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– Hola -dijo alegremente-. Me gustaría que nos diera su opinión acerca de otra de sus pacientes, una mujer llamada Eva Blau, a quien la semana pasada internaron de urgencia en una institución psiquiátrica.

– ¿De qué está hablando?

Me aparté, pero el cámara me siguió. La oscura lente del objetivo me buscó. Miré a la mujer rubia y vi su identificación en el pecho: Stefanie von Sydow. Vi su gorra blanca de ganchillo y la mano que hacía señas al cámara para que se acercara.

– ¿Aún cree usted que el hipnotismo es una terapia válida? -preguntó.

– Sí -contesté.

– Entonces, ¿seguirá con la práctica?

La luz blanca de las altas ventanas al final del pasillo se reflejaba en el brillante suelo húmedo de la sección de psiquiatría del hospital Södersjukhus. Pasé junto a una larga hilera de puertas de pintura descascarada cerradas con ribetes de goma, me detuve junto a la habitación B39 y observé que mis zapatos habían dejado un rastro de pisadas secas en la brillante película del suelo.

Se oyeron ruidos sordos en una habitación lejana, un débil llanto y luego el silencio. Me quedé allí un momento intentando organizar mis pensamientos antes de abrir la puerta. Saqué la llave, la introduje en la cerradura, la hice girar y entré.

El olor a cera abrillantadora entró conmigo en la oscura habitación cargada de vapores de sudor y vómito. Eva Blau estaba tendida en la cama de espaldas a mí. Me acerqué a la ventana con la intención de dejar pasar la luz, quise alzar las cortinas un poco, pero el sistema de suspensión estaba encallado. Por el rabillo del ojo vi que Eva comenzaba a volverse. Tiré con fuerza de la cortina, y finalmente subió con un fuerte estrépito.

– Lo siento -dije-. Sólo quería que entrara un poco…

En la repentina y penetrante luz, vi a Eva Blau sentada con las comisuras de los labios colgando en una expresión amarga. Me dirigió una mirada anestesiada y mi corazón se aceleró. Eva se había mutilado la punía de la nariz. Su espalda formaba una joroba y tenía un vendaje ensangrentado en la mano. Me miraba fijamente.

– Eva, he venido nada más saberlo -dije.

Se palmeó lentamente el estómago con la mano vendada. La herida redonda que quedaba donde se había cortado la nariz se veía muy roja en su rostro atormentado.

– Intentaba ayudaros -dije-, pero empiezo a comprender que me equivoqué en casi todo. Creía que estaba en el buen camino, que entendía cómo funcionaba el hipnotismo, pero no era así. No entendía nada, y me apena muchísimo no haber podido hacer nada por ninguno de vosotros.

Se pasó el dorso de la mano por la nariz. De la herida comenzó a manar sangre que cayó sobre su boca.

– ¿Eva? ¿Por qué te has hecho eso? -pregunté.

– ¡Fuiste tú, es culpa tuya! -gritó de repente-. Todo es culpa tuya, me has arruinado la vida. ¡Te llevaste todo cuanto tenía!

– Entiendo que estés enfadada conmigo porque…

– Cierra la boca -me espetó-. No entiendes nada. Mi vida está arruinada y yo arruinaré la tuya. Puedo esperar. Esperaré cuanto sea necesario, pero finalmente me vengaré.

Luego gritó con la boca muy abierta, un grito ronco y desquiciado. La puerta se abrió y el doctor Andersen entró en la habitación.

– Será mejor que espere fuera -dijo, sobresaltado.

– La enfermera me ha dado las llaves, así que he pensado…

Me arrastró hacia el pasillo, cerró la puerta y giró la llave en la cerradura.

– Esa paciente está paranoica y…

– No, no lo creo -lo interrumpí con una sonrisa.

– Se trata de mi evaluación y de mi paciente -replicó él.

– Sí, lo siento.

– Todos los días nos exige cientos de veces que cerremos su puerta y guardemos bien la llave.

– Sí, pero…

– Ha dicho que no declarará contra nadie, que podemos someterla a descargas eléctricas y violaciones, pero que no contará nada. ¿Qué les ha hecho en realidad a sus pacientes? Está asustada, terriblemente asustada. Es una locura que usted haya entrado…

– Está furiosa conmigo pero no me teme -lo interrumpí alzando el tono.

– La he oído gritar -repuso él.

Tras mi visita al hospital y el encuentro con Eva Blau, subí al coche y me dirigí al estudio de televisión. Pedí ver a Stefanie von Sydow, la periodista de «Rapport» que había intentado obtener declaraciones mías un rato antes ese mismo día. La recepcionista llamó entonces a una asistente de redacción y me pasó el teléfono. Le dije que estaba dispuesto a ser entrevistado y, tras unos segundos, bajó a mi encuentro una mujer joven de cabello corto y mirada inteligente.

– Stefanie lo recibirá dentro de diez minutos -dijo.

– Bien.

– Lo acompañaré a la sala de maquillaje.

Cuando regresé a casa después de la corta entrevista, vi que todas las habitaciones estaban a oscuras. Llamé a gritos pero nadie respondió. Finalmente encontré a Simone sentada en el sofá frente al televisor apagado en el primer piso.

– ¿Ha ocurrido algo? -pregunté-. ¿Dónde está Benjamín?

– En casa de David -contestó con voz sorda.

– ¿No es hora de que vuelva a casa? ¿Qué le has dicho?

– Nada.

– ¿Qué ocurre? Háblame, Simone.

– ¿Por qué habría de hacerlo? No sé quién eres -repuso.

Sentí que la inquietud me recorría el cuerpo. Me acerqué e intenté retirarle un mechón de pelo del rostro.

– No me toques -me espetó apartando la cabeza.

– ¿No quieres hablar?

– ¿Que no quiero? No se trata de mí -dijo-. Eres tú quien debería haber hablado. No deberías haber dejado que encontrara las fotografías, no deberías haber hecho que me sintiera como una idiota.

– ¿De qué fotografías hablas?

Abrió un sobre de color azul claro y dejó caer algunas fotos. Me vi a mí mismo posando en el apartamento de Maja Swartling y luego una serie de imágenes de ella vestida sólo con unas braguitas verde ciar». El cabello negro caía en mechones sobre sus grandes pechos blancos. Se la veía alegre, ligeramente ruborizada en las mejillas. Había una gran cantidad de primeros planos más o menos borrosos de sus senos. En una de las imágenes, tenía las piernas abiertas frente al objetivo.

– Sixan, intentaré…

– No puedo soportar más mentiras -me interrumpió-. No en este momento.

Encendió el televisor, puso el canal de noticias, y vi que justo estaban dando la información sobre el escándalo del hipnotismo. Annika Lorentzon, la directora del hospital universitario Karolinska, no quería pronunciarse sobre el caso mientras permaneciera abierta la investigación. Sin embargo, cuando el informado periodista tocó el tema de la cuantiosa subvención que la junta había asignado recientemente a Erik Maria Bark, se sintió presionada y se vio obligada a responder.

– Fue un error -dijo en voz baja.

– ¿Cuál cree que fue el error?

– Erik Maria Bark está suspendido de empleo y sueldo por tiempo indefinido.

– ¿Sólo por tiempo indefinido?

– No podrá seguir practicando el hipnotismo en el hospital Karolinska -dijo.

Luego vi mi propio rostro en la pantalla, sentado en un estudio de televisión con la mirada asustada.

– ¿Seguirá con la terapia en otros hospitales? -preguntó la presentadora.

La miré como si no entendiera la pregunta y negué casi imperceptiblemente con la cabeza.

– Señor Bark, ¿aún cree usted que el hipnotismo es una forma válida de tratamiento? -preguntó a continuación.

– No lo sé -contesté débilmente.

– ¿Tiene pensado seguir con la práctica?

– No.

– ¿Nunca más?

– Jamás volveré a hipnotizar a nadie -declaré.

– ¿Es eso una promesa? -preguntó la periodista.

– Sí.

Capítulo 38

Miércoles 16 de diciembre, por la mañana

Erik se estremece. La mano en la que sostiene el vaso se sacude y el café salpica su chaqueta y el puño de la camisa.