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—Muchísimas gracias, no lo pongo en duda —dijo Bilbo con una reverencia—. Pero no puedo abandonar a mis amigos de este modo, me parece, después de lo que hemos pasado juntos. ¡Y además prometí despertar al viejo Bombur a medianoche! ¡Realmente tengo que marcharme, y rápido!

Nada de lo que dijeran iba a detenerlo, de modo que se le proporcionó una escolta, y cuando se pusieron en marcha, el rey y Bardo lo saludaron con respeto. Cuando atravesaron el campamento, un anciano envuelto en una capa oscura se levantó de la puerta de la tienda donde estaba sentado y se les acercó.

—¡Bien hecho, señor Bolsón! —dijo, dando a Bilbo una palmada en la espalda—. ¡Hay siempre en ti más de lo que uno espera! —era Gandalf.

Por primera vez en muchos días Bilbo estaba de verdad encantado. Mas no había tiempo para todas las preguntas que deseaba hacer enseguida.

—¡Todo a su hora! —dijo Gandalf—. Las cosas están llegando a feliz término, a menos que me equivoque. Quedan todavía momentos difíciles por delante, ¡pero no te desanimes! Tú puedes salir airoso. Pronto habrá nuevas que ni siquiera los cuervos han oído. ¡Buenas noches!

Asombrado pero contento, Bilbo se dio prisa. Lo llevaron hasta un vado seguro y lo dejaron seco en la orilla opuesta; luego se despidió de los elfos y subió con cuidado de regreso hacia el parapeto. Empezó a sentir un tremendo cansancio, pero era bastante antes de medianoche cuando trepó otra vez por la cuerda; aún estaba donde la había dejado. La desató y la ocultó, y luego se sentó en el parapeto preguntándose ansiosamente qué ocurriría ahora.

A medianoche despertó a Bombur; y después se encogió en un rincón, sin escuchar las gracias del viejo enano (que apenas merecía, pensó). Pronto se quedó dormido, olvidando toda preocupación hasta la mañana. En realidad se pasó la noche soñando con huevos y panceta.

17

Las nubes estallan

Al día siguiente las trompetas sonaron temprano en el campamento. Pronto se vio a un mensajero que corría por la senda estrecha. Se detuvo a cierta distancia, y les hizo señas, preguntando si Thorin escucharía a otra embajada, ya que había nuevas noticias y las cosas habían cambiado.

—¡Eso será por Dain! —dijo Thorin cuando oyó el mensaje—. Habrán oído que ya viene. Pensé que esto les cambiaría el ánimo. ¡Ordénales que vengan en número reducido y sin armas y yo escucharé! —gritó al mensajero.

Alrededor de mediodía, los estandartes del Bosque y el Lago se adelantaron de nuevo. Una compañía de veinte se aproximaba. Cuando llegaron al sendero, dejaron a un lado espadas y lanzas y se acercaron a la Puerta. Admirados, los enanos vieron que entre ellos estaban tanto Bardo como el Rey Elfo, y delante un hombre viejo, envuelto en una capa y con un capuchón en la cabeza, portando un pesado cofre de madera remachado de hierro.

—¡Salud, Thorin! —dijo Bardo—. ¿Aún no has cambiado de idea?

—No cambian mis ideas con la salida y puesta de unos pocos soles —respondió Thorin—. ¿Has venido a hacerme preguntas ociosas? ¡Aún no se ha retirado el ejército elfo, como he ordenado! Hasta entonces, de nada servirá que vengas a negociar conmigo.

—¿No hay nada, entonces, por lo que cederías parte de tu oro?

—Nada que tú y tus amigos podáis ofrecerme.

—¿Qué hay de la Piedra del Arca de Thrain? —dijo Bardo, y en ese momento el hombre viejo abrió el cofre y mostró en alto la joya. La luz brotó de la mano del viejo, brillante y blanca en la mañana.

Thorin se quedó entonces mudo de asombro y confusión. Nadie dijo nada por largo rato.

Luego Thorin habló, con una voz ronca de cólera.

—Esa piedra fue de mi padre y es mía. ¿Por qué habría de comprar lo que me pertenece? —sin embargo, el asombro lo venció al fin y añadió—: Pero ¿cómo habéis obtenido la reliquia de mi casa, si es necesario hacer esa pregunta a unos ladrones?

—No somos ladrones —respondió Bardo—. Lo tuyo te lo devolveremos a cambio de lo nuestro.

—¿Cómo la conseguisteis? —gritó Thorin cada vez más furioso.

—¡Yo se la di! —chilló Bilbo, que espiaba desde el parapeto, ahora con un horrible pavor.

—¡Tú! ¡Tú! —gritó Thorin volviéndose hacia él y aferrándolo con las dos manos—. ¡Tú, hobbit miserable! ¡Tú, pequeñajo... saqueador! —gritó, faltándole las palabras, y meneó al pobre Bilbo como si fuese un conejo—. ¡Por la barba de Durin! Me gustaría que Gandalf estuviese aquí. ¡Maldito sea por haberte escogido! ¡Que la barba se le marchite! En cuanto a ti, ¡te estrellaré contra las rocas! —gritó y levantó a Bilbo.

—¡Quieto! ¡Tu deseo se ha cumplido! —dijo una voz; el hombre viejo del cofre echó a un lado la capa y el capuchón—. ¡He aquí a Gandalf Y parece que a tiempo. Si no te gusta mi saqueador, por favor no le hagas daño. Déjalo en el suelo y escucha primero lo que tiene que decir.

—¡Parecéis todos confabulados! —dijo Thorin dejando caer a Bilbo en la cima del parapeto—. Nunca más tendré tratos con brujos o amigos de brujos. ¿Qué tienes que decir, descendiente de ratas?

—¡Vaya! ¡Vaya! —dijo Bilbo—. Ya sé que todo esto es muy incómodo. ¿Recuerdas haber dicho que podría escoger mi propia catorceava parte? Quizá me lo tomé demasiado literalmente; me han dicho que los enanos son más corteses en palabras que en hechos. Hubo un tiempo, sin embargo, en el que parecías creer que yo había sido de alguna utilidad. ¡Y ahora me llamas descendiente de ratas! ¿Es ése el servicio que tú y tu familia me han prometido, Thorin? ¡Piensa que he dispuesto de mi parte como he querido, y olvídalo ya!

—Lo haré —dijo Thorin ceñudo—. Te dejaré marchar, ¡pero que nunca nos encontremos otra vez! —luego se volvió y habló por encima del parapeto—: Me han traicionado —dijo—. Todos saben que no podría dejar de redimir la Piedra del Arca, el tesoro de mi palacio. Daré por ella una catorceava parte del tesoro en oro y plata, sin incluir las piedras preciosas; mas eso contará como la parte prometida a ese traidor, y con esa recompensa partirá, y vosotros la podréis dividir como queráis. Tendrá bien poco, no lo dudo. Tomadlo, si lo queréis vivo; nada de mi amistad irá con él. ¡Ahora, baja con tus amigos! —dijo a Bilbo—, ¡o te arrojaré al abismo!

—¿Qué hay del oro y la plata? —preguntó Bilbo.

—Te seguirá más tarde, cuando esté disponible —dijo Thorin—. ¡Baja!

—¡Guardaremos la piedra hasta entonces! —le gritó Bardo.

—No estás haciendo un papel muy espléndido como Rey bajo la Montaña —dijo Gandalf—, pero las cosas aún pueden cambiar.

—Cierto que pueden cambiar —dijo Thorin; y ya cavilaba, tan aturdido estaba por el tesoro, si no podría recobrar la Piedra del Arca con la ayuda de Dain, y retener la parte de la recompensa.

Y así fue Bilbo expulsado del parapeto, y con nada a cambio de sus apuros, excepto la armadura que Thorin ya le había dado. Más de uno de los enanos sintió vergüenza y lástima cuando vio partir a Bilbo.

—¡Adiós! —les gritó—. ¡Quizá nos encontremos otra vez como amigos!

—¡Fuera! —gritó Thorin—. Llevas contigo una malla tejida por mi pueblo y es demasiado buena para ti. No se la puede atravesar con flechas; pero si no te das prisa, te pincharé esos pies miserables. ¡De modo que apresúrate!

—No tan rápido —dijo Bardo—. Te damos tiempo hasta mañana. Regresaremos a la hora del mediodía y veremos si has traído la parte del tesoro que hemos de cambiar por la Piedra. Si en esto no nos engañas, entonces partiremos y el ejército elfo retornará al Bosque. Mientras tanto, ¡adiós!

Con eso, volvieron al campamento; pero Thorin envió por Roäc correos a Dain, diciendo lo que había sucedido e instándole a que viniese con una rapidez cautelosa.