—¡Bien! —dijo Bilbo tras esperar largo rato—. ¿Qué hay de respuesta?
Pero de súbito Gollum se vio robando en los nidos, hacía mucho tiempo, y sentado en el barranco del río enseñando a su abuela, enseñando a su abuela a sorber...
—¡Huevoss! —siseó—. ¡Huevoss, eso es! —y enseguida preguntó:
El propio Gollum se dijo que la adivinanza era asombrosamente fácil, pues él pensaba día y noche en la respuesta. Pero por el momento no se le ocurrió nada mejor, tan aturdido estaba aún por la cuestión del huevo.
De cualquier modo fue todo un problema para Bilbo, quien nunca había tenido nada que ver con el agua cuando había podido evitarlo. Imagino que ya conocéis la respuesta, no lo dudo, o que podéis adivinarla en un abrir y cerrar de ojos, ya que estáis cómodamente sentados en casa, y el peligro de ser comidos no turba vuestros pensamientos. Bilbo se sentó y carraspeó una o dos veces, pero la respuesta no llegó.
Al cabo Gollum se puso a sisear entre dientes, complacido.
—¿Es agradable, preciosso mío? ¿Es jugoso? ¿Cruje de rechupete? —espió a Bilbo en la oscuridad.
—Un momento —dijo Bilbo temblando de miedo—. Yo te he dado una buena oportunidad hace poco.
—¡Tiene que darse prisa, darse prisa! —dijo Gollum, comenzando a pasar del bote a la orilla para acercarse a Bilbo, pero cuando puso en el agua las patas grandes y membranosas, un pez saltó espantado y cayó sobre los pies de Bilbo.
—¡Uf! —dijo—, ¡que frío y pegajoso! —y así acertó—. ¡Un pez, un pez! —gritó—. ¡Es un pez!
Gollum quedó horriblemente desilusionado; pero Bilbo le propuso otro acertijo tan rápido como le fue posible, y Gollum tuvo que volver al bote y pensar.
No era realmente el momento apropiado para este acertijo pero Bilbo estaba en un apuro. A Gollum le habría costado bastante acertar si Bilbo lo hubiera preguntado en otra ocasión. Tal como ocurrió, hablando de peces, «sin piernas» no parecía muy difícil, y el resto fue obvio. «Un pez sobre una mesa pequeña, un hombre sentado a la mesa en un taburete, y el gato que consigue las espinas. » Ésa era la respuesta, por supuesto, y Gollum la encontró pronto.
Entonces pensó que ya era momento de preguntar algo horrible y difícil. Esto fue lo que dijo:
El pobre Bilbo sentado en la oscuridad pensó en todos los horribles nombres de gigantes y ogros que alguna vez había oído en los cuentos, pero ninguno hacía todas esas cosas. Tenía el presentimiento de que la respuesta era muy diferente y que la sabía de algún modo, pero no era capaz de ponerse a pensar. Empezó a sentir miedo, y esto es malo para pensar.
Gollum salió entonces del bote. Saltó al agua y avanzó hacia la orilla. Bilbo alcanzaba a ver los ojos que se acercaban. La lengua parecía habérsele pegado al paladar; quería gritar: ¡Dame tiempo! Pero todo lo que salió en un súbito chillido fue:
—¡Tiempo! ¡Tiempo!
Bilbo se salvó por pura suerte. Pues naturalmente ésta era la respuesta.
Gollum quedó otra vez desilusionado; ahora estaba enojándose y cansándose del juego. Le había dado mucha hambre en verdad, y no volvió al bote. Se sentó en la oscuridad junto a Bilbo. Esto incomodó todavía más al hobbit y le nubló el ingenio.
—Ahora él tiene que hacernos una pregunta, preciosso mío, sí, ssí, ssí. Una pregunta máss para acertar, sí, ssí —dijo Gollum.
Pero Bilbo no podía pensar en ningún acertijo con aquella cosa asquerosamente fría y húmeda al lado, sobándolo y empujándolo. Se rascaba, se pellizcaba; y seguía sin poder pensar.
—¡Pregúntenos! ¡Pregúntenos! —decía Gollum.
Bilbo se pellizcaba y se palmoteaba; aferró la espada con una mano y tanteó el bolsillo con la otra. Allí encontró el anillo que había recogido en el túnel, y que había olvidado.
—¿Qué tengo en el bolsillo? —dijo, en voz alta; hablaba consigo mismo, pero Gollum creyó que era un acertijo y se sintió terriblemente desconcertado.
—¡No vale! ¡No vale! —siseó—. ¿No es cierto que no vale, preciosso mío, preguntarnos qué tiene en los asquerosos bolsillitos?
Bilbo, viendo lo que había pasado y no teniendo nada mejor que decir, repitió la pregunta en voz más alta:
—¿Qué hay en mis bolsillos?
—Sss —siseó Gollum—. Tiene que darnos tres oportunidades, preciosso mío, tress oportunidadess.
—¡De acuerdo! ¡Adivina! —dijo Bilbo.
—¡Las manoss! —dijo Gollum.
—Falso —dijo Bilbo, quien por fortuna había retirado la mano otra vez—. ¡Prueba de nuevo!
—Sss —dijo Gollum más desconcertado que nunca.
Pensó en todas las cosas que él llevaba en los bolsillos: espinas de pescado, dientes de trasgos, conchas mojadas, un trozo de ala de murciélago, una piedra aguzada para afilarse los colmillos, y otras cosas repugnantes. Intentó pensar en lo que otra gente podía llevar en los bolsillos.
—¡Un cuchillo! —dijo al fin.
—¡Falso! —dijo Bilbo, que había perdido el suyo hacía tiempo—. ¡Última oportunidad!
Ahora Gollum se sentía mucho peor que cuando Bilbo le había planteado el acertijo del huevo. Siseó, farfulló y se balanceó adelante y atrás, golpeteando el suelo con los pies, y se meneó y retorció; sin embargo no se decidía, no quería echar a perder esa última oportunidad.
—¡Vamos! —dijo Bilbo—. ¡Estoy esperando!
Trató de parecer valiente y jovial, pero no estaba muy seguro de cómo terminaría el juego, ya Gollum acertase o no.
—¡Se acabó el tiempo! —dijo.
—¡Una cuerda o nada! —chilló Gollum, quien no respetaba del todo las reglas, respondiendo dos cosas a la vez.
—¡Las dos mal! —gritó Bilbo, mucho más aliviado; e incorporándose de un salto, se apoyó de espaldas en la pared más próxima y desenvainó la pequeña espada.
Naturalmente, sabía que el torneo de las adivinanzas era sagrado y de una antigüedad inmensa, y que aún las criaturas malvadas temían hacer trampas mientras jugaban. Pero sentía también que no podía confiar en que aquella criatura viscosa mantuviera una promesa. Cualquier excusa le parecería apropiada para eludirla. Y al fin y al cabo la última pregunta no había sido un acertijo genuino de acuerdo con las leyes ancestrales.
Pero sin embargo Gollum no lo atacó enseguida. Miraba la espada que Bilbo tenía en la mano. Se quedó sentado, susurrando y estremeciéndose. Al fin, Bilbo no pudo esperar más.
—Y bien —dijo—, ¿qué hay de tu promesa? Me quiero ir; tienes que enseñarme el camino.
—¿Dijimos eso, preciosso? Mostrarle la salida al pequeño y asqueroso Bolsón, sí, sí. Pero, ¿qué tiene él en los bolsillos? ¡Ni cuerda, preciosso, ni nada! ¡Oh, no! ¡Gollum!
—No te importa —dijo Bilbo—; una promesa es una promesa.
—Vaya, ¡qué prisa! ¡Impaciente, preciosso! —siseó Gollum—, pero tiene que esperar, sí. No podemos subir por los pasadizos tan de prisa; primero tenemos que recoger cosas, sí, cosas que nos ayuden.
—¡Bien, apresúrate! —dijo Bilbo, aliviado al pensar que Gollum se marchaba.
Creía que sólo se estaba excusando, y que no pensaba volver. ¿De qué hablaba Gollum? ¿Qué cosa útil podía guardar en el lago oscuro? Pero se equivocaba. Gollum pensaba volver. Estaba enfadado ahora y hambriento. Y era una miserable y malvada criatura y ya tenía un plan.
No muy lejos estaba su isla, de la que Bilbo nada sabía; y allí, en un escondrijo, guardaba algunas sobras miserables y una cosa muy hermosa, muy maravillosa. Tenía un anillo, un anillo de oro, un anillo precioso.