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– A veces ando por aquí en calzoncillos, pero no se lo cuentes a nadie.

Erik le sonríe y nota la tensión en su propio rostro. Quedan en silencio y Kurt lo mira.

– Hace muchos años -comienza Erik-, grabé mis sesiones de hipnotismo.

– ¿Cuánto hace?

– Alrededor de diez años, hay una serie de cintas de VHS que…

– ¿VHS?

– Sí, ya eran obsoletas entonces -continúa Erik.

– Todas las cintas de vídeo se han digitalizado.

– Bien.

– Se encuentran en el archivo del ordenador.

– ¿Y cómo puedo acceder a ellas?

Kurt sonríe y Erik ve resaltar el esmalte blanco de los dientes en su rostro bronceado.

– Creo que puedo ayudarte.

Se dirigen juntos hacia los cuatro terminales que se encuentran en un hueco de las estanterías. Luego Kurt teclea rápidamente la contraseña y recorre con el cursor la pantalla buscando entre las grabaciones transferidas.

– ¿La cinta debería llevar tu nombre? -pregunta.

– Sí, así debería ser -responde Erik.

– No está -dice Kurt al cabo de un rato-. Probaré con «Hipnosis».

Teclea la palabra y realiza una nueva búsqueda.

– Aquí hay algo, míralo tú mismo.

No hay ningún resultado en lo que concierne a la terapia de Erik. Lo único relacionado con él de esa época es un documento sobre solicitudes y concesiones. Teclea la palabra «Caserón» y realiza una nueva búsqueda. Prueba con el nombre «Eva Blau», aunque los integrantes de su grupo no estaban registrados como pacientes del hospital.

– No hay nada -dice finalmente, cansado.

– Verás, hubo muchas complicaciones con las transferencias -explica Kurt-. Mucho material se arruinó, todo lo que estaba en Betamax y…

– ¿Quién lo digitalizó?

Kurt se vuelve hacia él y se encoge de hombros, lamentándose:

– Lo hicimos Conny y yo.

– Pero las cintas originales deben de estar en alguna parte -intenta Erik.

– Lo siento, pero realmente no tengo ni idea.

– ¿Crees que Conny podría saber algo?

– No.

– Llámalo y pregúntaselo, por favor.

– Se ha ido de viaje a Simrishamn.

Erik le da la espalda e intenta pensar con calma.

– Sé que gran parte del material fue destruido por error -dice Kurt.

Erik lo mira fijamente.

– Se trata de una investigación de vital importancia -declara, agotado.

– Ya te he dicho que lo siento.

– Lo sé, no quería…

Kurt retira una hoja seca de una de las plantas.

– ¿Abandonaste el hipnotismo? -pregunta-. Sí, claro que lo hiciste.

– Así es, pero ahora necesito comprobar…

Erik se interrumpe, no soporta continuar, sólo quiere regresar a su despacho, tomarse una pastilla y acostarse.

– A menudo tenemos problemas técnicos aquí abajo -continúa Kurt-, pero cada vez que nos quejamos nos responden que hagamos lo que podamos. «Tomáoslo con calma», nos dijeron cuando borramos los informes relativos a una investigación sobre la lobotomía realizados durante diez años. Viejas admisiones, cintas de 16 milímetros que fueron transferidas a VHS en la década de los ochenta pero que no llegaron a la era del ordenador.

Capítulo 36

Martes 15 de diciembre, por la mañana

Por la mañana temprano, la gran sombra del Palacio de Justicia se reclina sobre la fachada de la comisaría de policía. Sólo la torre central, más alta que las demás, es bañada por la luz del sol. En las primeras horas tras el amanecer, el edificio se va despojando de su sombra y adquiere un brillo dorado. El tejado cobrizo resplandece, el bello diseño con canales incorporados y las pequeñas salientes de cobre donde el agua de lluvia se filtra en los canalones se cubren de pequeñas gotas condensadas. Durante el día la luz permanece mientras las sombras de los árboles giran lentamente como las manecillas de un reloj, y pocas horas antes del anochecer la fachada vuelve a verse gris.

Carlos Eliasson está en su despacho junto al acuario mirando por la ventana cuando Joona Linna llama a su puerta y la abre de inmediato sin aguardar respuesta.

Carlos se sobresalta y se vuelve. Como de costumbre, al ver a Joona su rostro se carga de contradicciones. Le da la bienvenida con una mezcla de timidez, simpatía e irritación, hace un gesto en dirección a la silla que está al otro lado de su escritorio y descubre que aún sostiene en la mano el frasco de comida para peces.

– He visto que ha nevado -dice vagamente mientras deja el bote junto al acuario.

Joona se sienta y echa un vistazo por la ventana. Una fina capa de nieve cubre el parque Kronoberg.

– Quizá tengamos una Navidad blanca, quién sabe. -Carlos sonríe al tiempo que se sienta en su silla, frente a Joona-. En Skåne, donde yo crecí, nunca nevaba en Navidad. El paisaje siempre se veía iguaclass="underline" una luz gris sobre el campo…

Carlos se interrumpe de manera abrupta.

– Pero no has venido a charlar sobre el tiempo, ¿no? -dice con aspereza.

– No exactamente.

Joona le dirige una mirada serena y se apoya en el respaldo del asiento.

– Quiero ocuparme del caso del hijo desaparecido de Erik Maria Bark.

– No -contesta Carlos con rudeza.

– Fui yo quien comenzó con…

– No, Joona. Tenías permiso para continuar mientras estuviera relacionado con Josef Ek.

– Aún lo está -replica Joona, tozudo.

Carlos se pone en pie, da un par de pasos impacientes y se vuelve hacia él.

– Nuestras directrices son muy claras, los recursos no están para…

– Creo que el secuestro del chico tiene relación con la sesión de hipnotismo a la que se sometió a Josef Ek.

– ¿A qué te refieres ahora? -pregunta Carlos, irritado.

– A que no puede ser una coincidencia que el hijo de Erik Maria Bark desapareciera pocos días después del hipnotismo.

Carlos vuelve a sentarse y de repente parece menos seguro cuando intenta argumentar:

– La fuga de un adolescente no es un caso para la policía judicial.

– No se ha fugado -dice Joona secamente.

Carlos echa un rápido vistazo a sus peces, se inclina hacia adelante y prosigue en voz baja:

– Joona, sólo porque tengas remordimientos no puedo permitirte…

– Entonces solicito el traslado -declara Joona poniéndose en pie.

– ¿Adonde?

– Al departamento que se ocupa del caso.

– Otra vez actúas con terquedad -replica Carlos rascándose indignado la coronilla.

– Pero estoy en mi derecho. -Joona sonríe.

– Dios mío -suspira Carlos, mira sus peces y sacude preocupado la cabeza.

Joona echa a andar en dirección a la puerta.

– Espera -lo llama su superior.

Él se detiene, se vuelve y enarca las cejas interrogativamente mirando a Carlos.

– Te diré lo que haremos: no te harás cargo del caso, no será tuyo, pero dispondrás de una semana para investigar la desaparición del muchacho.

– Bien.

– Y ahórrate esa frase tuya de «¿Qué te había dicho?».

– De acuerdo.

Joona baja luego en el ascensor hasta su planta, saluda a Anja, que agita la mano en su dirección sin desviar la vista de la pantalla de su ordenador, y pasa frente al despacho de Petter Näslund. En el interior, la radio está encendida y un periodista deportivo comenta la actuación del equipo femenino de esquí con afectada energía en la voz. Joona retrocede sobre sus pasos y regresa junto a Anja.

– No tengo tiempo -dice ella sin mirarlo.

– Sí lo tienes -replica él con calma.

– Esto es muy importante.

Joona intenta mirar por encima del hombro de ella.

– ¿En qué estás trabajando? -pregunta.

– En nada.

– ¿Dime de qué se trata?

Ella suspira.

– Es una subasta. Mi oferta es la más alta en este momento, pero hay un idiota que hace subir el precio constantemente.