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Joona lo mira intrigado y coge un pañuelo de papel de la caja que hay sobre el salpicadero del coche.

Erik observa a través del cristal de la ventanilla la gran casa de madera de color amarillo, el jardín y el césped sobre el que hay un enorme muñeco de Winnie the Pooh con unos afilados dientes pintados.

– ¿Es peligrosa? -pregunta Joona.

– ¿Quién?

– Eva Blau.

– Quizá -contesta Erik-. Es decir, es muy capaz de hacer cosas peligrosas.

Joona apaga el motor, ambos se quitan el cinturón de seguridad y salen del vehículo.

– No espere usted demasiado -advierte Joona con su melancólico acento finlandés-. Quizá Liselott Blau no tenga nada que ver con Eva.

– No -dice Erik, pensativo.

Recorren el sendero negro grisáceo de pizarra. Pequeños copos de nieve se arremolinan en el aire. Al alzar la mirada, parece un velo blanco, una niebla lechosa frente a la gran casa de madera.

– No obstante, deberíamos tener cuidado -dice Joona-. Ésta podría ser realmente el «caserón».

Su rostro simétrico y amigable se ilumina con una débil sonrisa. Erik se detiene en medio del sendero al tiempo que nota que la tela mojada en torno a su muñeca se ha enfriado. Huele a café viejo.

– El caserón es una casa en la antigua Yugoslavia -dice-. Es un apartamento en Jakobsberg y un gimnasio en Stocksund, una casa de color verde claro en Dorotea, y así sucesivamente.

No puede evitar sonreír cuando se encuentra con la mirada intrigada de Joona.

– El caserón no es una casa concreta, sino un concepto -explica Erik-. El grupo de hipnotismo llamaba «caserón»… al lugar donde habían tenido lugar los abusos.

– Creo que lo entiendo -dice Joona-. ¿Dónde estaba el caserón de Eva Blau?

– Ése es el problema -repone Erik-. Ella fue la única que no encontró el camino hacia su caserón. A diferencia de los demás, nunca describió un lugar concreto.

– Quizá sea aquí -dice Joona señalando en dirección a la casa.

Siguen avanzando a grandes pasos por el sendero de pizarra. Erik tantea en su bolsillo la caja con el papagayo. Se siente mal, es como si aún estuviera aturdido por los recuerdos. Se rasca la frente. Quiere tomar una píldora, ansia tomar una, pero sabe que debe conservar la mente lúcida. Debe dejar las pastillas, no puede seguir así por más tiempo. Ya no puede seguir ocultándose. Tiene que encontrar a Benjamín antes de que sea demasiado tarde.

Erik pulsa el timbre y oye el pesado sonido a través de la madera maciza. Debe obligarse a no derribar la puerta, correr hacia el interior y gritar llamando a Benjamín. Joona tiene la mano dentro de la chaqueta. Tras un momento abre la puerta una mujer joven con gafas, pelo rojizo y las mejillas picadas de viruela.

– Estamos buscando a Liselott Blau -dice Joona.

– Soy yo -contesta ella expectante.

Joona mira a Erik y entiende que la mujer pelirroja no es la misma que antaño se hacía llamar Eva Blau.

– En realidad, estamos buscando a Eva -dice.

– ¿Eva? ¿Qué Eva? -pregunta la mujer-. ¿De qué se trata?

Joona le muestra su credencial de policía y pregunta si pueden pasar un momento. Ella se niega y el comisario le pide entonces que se ponga un abrigo y salga con ellos. Unos minutos más tarde se sitúan sobre el duro césped cubierto de escarcha y hablan con el vapor escapando de sus bocas.

– Vivo sola -dice la mujer.

– Es una casa grande.

Ella muestra una amplia sonrisa.

– Disfruto de una buena posición.

– ¿Eva Blau es pariente suya?

– Ya les he dicho que no conozco a ninguna Eva Blau.

Joona le enseña tres fotografías de Eva que ha impreso a partir de la grabación de vídeo, pero la mujer pelirroja sólo niega con la cabeza.

– Obsérvelas con detenimiento -dice Joona seriamente.

– No me diga lo que tengo que hacer -replica ella.

– No, sólo le estoy pidiendo que…

– Yo pago su sueldo -lo interrumpe ella hablando lentamente-. Con el dinero de mis impuestos el Estado paga su salario.

– Por favor, mire las fotografías de nuevo -dice él.

– No la he visto en mi vida.

– Es importante -explica Erik.

– Quizá para ustedes -dice la mujer-, pero no para mí.

– Se hace llamar Eva Blau -continúa Joona-. Ése es un apellido muy poco común en Suecia.

De repente Erik ve que una cortina se mueve en el piso superior. Se abalanza hacia la casa mientras oye que Joona y la mujer lo llaman a su espalda. Cruza el umbral a la carrera y mira a su alrededor en el vestíbulo, ve la ancha escalera y sube dando grandes zancadas.

– ¡Benjamín! -grita deteniéndose.

El pasillo se extiende en ambas direcciones; las puertas conducen a diferentes dormitorios y cuartos de baño.

– ¿Benjamin? -llama de nuevo, esta vez en voz baja.

El suelo cruje en alguna parte. Oye que la mujer entra corriendo en la planta baja. Erik intenta entender cuál es la ventana en la que vio ondear la cortina y camina rápidamente hacia la derecha en dirección a una puerta situada al final del pasillo. Intenta abrirla, pero se percata de que está cerrada con llave. A continuación se inclina y mira por el ojo de la cerradura. La llave está puesta, pero cree adivinar un movimiento de oscuros reflejos en el metal.

– ¡Abre la puerta! -dice alzando la voz.

La mujer pelirroja ha empezado a subir la escalera.

– ¡No puede estar aquí dentro! -exclama.

Erik da un paso atrás, abre la puerta de una patada y entra. La habitación está vacía. Ve una gran cama con las sábanas revueltas, una manta de color rosa pálido y un armario con espejos ahumados en las puertas. Una cámara montada sobre un trípode enfoca directamente hacia la cama. Se acerca al armario y abre la puerta, pero comprueba que no hay nadie allí. Se vuelve, mira las pesadas cortinas y el sillón. Luego se agacha y observa que alguien se acurruca en la oscuridad debajo de la cama: tiene unos ojos tímidos y asustados, unos delgados muslos y los pies descalzos.

– Sal de ahí -dice Erik con firmeza.

Alarga un brazo, agarra un tobillo y tira de él hasta que de debajo de la cama aparece un joven desnudo. El chico intenta explicar algo. Habla rápida e intensamente con él en un idioma parecido al árabe mientras se pone un pantalón vaquero. La manta se mueve entonces sobre la cama y de debajo asoma otro chico y le dice algo a su amigo en tono imperioso. El primero se calla de inmediato. Junto a la puerta ha aparecido también la mujer, que repite una y otra vez con voz temblorosa que deje en paz a sus amigos.

– ¿Son menores de edad? -pregunta Erik.

– Fuera de mi casa -dice ella, furiosa.

El segundo muchacho se ha envuelto con la manta. Coge un cigarrillo y observa a Erik sonriendo.

– ¡Fuera! -ordena Liselott Blau.

Erik atraviesa el pasillo y baja la escalera mientras la mujer lo sigue gritando con voz ronca que se vaya al infierno. Erik abandona la casa y sigue el sendero de pizarra. Joona lo está esperando fuera con el arma oculta junto a su cuerpo. La mujer se detiene frente a la puerta.

– ¡No pueden hacer esto! -exclama-. Es ilegal, la policía debe tener una orden judicial para entrar de este modo en un domicilio particular.

– Yo no soy policía -replica Erik.

– Pero… Los denunciaré por esto, se lo aseguro.

– Hágalo si lo desea -dice Joona-. Yo mismo puedo recoger su denuncia.

Capítulo 39

Miércoles 16 de diciembre, por la tarde

Antes de salir a la calle Norrtäljevägen, Joona detiene un momento el coche en el arcén, al tiempo que por su lado pasa un polvoriento camión volquete cargado de piedra molida. El comisario saca un papel del bolsillo de su chaqueta y lee:

– Aún quedan cinco personas que se apellidan Blau en el área de Estocolmo, tres en Västeräs, dos en Eskilstuna y una en Umeä.