– ¿Wailord?
– Es malo.
– ¿Adonde iba Aida, Nicke?
Las mejillas del chico tiemblan al decir:
– No encuentra a Benjamín, eso no es bueno.
– Pero ¿adonde iba ahora?
Nicke parece a punto de echarse a llorar mientras sacude la cabeza.
– Huy, huy, huy, no debes hablar con personas mayores que no conoces…
– Mira, Nicke, yo no soy una persona mayor común y corriente -dice Kennet, saca su billetera y encuentra una fotografía suya con el uniforme de policía.
Nicke mira la foto detenidamente y luego dice, muy serio:
– Aida ha ido va a ver a Wailord. Tiene miedo de que haya mordido a Benjamín. -Y añade, abriendo nuevamente los brazos-: Wailord abre la boca tal que así.
Kennet sonríe tratando de aparentar tranquilidad.
– ¿Sabes dónde vive Wailord? -pregunta a continuación.
– No puedo ir al mar, no puedo ni siquiera acercarme.
– ¿Cómo se va al mar?
– En el autobús.
Nicke se palpa algo en el bolsillo y murmura para sí.
– Wailord jugó conmigo una vez y yo tenía que pagar -dice tratando de sonreír-. Sólo estaba de broma. Me engañaron para que comiera una cosa que no hay que comer.
Kennet espera. Nicke se ruboriza y juguetea con la cremallera. Tiene suciedad en las uñas.
– ¿Qué comiste? -pregunta Kennet.
Las mejillas del chico vuelven a temblar intensamente de nuevo.
– No quiero -contesta mientras las lágrimas ruedan por sus rechonchas mejillas.
Kennet le da unas palmaditas en el hombro e intenta emplear un tono de voz sereno al decir:
– Parece ser que Wailord es realmente malo.
– Muy malo.
Entonces se da cuenta de que Nicke está tocando todo el tiempo algo que guarda en un bolsillo de su pantalón.
– Soy policía, ya lo sabes, y te aseguro que nadie va a hacerte daño.
– Eres demasiado viejo.
– Pero soy fuerte.
Nicke parece más contento ahora.
– ¿Puedo tomar otra Coca-Cola?
– Si te apetece…
– Sí, gracias.
– ¿Qué llevas en el bolsillo? -pregunta Kennet tratando de sonar indiferente.
Nicke sonríe.
– Es un secreto -responde.
– Ah -dice Kennet, y se abstiene de preguntar nada más.
El chico muerde el anzuelo.
– ¿No quieres saberlo?
– No tienes que contármelo si no quieres, Nicke.
– Huy, huy, huy -dice-. No puedes ni imaginar lo que es.
– No creo que sea nada especial.
Nicke saca la mano del bolsillo.
– Te voy a decir lo que es. -Abre el puño-. Es mi poder.
En la mano de Nicke hay un pequeño montón de tierra. Kennet mira inquisitivo al chico, que sólo sonríe.
– Soy un Pokémon de tierra -exclama, complacido.
– Un Pokémon de tierra.
Nicke cierra nuevamente el puño con la tierra y vuelve a meterlo en el bolsillo.
– ¿Sabes qué poderes tengo?
Kennet niega con la cabeza y en ese mismo instante descubre a un hombre con la cabeza apepinada que camina por delante de la fachada oscura y húmeda del otro lado de la calle. Da la impresión de estar buscando algo, y en la mano lleva un bastón con el que da pequeños golpes en el suelo. De repente a Kennet se le ocurre que quizá esté tratando de atisbar por las ventanas de la planta baja. Decide ir a preguntarle qué está haciendo, pero Nicke le ha puesto la mano en el brazo.
– ¿Sabes qué poderes tengo? -insiste el chico.
La mirada de Kennet se aparta renuente del hombre. Nicke empieza a contar con los dedos mientras habla:
– Soy bueno contra los Pokémon eléctricos, los Pokémon de fuego, los venenosos, los de piedra y los de acero. No pueden luchar conmigo, así que ahí estoy seguro. En cambio, no puedo luchar contra los Pokémon voladores, ni tampoco contra los de hierba ni los Pokémon insecto.
– ¿Ah, sí? -dice Kennet distraído mientras observa cómo el hombre se detiene. Parece como si fingiera buscar algo, pero en realidad se inclina hacia el interior de una ventana.
– ¿Me escuchas? -pregunta Nicke preocupado.
Él trata de sonreírle animado, pero cuando vuelve de nuevo la vista hacia el edificio, ve que el hombre ha desaparecido. Aguza la mirada hacia la ventana del bajo de la casa pero no consigue distinguir si está abierta.
– No tolero el agua -explica Nicke con tristeza-. El agua es lo peor, no la tolero, le tengo mucho miedo al agua.
Kennet se libera con cuidado de su mano.
– Espera un momento -dice, y da unos pasos en dirección al edificio.
– ¿Qué hora es? -pregunta el chico.
– ¿La hora? Las seis menos cuarto.
– Entonces tengo que irme. Se enfada si llego tarde.
– ¿Quién se enfada? ¿Es tu padre el que se enfada?
Nicke se ríe.
– ¡Yo no tengo padre!
– ¿Tu madre, entonces?
– No, Ariados se enfada, va a recoger unas cosas.
Nicke mira a Kennet dubitativo, luego baja la mirada y pregunta:
– ¿Me das dinero? Si llevo poco, me castigará.
– Espera un momento -dice Kennet, que empieza a prestar de nuevo atención a sus palabras-. ¿Es Wailord el que te pide dinero?
Se alejan del quiosco juntos y él repite su pregunta:
– ¿Es Wailord el que quiere dinero?
– ¿Estás loco? ¿Wailord? Me tragaría…, pero ellos…, los otros, ellos sí pueden nadar hasta él.
Nicke mira atrás un instante por encima del hombro.
– ¿Quién es el que quiere dinero? -insiste Kennet.
– Ya te lo he dicho: Ariados -contesta el chico impaciente-. ¿Tienes dinero? Si me das dinero, puedo hacer algo. Puedo darte un poco de poder…
– No hace falta -dice Kennet sacando su billetera-. ¿Es suficiente con veinte coronas?
Nicke ríe encantado, se guarda el billete en el bolsillo y echa a correr calle abajo sin decir adiós.
Kennet se queda inmóvil un momento e intenta comprender qué es lo que ha dicho el chico. No puede encajar todo lo que le ha contado, pero sin embargo lo sigue. Cuando rodea la esquina ve que está parado esperando junto al semáforo. Éste se pone en verde y el muchacho se apresura a cruzar. Parece como si se dirigiera a la biblioteca de la plaza cuadrada. Kennet cruza las calles tras él y se detiene junto a un cajero a esperar. Nicke ha vuelto a pararse. Luego empieza a caminar impaciente alrededor de la fuente que hay frente a la biblioteca. El sitio está mal iluminado pero, sin embargo, Kennet ve que el chico toca todo el tiempo la tierra en el bolsillo de su pantalón.
De repente un chico más pequeño cruza el parterre de arbustos plantados junto a la clínica odontológica y entra en la plaza. Se aproxima a Nicke, se detiene tías él y dice algo. Nicke se arroja inmediatamente al suelo y alarga el dinero hacia él. El otro lo cuenta y luego le da unas palmaditas en la cabeza. De repente lo agarra por el cuello de la chaqueta, lo arrastra hasta el borde de la fuente y le sumerge la cara en el agua. Kennet tiene el impulso de salir corriendo hacia ellos, pero en cambio se obliga a quedarse inmóvil. Está allí para encontrar a Benjamín, no puede asustar al chico que quizá sea Wailord o que pueda guiarlo hasta él. Permanece de pie con las mandíbulas tensas, apretadas, mientras cuenta los segundos hasta que sea necesario acudir corriendo. Las piernas de Nicke se sacuden, patalean, y Kennet observa la impasibilidad con que lo mira el otro chico mientras lo suelta. Nicke se sienta en el suelo junto a la fuente, tose y eructa. El otro le da una última palmadita en el hombro y luego se aleja.
Kennet se apresura tras él a través de los arbustos y luego cuesta abajo por un parterre de césped embarrado hasta un camino peatonal. Lo sigue por una zona de casas altas hasta un portal, aprieta el paso y alcanza la puerta antes de que ésta se cierre. Suben juntos en el ascensor y ve que el botón del seis está iluminado. Baja también en el sexto piso, disimula, finge buscar algo en los bolsillos y ve que el chico se acerca a una puerta y saca la llave.