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—Excitable el compañerito —dijo Gandalf, mientras se sentaban de nuevo—. Tiene extraños y graciosos ataques, pero es uno de los mejores: tan fiero como un dragón en apuros.

Si habéis visto alguna vez un dragón en apuros, comprenderéis que esto sólo podía ser una exageración poética aplicada a cualquier hobbit, aún a Toro Bramador, el tío bisabuelo del Viejo Tuk, tan enorme (como hobbit) que hasta podía montar a caballo. En la batalla de los Campos Verdes había cargado contra las filas de trasgos del Monte Gram, y blandiendo una porra de madera le arrancó de cuajo la cabeza al rey Golfimbul. La cabeza salió disparada unas cien yardas por el aire y fue a dar a la madriguera de un conejo, y de esta forma, y a la vez, se ganó la batalla y se inventó el juego del golf.

Mientras tanto, sin embargo, el más gentil descendiente de Toro Bramador volvía a la vida en la sala de estar. Al cabo de un rato y luego de un trago se arrastró nervioso hacia la puerta. Esto fue lo que oyó; hablaba Gloin:

—¡Hum! —o un bufido semejante—. ¿Creéis que servirá? Está muy bien que Gandalf diga que este hobbit es fiero, pero un chillido como ése en un momento de excitación bastaría para despertar al dragón y al resto de la parentela, y matarnos a todos. ¡Creo que sonaba más a miedo que a excitación! En verdad, si no fuese por la señal en la puerta, juraría que habíamos venido a una casa equivocada. Tan pronto como eché una ojeada a ese pequeñajo que se sacudía y resoplaba sobre el felpudo, tuve mis dudas. ¡Más parece un tendero que un saqueador!

En ese momento el señor Bolsón abrió la puerta y entró. La vena Tuk había ganado. De pronto sintió que si se quedaba sin cama ni desayuno podría parecer realmente fiero. En cuanto al pequeñajo que se sacudía sobre el felpudo, casi le hizo perder la cabeza. Más tarde, y a menudo, la parte Bolsón se lamentaría de lo que hizo entonces, y se diría: «Bilbo, fuiste un tonto; te decidiste a entrar y metiste la pata».

—Perdonadme —dijo—, si por casualidad he oído lo que estabais diciendo. No pretendo entender lo que habláis, ni esa referencia a saqueadores, pero no creo equivocarme si digo que sospecháis que no sirvo —esto es lo que él llamaba no perder la dignidad—. Lo demostraré. No hay señal alguna en mi puerta, se pintó la semana anterior, y estoy seguro de que habéis venido a la casa equivocada. Desde el momento en que vi vuestras extrañas caras en el umbral tuve mis dudas. Pero considerad que es la casa correcta. Decidme lo que queréis que haga y lo intentaré, aunque tuviera que ir desde aquí hasta el Este del Este y luchar con los hombres gusanos del último Desierto. Tuve, una vez, un tío architatarabuelo, Toro Bramador Tuk, y...

—Sí, sí, pero eso fue hace mucho —dijo Gloin—. Estaba hablando de vos. Y os aseguro que hay una marca en esta puerta: la normal en el negocio, o la que hasta hace poco era normal. Saqueador nocturno busca un buen trabajo, con mucha Excitación y Remuneración razonable, así es como todo el Mundo la entiende. Podéis decir Buscador Experto de Tesoros en vez de saqueador si lo preferís. Algunos lo hacen. Para nosotros es lo mismo. Gandalf nos dijo que había un hombre de esas características por estos lugares, que buscaba un trabajo inmediato, y que habían concertado una cita este miércoles, aquí y a la hora del té.

—Claro que hay una marca —dijo Gandalf— La puse yo mismo. Por muy buenas razones. Me pedisteis que encontrara al hombre decimocuarto para vuestra expedición, y elegí al señor Bilbo. Basta que alguien diga que elegí al hombre o la casa equivocada y podéis quedaros en trece y tener toda la mala suerte que queráis, o volver a picar carbón.

Clavó la mirada con tal ira en Gloin que el enano se acurrucó en la silla; y cuando Bilbo intentó abrir la boca para hacer una pregunta, se volvió hacia él con el entrecejo fruncido, adelantando las cejas, espesas, hasta que el hobbit cerró la boca de golpe.

—Está bien —dijo Gandalf—. No discutamos más. He elegido al señor Bolsón y eso tendría que bastar a todos. Si digo que es un saqueador nocturno, lo es de veras, o lo será llegado el momento. Hay mucho más en él de lo que imagináis y mucho más de lo que él mismo se imagina. Tal vez (posiblemente) aún viváis todos para agradecérmelo. Ahora, Bilbo, muchacho, ¡vete a buscar la lámpara y pongamos un poco de luz a todo esto!

Sobre la mesa, a la luz de una gran lámpara de pantalla roja, Gandalf extendió un trozo de pergamino bastante parecido a un mapa.

En el mapa de Thror, dice: “Aquí antaño fué Thain Rey bajo la Montaña”. No es Thain sino “Thráin”, el hijo de Náin I.

—Esto lo hizo Thror, tu abuelo, Thorin —dijo respondiendo a las excitadas preguntas de los enanos—. Es un plano de la Montaña.

—No creo que nos sea de gran ayuda —dijo Thorin desilusionado, tras echar un vistazo—. Recuerdo la Montaña muy bien, así como las tierras que hay por allí. Y sé dónde está el Bosque Negro, y el Brezal Marchito, donde se crían los grandes dragones.

—Hay un dragón señalado en rojo sobre la Montaña —dijo Balin—, pero será bastante fácil encontrarlo sin eso, si alguna vez llegamos allí.

—Hay también un punto que no habéis advertido —dijo el mago—, y es la entrada secreta. ¿Veis esa runa en el lado oeste, y la mano que apunta hacia ella desde las otras runas? Eso indica un pasadizo oculto a los Salones Inferiores —mirad el mapa que acompaña a este libro, y allí veréis las runas.

—Puede que en otra época fuese secreto —dijo Thorin—, pero ¿cómo sabremos si todavía lo es? El Viejo Smaug ha vivido allí mucho tiempo y ha de conocer bien esas cuevas.

—Tal vez... pero no pudo haberlo utilizado desde hace años y años.

—¿Por qué?

—Porque es demasiado pequeño. Cinco pies de altura y tres pasan con holgura, dicen las runas, pero Smaug no podría arrastrarse por un agujero de ese tamaño, ni siquiera cuando era un dragón joven, y menos después de haber devorado tantos enanos y hombres de Valle.

—Pues a mí me parece un agujero bastante grande —chilló Bilbo, que nada sabía de dragones, y en cuanto a agujeros sólo conocía los de los hobbits; se sentía otra vez excitado e interesado, y olvidó mantener la boca cerrada; le encantaban los mapas, y en el vestíbulo colgaba uno enorme del País Redondo con todos sus caminos favoritos marcados en tinta roja—. ¿Cómo una puerta tan grande pudo haber sido un secreto para todo el Mundo, aún sin tener en cuenta al dragón? —preguntó; recordad que era sólo un pequeño hobbit.

—De muchos modos —dijo Gandalf—. Pero cómo ha quedado oculta, no lo sabremos sin antes ir a mirar. Por lo que dice el mapa, me imagino que hay una puerta cerrada que no se distingue del resto de la ladera. El método común entre los enanos, ¿no es cierto?

—Muy cierto —dijo Thorin.

—Además —prosiguió Gandalf—, olvidé mencionar que con el mapa venía una llave, una llave pequeña y rara. ¡Hela aquí! —dijo, y dio a Thorin una llave de plata, larga, de dientes intrincados—. ¡Guárdala bien!

—Así lo haré —dijo Thorin, y la enganchó en una cadenilla que le colgaba del cuello bajo la chaqueta—. Ahora las cosas parecen más prometedoras. Estas noticias les dan mejor aspecto. Hasta hoy no teníamos una idea demasiado clara de lo que podíamos hacer. Pensábamos marchar hacia el Este en silencio y con toda la cautela posible, hasta llegar a Lago Largo. Las dificultades empezarían después...

—Mucho antes, si algo sé de los caminos del Este —interrumpió Gandalf

—Podríamos subir desde allí bordeando el Río Rápido —dijo Thorin sin prestar atención—, y luego hasta las ruinas de Valle, la vieja ciudad a la sombra de la Montaña. Pero a ninguno nos gustaba mucho la idea de la Puerta Principal. El río sale justo ahí atravesando el gran risco al sur de la Montaña, y de ahí sale también el dragón, muy a menudo desde hace tiempo, a menos que haya cambiado de costumbres.