La victoria era segura ya antes de la caída de la noche, pero la persecución continuaba aún cuando Bilbo regresó al campamento; y en el valle no quedaban muchos, excepto los heridos más graves.
—¿Dónde están las Águilas? —preguntó Bilbo a Gandalf aquel anochecer, mientras yacía abrigado con muchas mantas.
—Algunas están de cacería —dijo el mago—, pero la mayoría ha partido de vuelta a los aguileros. No quisieron quedarse aquí, y se fueron con las primeras luces del alba. Dain ha coronado al jefe con oro, y le ha jurado amistad para siempre.
—Lo lamento. Quiero decir, me hubiera gustado verlas otra vez —dijo Bilbo adormilado—, quizá las vea en el camino a casa. ¿Supongo que iré pronto?
—Tan pronto como quieras —dijo el mago.
En verdad pasaron algunos días antes de que Bilbo partiera realmente. Enterraron a Thorin muy hondo bajo la Montaña, y Bardo le puso la Piedra del Arca sobre el pecho.
—¡Que yazga aquí hasta que la Montaña se desmorone! —dijo—. ¡Que traiga fortuna a todos los enanos que en adelante vivan aquí!
Sobre la tumba de Thorin, el Rey Elfo puso luego a Orcrist, la espada élfica que le habían arrebatado al enano cuando lo apresaron. Se dice en las canciones que brilla en la oscuridad, cada vez que se aproxima un enemigo, y la fortaleza de los enanos no puede ser tomada por sorpresa. Allí Dain hijo de Nain vivió desde entonces, y se convirtió en Rey bajo la Montaña; y con el tiempo muchos otros enanos vinieron a reunirse alrededor del trono, en los antiguos salones. De los doce compañeros de Thorin, quedaban diez. Fili y Kili habían caído defendiéndolo con el cuerpo y los escudos, pues era el hermano mayor de la madre de ellos. Los otros permanecieron con Dain, que administró el tesoro con justicia.
No hubo, desde luego, ninguna discusión sobre la división del tesoro en tantas partes como había sido planeado, para Balin y Dwalin, y Dori y Nori y Ori, y Oin y Gloin, y Bifur y Bofur y Bombur, o para Bilbo. Con todo, una catorceava parte de toda la plata y oro, labrada y sin labrar, se entregó a Bardo pues Dain comentó:
—Haremos honor al acuerdo del muerto, y él custodia ahora la Piedra del Arca.
Aún una catorceava parte era una riqueza excesiva, más grande que la de muchos reyes mortales. De aquel tesoro, Bardo envió gran cantidad de oro al gobernador de la Ciudad del Lago; y recompensó con largueza a seguidores y amigos. Al Rey de los Elfos le dio las esmeraldas de Girion, las joyas que él más amaba, y que Dain le había devuelto.
A Bilbo le dijo:
—Este tesoro es tanto tuyo como mío, aunque antiguos acuerdos no puedan mantenerse, ya que tantos intervinieron en ganarlo y en defenderlo. Pero aún cuando dijiste que renunciarías a toda pretensión, desearía que las palabras de Thorin, de las cuales se arrepintió, no resultasen ciertas: que te daríamos poco. Te recompensaré más que a nadie.
—Muy bondadoso de tu parte —dijo Bilbo—. Pero realmente es un alivio para mí. Cómo demonios podría llevar ese tesoro a casa sin que hubiera peleas y crímenes todo a lo largo del camino, no lo sé. Y no sé qué haría con ese tesoro una vez en casa. En tus manos estará mejor.
Por último accedió a tomar sólo dos pequeños cofres, uno lleno de plata y el otro lleno de oro, que un poney fuerte podría cargar.
—Un poco más y no sabría qué hacer con él —dijo.
Por fin llegó el momento de despedirse.
—¡Adiós, Balin! —exclamó—. ¡Y adiós, Dwalin; y adiós, Dori, Nori, Ori, Oin, Gloin, Bifur, Bofur y Bombur! ¡Que vuestras barbas nunca crezcan ralas! —y volviéndose hacia la Montaña añadió—: ¡Adiós, Thorin Escudo de Roble! ¡Y Fili y Kili! ¡Que nunca se pierda vuestra memoria!
Entonces los enanos se inclinaron profundamente ante la Puerta, pero las palabras se les trabaron en las gargantas.
—¡Adiós y buena suerte, dondequiera que vayas! —dijo Balin al fin—. Si alguna vez vuelves a visitarnos, cuando nuestros salones estén de nuevo embellecidos, entonces ¡el festín será realmente espléndido!
—¡Si alguna vez pasáis por mi camino —dijo Bilbo—, no dudéis en llamar! El té es a las cuatro; ¡pero cualquiera de vosotros será bienvenido, a cualquier hora!
Luego dio media vuelta y se alejó.
La hueste élfica estaba en marcha; y aunque tristemente disminuida, todavía muchos iban alegres, pues ahora el Mundo septentrional sería más feliz durante largos años. El dragón estaba muerto y los trasgos derrotados, y los corazones élficos miraban adelante, más allá del invierno hacia una primavera de alegría.
Gandalf y Bilbo cabalgaban detrás del rey, y junto a ellos marchaba Beorn a grandes pasos, una vez más en forma humana, y reía y cantaba con una voz recia por el camino. Así fueron hasta aproximarse a los lindes del Bosque Negro, al norte del lugar donde nacía el Río del Bosque. Hicieron alto entonces, pues el mago y Bilbo no penetrarían en el bosque, aún cuando el rey les ofreció que se quedaran un tiempo. Se proponían marchar a lo largo del borde de la floresta, y circundar el extremo norte, internándose en el yermo que se extendía entre él y las Montañas Grises. Era un largo y triste camino, pero ahora que los trasgos habían sido aplastados, les parecía más seguro que los espantosos senderos bajo los árboles. Además Beorn iría con ellos.
—¡Adiós, oh Rey Elfo! —dijo Gandalf—. ¡Que el bosque verde sea feliz mientras el Mundo es todavía joven! ¡Y que sea feliz todo tu pueblo!
—¡Adiós, oh Gandalf! —dijo el rey—. ¡Que siempre aparezcas donde más te necesiten y menos te esperen! ¡Cuantas más veces vengas a mis salones, tanto más me sentiré complacido!
—¡Te ruego —dijo Bilbo tartamudeando, y apoyándose en un pie— que aceptes este presente! —y sacó un collar de plata y perlas que Dain le había dado al partir.
—¿Cómo me he ganado este presente, oh hobbit? —dijo el rey.
—Bueno... este... pensé —dijo Bilbo bastante confuso— que... algo tendría que dar por tu... este... hospitalidad. Quiero decir que también un saqueador tiene sentimientos. He bebido mucho de tu vino y he comido mucho de tu pan.
—Aceptaré tu presente, oh Bilbo el Magnífico! —dijo el rey gravemente—. Y te nombro amigo del elfo y bienaventurado. ¡Que tu sombra nunca disminuya (o robarte sería demasiado fácil)! ¡Adiós!
Luego los elfos se volvieron hacia el Bosque, y Bilbo emprendió la larga marcha hacia el hogar.
Pasó muchos infortunios y aventuras antes de estar de vuelta. El Yermo era todavía el Yermo, y había allí otras cosas en aquellos días, además de trasgos; pero iba bien guiado y custodiado —el mago estaba con él, y Beorn lo acompañó una buena parte del camino— y nunca volvió a encontrarse en un apuro grave. Con todo, hacia la mitad del invierno, Gandalf y Bilbo habían dejado atrás los lindes del Bosque, y volvieron a las puertas de la casa de Beorn; y allí se quedaron una temporada. El invierno pasó con días agradables y alegres; y hombres de todas partes vinieron a festejarlo invitados por Beorn.
Los trasgos de las Montañas Brumosas eran pocos, y se escondían aterrorizados en los agujeros más profundos que podían encontrar; y los wargos habían desaparecido de los bosques, de modo que los hombres iban de un lado a otro sin temor. Beorn llegó a convertirse en el jefe de aquellas regiones y gobernó una extensa tierra entre el bosque y las montañas, y se dice que durante muchas generaciones los varones que él engendraba podían transformarse en osos, y algunos se mostraron inflexibles y perversos, pero la mayor parte fue como Beorn, aunque de menos tamaño y fuerza. En esos días, los últimos trasgos fueron expulsados de las Montañas Brumosas y hubo una nueva paz en los límites del Yermo.
Era primavera, y una hermosa primavera con aires tempranos y un Sol brillante, cuando Bilbo y Gandalf se despidieron al fin de Beorn; y aunque anhelaba volver al hogar, Bilbo partió con pena, pues las flores de los jardines de Beorn eran en primavera no menos maravillosas que en pleno verano.