– Haremos una breve pausa -dije.
Sibel se incorporó despacio y salió a fumar. Pierre fue I ras ella. Jussi se quedó en la silla, pesado y relajado. Ninguno de ellos estaba totalmente despierto, el ascenso había sido demasiado abrupto, pero como íbamos a volver a bajar en seguida, pensé que sería mejor mantener al grupo en ese difuso nivel de conciencia. Me senté en la silla, me froté el rostro con las manos y estaba haciendo algunas anotaciones cuando Marek Semiovic se acercó a mí.
– Bien hecho. -Sonrió secamente.
– No ha sido como lo había imaginado -contesté.
– A mí me ha parecido divertido -dijo.
Lydia se aproximó también con sus joyas tintineantes. El cabello teñido con alheña adquirió un tono intensamente rojizo cuando un rayo de sol incidió sobre él.
– ¿Qué? -pregunté-. ¿Qué ha sido tan divertido?
– Que pusieras en su lugar a esa ramera de clase alta.
– ¿Qué has dicho? -preguntó Lydia.
– No estoy hablando de ti, sino de…
– No debes decir que Charlotte es una ramera porque eso no es cierto -dijo Lydia con suavidad-. ¿No es así, Marek?
– De acuerdo, esta bien.
– ¿Sabes lo que hace una ramera?
– Sí.
– Ser una ramera -continuó ella con una sonrisa- no tiene por qué ser malo. Uno elige serlo o no, se trata del shakti, la energía femenina, el poder de la mujer.
– Exacto, quieren tener poder -dijo Marek con fervor-. Diablos, a mí no me dan lástima, te lo aseguro.
Me hice a un lado y eché un vistazo a mis anotaciones, pero seguí oyendo su conversación.
– Hay quienes no logran equilibrar su chakra -dijo Lydia con tranquilidad-, y por supuesto se sienten mal.
Marek Semiovic se sentó. Se lo veía inquieto, se pasó la lengua por los labios y observó a Lydia.
– Seguramente ocurrieron cosas en el caserón -dijo en voz baja-. Lo sé, pero…
Quedó en silencio y apretó los dientes, de forma que se movieron los músculos de su mandíbula.
– En realidad, todo está bien -dijo ella tomándole la mano.
– Pero ¿por qué no puedo recordar?
Sibel y Pierre volvieron a entrar en la sala. Todos estaban taciturnos y apagados. A Charlotte se la veía frágil, tenía los delgados brazos en cruz sobre el pecho y las manos apoyadas sobre los hombros.
Cambié la cinta de la cámara de vídeo, recité la hora y la fecha y expliqué que todos los pacientes se encontraban aún en un estado posthipnótico. Miré por el visor, elevé un poco el trípode y ajusté la cámara. Luego coloqué bien las sillas y les pedí a los pacientes que ocuparan nuevamente sus lugares.
– Por favor, sentaos, es hora de continuar -dije.
De repente llamaron a la puerta y entró Eva Blau. Vi lo tensa que estaba y me acerqué a ella.
– Bienvenida -dije.
– ¿Lo soy? -preguntó.
– Sí -respondí.
Vi que aparecían unas manchas rojizas en sus mejillas y en su cuello cuando fui a coger su abrigo para colgarlo. La acompañé hasta el grupo y acerqué una silla más al semicírculo.
– Eva Blau antes era paciente del doctor Ohlson, pero en adelante formará parte de nuestro grupo. Todos intentaremos hacer que se sienta bienvenida.
Sibel asintió, contenida, Charlotte sonrió con amabilidad y los demás la saludaron retraídamente. Marek fingió no verla en absoluto.
Eva Blau se sentó en la silla vacía y apretó las manos entre los muslos. Regresé a mi lugar y pausadamente di comienzo a la segunda parte.
– Sentaos cómodos, con los pies apoyados en el suelo y las manos sobre las rodillas. La primera parte no ha resultado como yo la había imaginado.
– Pido disculpas -dijo Charlotte.
– Nadie debe pedir disculpas, y menos aún tú, espero que lo entiendas.
Eva Blau me observaba fijamente todo el tiempo.
– Comenzaremos haciendo algunas reflexiones acerca de la primera parte -dije-. ¿Alguien quiere hacer algún comentario?
– Confuso -dijo Sibel.
– Frustrante -continuó Jussi-. Es decir, sólo tuve tiempo de abrir los ojos y rascarme la cabeza antes de que terminara.
– ¿Qué sentiste? -le pregunté.
– Pelo -contestó con una sonrisa.
– ¿Pelo? -inquirió Sibel riendo tontamente.
– Cuando me rasqué la cabeza -explicó Jussi.
Algunos se rieron de la broma.
– Estableced asociaciones a partir del pelo -dije sonriendo-. ¿Charlotte?
– No sé -dijo ella-. ¿Pelo? Quizá barba…, ¿no?
Pierre la interrumpió con su voz clara:
– Un hippy, un hippy en helicóptero. -Sonrió-. Se sienta así, mastica chicle y se desliza…
Eva se puso repentinamente en pie con gran estrépito.
– Todo esto no son más que tonterías -espetó indignada dirigiéndose a Pierre.
La sonrisa de él se desvaneció.
– ¿Por qué opinas eso? -pregunté.
Eva no contestó. Sólo me miró a los ojos antes de volver a sentarse malhumorada.
– Pierre, ¿quieres continuar? -pedí con calma.
Él negó con la cabeza y juntó los dedos índices de ambas manos formando una cruz en dirección a Eva, simulando protegerse así de ella.
– A Dennis Hopper le dispararon porque era hippy -murmuró de manera conspirativa.
Sibel rió tontamente y me miró de reojo. Jussi carraspeó e hizo un gesto con la mano en dirección a Eva Blau.
– En el caserón te librarías de nuestras tonterías -dijo con su fuerte acento.
La sala quedó en completo silencio. Pensé que Eva no podía saber lo que el caserón significaba para nuestro grupo, pero aun así lo dejó pasar. Se volvió hacia Jussi y pareció que iba a reaccionar de manera agresiva, pero él la miró con gesto calmo y serio y finalmente ella se contuvo.
– Eva, comenzamos con ejercicios de relajación y respiración -le expliqué-. Luego los hipnotizo de manera individual o por parejas. Naturalmente, todos participan todo el tiempo, independientemente del nivel de conciencia en el que se encuentren.
Una sonrisa irónica se extendió por el rostro de ella.
– A veces -continué-, si veo que funciona, intento que todo el grupo entre en un trance profundo.
Acerqué una silla y les pedí que cerraran los ojos y se pusieran cómodos.
– Los pies deben descansar firmes en el suelo, las manos sobre las rodillas.
Mientras los guiaba hacia un estado de relajación más profunda, pensé que debía comenzar investigando el cuarto secreto de Eva Blau. Era importante que ella contribuyera pronto con algo para entrar en comunión con los demás. Conté en orden descendente y escuché su respiración, sumí al grupo en una leve hipnosis y luego los dejé flotando justo por debajo de la plateada superficie del agua.
– Eva, ahora me ocuparé sólo de ti -dije con calma-.
Debes confiar en mí, te cuidaré durante la hipnosis. No puede ocurrirte nada malo. Te sentirás relajada y segura, escucharás mi voz y seguirás mis palabras. Sigue todo el tiempo mis indicaciones sin cuestionarlas previamente. Te encontraras envuelta en el flujo de palabras, ni antes ni después, sino siempre en medio de…
Nos hundimos en el agua grisácea y vislumbré al resto del grupo suspendido con la coronilla pegada al ondulado espejo. Luego nos sumergimos en la profunda oscuridad siguiendo una cuerda, un cabo con ondeantes jirones de algas.
Al mismo tiempo, en la realidad, estaba detrás de la silla de Eva Blau con una mano sobre su hombro mientras hablaba calma y quedamente. Su cabello olía a tabaco. Ella permanecía reclinada hacia atrás con el rostro relajado.
En mi propio trance, el agua frente a ella se veía a veces marrón y otras veces gris. El rostro quedaba a oscuras y los labios se cerraban fuertemente apretados. Una cortante arruga se veía entre las cejas, pero su mirada era totalmente negra. Me pregunté por dónde empezar. En realidad, sabía muy poco de ella. El diario de Lars Ohlson no contenía prácticamente ningún detalle de su pasado. Me veía obligado a explorarlo por mí mismo, y decidí intentar entrar con cuidado. A menudo quedaba demostrado que la tranquilidad y una buena disposición de ánimo constituían el camino más corto hacia lo más difícil.