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De pronto Erik, vuelve a oír en su mente la voz de Benjamin cuando lo llamó desde el maletero del coche, piensa en su actitud adulta al tratar de no parecer asustado. Saca una pastilla rosa de Citadon de la caja de madera y la traga con un poco de café frío. La mano ha empezado a temblarle tanto que le resulta difícil volver a dejar la taza en el plato.

Se dice que Benjamín debía de estar terriblemente asustado, encerrado en la oscuridad del vehículo. Quería oír su voz, no sabía nada. No sabía quién se lo había llevado, ni adonde se dirigían.

¿Cuánto tiempo le llevará a Kennet rastrear la llamada? Erik está furioso por haber tenido que delegar la misión, pero se dice que si su suegro puede encontrar a Benjamín, todo lo demás no tiene ninguna importancia.

Apoya la mano en el auricular del teléfono y piensa en llamar a la policía para meterles prisa. Necesita saber si han llegado a algo, si han rastreado la llamada y si tienen ya algún sospechoso. Cuando comunica con la centralita y explica el motivo de su llamada, lo transfieren mal y debe volver a empezar. Espera poder hablar con Joona Linna, pero le pasan con el agente Fredrik Stensund, quien le confirma que está a cargo del sumario del caso por la desaparición de Benjamín Bark. El asistente de policía se muestra comprensivo y explica que él también tiene hijos adolescentes:

– Cuando salen, uno pasa la noche en vela, preocupado, sabe que debe dejarlos ir pero…

– Benjamín no salió de fiesta -dice Erik con gravedad.

– No, ciertamente tenemos datos que contradicen…

– Lo raptaron -interrumpe Erik.

– Entiendo cómo debe de sentirse, pero…

– No darán prioridad a la búsqueda de Benjamín, ¿verdad? -remacha Erik.

Ambos quedan en silencio. El asistente de policía respira profundamente varias veces antes de volver a hablar:

– Considero seriamente lo que dice y le prometo que haremos todo lo posible.

– Entonces encárguese de rastrear esa llamada -replica Erik.

– Nos estamos ocupando de ello -asegura Stensund.

– Por favor… -termina Erik débilmente.

Luego permanece sentado con el auricular en la mano. Deben rastrear la llamada, piensa. Deben encontrar un lugar, una zona en el mapa, una dirección. Tan sólo pueden atenerse a eso. Lo único que Benjamín pudo contarle fue que había oído una voz.

Como si hablaran desde debajo de una manta, piensa Erik, aunque no está seguro de recordarlo bien. ¿En verdad su hijo dijo que había oído una voz, una voz apagada? Quizá fuera sólo un murmullo, un sonido que le pareció una voz, sin palabras, sin significado. Erik se pasa la mano por los labios. Mira de nuevo la fotografía y se pregunta si hay algo entre la hierba, pero no ve nada. Luego se recuesta hacia atrás en su silla y cierra los ojos. La imagen sigue allí: sobre el seto y la valla oscura se ve un destello rosado, y el montículo verde que se desliza suavemente parece tener una tonalidad azul. Como una tela que se extendiera en el cielo nocturno, piensa. Y en ese mismo instante recuerda que Benjamin dijo algo sobre una casa, un caserón en ruinas.

Abre los ojos y se levanta de la silla. La voz apagada había dicho algo sobre una mansión. Erik no entiende cómo ha podido olvidarlo. Eso fue lo que dijo Benjamin antes de que el coche se detuviera.

Mientras se pone el abrigo intenta recordar dónde ha visto él un caserón; no existen tantos en la zona. Recuerda que vio uno en alguna parte al norte de Estocolmo, cerca de Rosersberg. Piensa con rapidez: la iglesia de Ed, en Runby. Hay que cruzar la avenida y la colina, dejar atrás el pueblo y descender hacia el lago Mälaren. La construcción se encuentra a la izquierda, en dirección al lago, antes de llegar a los barcos de piedra de Runsaborg. Es una especie de castillito de madera con torres, balconadas y un exceso de adornos de carpintería.

Erik abandona su despacho y atraviesa el corredor a toda prisa. Intenta recordar el día de la excursión y piensa que Benjamin también iba en el coche. Habían visto los barcos de piedra, uno de los mayores cementerios vikingos de Suecia, se habían detenido en medio de la elipse de grandes piedras grises sobre el césped verde. Era a finales de verano y hacía mucho calor. Erik recuerda el aire inmóvil y las mariposas sobre la gravilla del aparcamiento cuando subieron de nuevo al vehículo caldeado y emprendieron el viaje de regreso con las ventanillas bajadas.

En el ascensor que lleva al aparcamiento, recuerda que tras algunos kilómetros se desvió al arcén, detuvo el coche, señaló el caserón y le preguntó bromeando a Benjamín si le gustaría vivir allí.

– ¿Dónde?

– En esa casona -había dicho él, pero lo cierto es que ya no recordaba cuál había sido la respuesta de Benjamín.

El sol está a punto de ponerse. La luz oblicua despide destellos en el hielo de un charco en el aparcamiento del sector de neurología. La grava cruje bajo los neumáticos del coche cuando dobla hacia la entrada principal.

Obviamente Erik entiende que es poco probable que Benjamín se refiriera a esa casa en particular, aunque no es del todo imposible. Conduce hacia el norte por la E 4 mientras la luz menguante vuelve turbio el mundo. Parpadea tratando de ver mejor, y en cuanto aparecen los primeros tonos azulados en el horizonte, su mente comprende que está a punto de oscurecer.

Media hora después se acerca a la casona. Ha intentado comunicarse con Kennet cuatro veces para saber si ha conseguido rastrear la llamada de Benjamín, pero nadie ha respondido y Erik no ha dejado ningún mensaje.

El cielo conserva aún un débil brillo sobre el gran lago, mientras que el bosque se ve completamente negro. Conduce lentamente por la estrecha calle de entrada al pueblo, que ha ido creciendo en torno al lago. Los faros del automóvil recorren chalets recién construidos, casas de fin de siglo y pequeñas cabañas de recreo. Las luces relampaguean en las ventanas e iluminan una entrada para vehículos con un triciclo. Erik disminuye la velocidad y ve el caserón dibujarse detrás de una alta colina. Pasa junto a algunas casas más y luego aparca a un lado del camino. Baja del coche y retrocede, abre una verja que da a un terreno con un chalet de ladrillos oscuros, camina por el césped y rodea la casa. Un mástil es azotado por su cuerda. Erik salta la valla hacia el terreno contiguo y pasa junto a una piscina cubierta por un plástico que cruje. El gran ventanal de la casa baja que da al lago se ve de color negro. El empedrado está cubierto de hojas oscuras. Erik apura el paso, intuye el caserón al otro lado del seto y se abre camino a través de él.

Piensa que la finca está más protegida del acceso que las demás.

Los faros de un coche que circula por el camino iluminan algunos árboles. Erik recuerda la extraña fotografía de Aida, el pasto amarillento y el seto. Se acerca a la gran casa de madera y nota que un fuego azul parece arder en una de las habitaciones.

La casona tiene unas altas ventanas con montantes y un tejado voladizo que parece hecho de encaje tejido. Piensa que desde allí la vista del lago debe de ser fantástica. Una torre hexagonal más alta en uno de los costados y dos miradores acristalados hacen que la construcción parezca un palacio de madera en miniatura. El revestimiento de la pared llega hasta la base, pero la línea se interrumpe por un panel falso que crea una impresión multidimensional. El marco de la puerta está hecho en madera tallada, y las jambas terminan en un hermoso arco apuntado.

Al acercarse a la ventana, Erik ve que la luz azul proviene de un televisor. Están viendo un programa sobre patinaje artístico. La cámara sigue los largos desplazamientos, los saltos con giros y los rápidos cortes de los patines. La luz azul titila en las paredes de la habitación. En el sofá hay un hombre obeso con unos pantalones de chándal de color gris. Se quita las gafas y vuelve a reclinarse en el asiento. Parece ser que no hay nadie más con él. Sobre la mesita baja sólo se ve una taza. Erik intenta atisbar en la habitación contigua. Algo rechina débilmente al otro lado del cristal. Camina hasta la siguiente ventana y en el interior ve un dormitorio con la cama sin hacer y la puerta cerrada. Sobre la mesilla de noche hay algunos pañuelos arrugados junto a un vaso de agua y un mapa de Australia cuelga de una pared. Se oye cómo algo gotea en el alféizar. Erik prosigue su camino hacia la siguiente ventana. Las cortinas están cerradas y no se puede ver nada a través de ellas, pero de nuevo oye el extraño chirrido y algo parecido a un «clic».