluciente.
Capítulo 28
Domingo 13 de diciembre, mediodía, festividad de Santa Lucía
Simone está sentada en el coche de vuelta de Tumba, escuchando a su padre hablar sobre la falta de coordinación de la policía. Ella no contesta, sino que lo deja protestar mientras observa por la ventanilla a las familias que pasean por la calle. Madres de camino a algún lugar con pequeños excesivamente abrigados que parlotean con el chupete en la boca. Algunos niños intentan avanzar por el fango helado con patinetes de nieve. Todos llevan mochilas parecidas colgadas a la espalda. Un grupo de chicas con adornos de Santa Lucía en el pelo comen algo de una bolsa y se ríen divertidas.
«Ya ha pasado más de un día entero desde que secuestraron a Benjamín, desde que lo sacaron a rastras de su propio hogar», piensa Simone mientras se mira las manos, que descansan sobre sus rodillas. Las marcas rojas de las esposas son aún claramente visibles.
Nada indica que Josef Ek esté implicado en su desaparición. No había huellas de Benjamín en el cuarto oculto, sólo de Josef. Con toda probabilidad, el chico estaba dentro del habitáculo cuando ella y su padre bajaron al sótano.
Simone piensa que debía de estar agazapado, escuchándolos, debió de darse cuenta de que habían descubierto su escondite y lo más silenciosamente que pudo se estiró para coger el hacha. Cuando surgió el tumulto, cuando los policías entraron y los arrastraron a ella y a Kennet al piso de arriba, Josef aprovechó para empujar el armario, llevar la escalera hasta la claraboya y salir al exterior.
Escapó del hospital, engañó a la policía y aún sigue libre. Dieron la alarma a nivel nacional, pero Josef Ek no pudo haber secuestrado a Benjamin. Se trata tan sólo de dos sucesos que tuvieron lugar al mismo tiempo, como ha intentado explicarle Erik.
– ¿Vienes? -pregunta Kennet.
Simone levanta la mirada y piensa que ahora hace más frío. Su padre le dice varias veces que baje del coche y finalmente se da cuenta de que ha aparcado en Luntmakargatan.
Al llegar a su apartamento abre la puerta de entrada y ve la ropa de abrigo de Benjamin colgada en el recibidor. El corazón le da un vuelco al pensar que su hijo está en casa, antes de recordar que se lo llevaron de allí en pijama.
Su padre está pálido, comenta que quiere ducharse y desaparece en el baño.
Simone se apoya contra la pared, cierra los ojos y piensa: «Si recupero a Benjamin, prometo que olvidaré todo lo que ha pasado en estos días. Nunca hablaré de ello, no me enfadaré con nadie, jamás volveré a pensar en ello, sólo estaré agradecida.»
Oye a Kennet abrir el agua en el baño.
Se quita los zapatos con un suspiro y deja caer la chaqueta en el suelo, luego entra en el dormitorio y se sienta en la cama. De repente no consigue recordar qué ha ido a hacer a la habitación, si quizá iba a coger algo o sólo quería echarse un rato y descansar. En la palma de la mano nota el frío de las sábanas y ve los pantalones del pijama arrugado de Erik sobresaliendo por debajo de la almohada.
En el mismo momento en que el grifo de la ducha se cierra se acuerda de lo que iba a hacer. Había pensado coger una toalla para su padre y luego encender el ordenador de Benjamín e intentar buscar algo que pudiera tener relación con su secuestro. Se levanta, saca una toalla de baño gris del armario y regresa al pasillo. La puerta del aseo se abre y sale Kennet, vestido.
– Toalla -dice ella.
– He usado la pequeña.
Tiene el pelo húmedo y huele a lavanda. Simone se da cuenta de que debe de haber usado el jabón barato del dispensador del lavabo.
– ¿Te has lavado el pelo con jabón de manos? -pregunta ella.
– Olía bien -contesta él.
– Hay champú, papá.
– Es lo mismo.
– De acuerdo. – Ella sonríe y decide no contarle para qué se usa la toalla pequeña.
– Voy a preparar café -dice Kennet dirigiéndose hacia la cocina.
Simone deja la toalla gris sobre el aparador y continúa hacia la habitación de Benjamín, pone en marcha el ordenador y se sienta en la silla frente al escritorio. Allí todo está igual que antes: la ropa de cama se halla tirada en el suelo y el vaso de agua está volcado.
Cuando suena la melodía de bienvenida del sistema operativo, Simone coloca la mano sobre el ratón, espera unos segundos y hace clic en la foto en miniatura de Benjamín para iniciar la sesión.
El ordenador solicita un nombre de usuario y una contraseña. Simone teclea «Benjamín», respira profundamente y luego escribe «Dumbledore».
La pantalla parpadea, como un ojo que se cierra y luego se abre nuevamente.
Está dentro.
En el fondo de escritorio del PC se ve una fotografía de un ciervo en un claro de un bosque. Una luz mágica cubre la vegetación, y el tímido animal da la impresión de estar tranquilo, sereno.
Pese a que Simone sabe que está invadiendo el ámbito más privado de Benjamín, siente como si de pronto algo de él estuviera de nuevo cerca.
– Eres un genio -oye decir a su padre a su espalda.
– No -contesta ella.
Kennet apoya una mano en su hombro mientras ella abre el programa de correo electrónico.
– ¿A partir de qué fecha revisamos los mensajes? -pregunta ella.
– Los revisaremos todos.
Simone examina los encabezados de los correos electrónicos y los abre uno detrás de otro.
Un compañero de clase tiene una pregunta sobre una colecta.
Hay que hacer un trabajo en grupo.
Alguien asegura que Benjamin ha ganado cuarenta millones de euros en la lotería española.
Kennet sale de la habitación y al poco regresa con un par de tazas.
– El café es la mejor bebida del mundo -dice sentándose-. ¿Cómo leches has conseguido meterte en el ordenador?
Ella se encoge de hombros y bebe un sorbo de su café.
– Llamaré a Kalle Jeppson y le diré que ya no necesitamos su lenta ayuda.
Simone sigue revisando el correo. Abre un mail de Aida donde la chica bromea sobre el argumento de una película y asegura que Arnold Schwarzenegger es un Shrek lobotomizado.
Una circular semanal del colegio.
El banco aconseja no dar los datos de tus cuentas de ahorros.
Facebook, Facebook, Facebook y más Facebook.
Simone entra en la cuenta de Facebook de Benjamin y observa que hay cientos de solicitudes de amistad de un grupo llamado Hypno Monkey. Todas las entradas se refieren a Erik. Hay diferentes teorías hirientes acerca de que Benjamin ha sido hipnotizado para comportarse como un tonto, pruebas de que su padre ha practicado hipnotismo con toda la sociedad sueca, un mensaje de alguien que exige una compensación económica porque Erik le ha hipnotizado el pene.
Hay también un enlace a un vídeo de Youtube. Simone lo abre y ve un vídeo corto titulado Asshole. [9] La voz en off de un científico describe en qué consiste el hipnotismo serio mientras las imágenes muestran a Erik abriéndose paso entre varias personas; accidentalmente, empuja a una anciana con un andador que le hace un corte de mangas a sus espaldas.