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Al fin ascendieron por el largo camino y alcanzaron el paso donde los trasgos los habían capturado antes. Pero llegaron a aquel sitio elevado por la mañana, y mirando hacia atrás vieron un Sol blanco que brillaba sobre la vastedad de la Tierra. Allá atrás se extendía el Bosque Negro, azul en la distancia, y oscuramente verde en el límite más cercano, aún en los días primaverales. Allá, bien lejos, se alzaba la Montaña Solitaria, apenas visible. En el pico más alto todavía brillaba pálida la nieve.

—¡Así llega la nieve tras el fuego, y aún los dragones tienen su final! —dijo Bilbo, y volvió la espalda a su aventura; el lado Tuk estaba sintiéndose muy cansado, y el lado Bolsón se fortalecía día a día—. ¡Ahora sólo me falta estar sentado en mi propio sillón! —dijo.

19

La última jornada

Era el primer día de mayo cuando los dos regresaron por fin al borde del valle de Rivendel, donde se alzaba la última (o la Primera) Morada. De nuevo caía la tarde, los poneys se estaban cansando, en especial el que transportaba los bultos, y todos necesitaban algún reposo.

Mientras descendían el empinado sendero, Bilbo oyó a los elfos que cantaban todavía entre los árboles, como si no hubiesen callado desde que él estuviera allí hacía tiempo, y tan pronto como los jinetes bajaron a los claros inferiores del bosque, las voces entonaron una canción muy parecida a la de aquel entonces. Era algo así:

¡El dragón se ha marchitado, le han destrozado los huesos, y le han roto la armadura, y el brillo le han humillado! aunque la espada se oxide, y la corona perezca, con una fuerza inflexible y bienes atesorados, aún crecen aquí las hierbas, aún el follaje se mece, el agua blanca se mueve, y cantan las voces élficas. ¡Venid! ¡Tra-la-la-valle! ¡Venid de vuelta al valle!
Las estrellas brillan más que las gemas incontables, y la Luna es aún más clara, que los tesoros de plata, el fuego es más reluciente en el hogar a la noche, que el oro hundido en las minas. Por qué ir de un lado a otro? ¡Oh! ¡Tra-la-la-valle! ¡Venid de vuelta al valle!
Adónde marcháis ahora regresando ya tan tarde? ¡Las aguas del río fluyen, y arden todas las estrellas! ¿Adónde marcháis cargados, tan tristes y temerosos? Los elfos y sus doncellas saludan a los cansados con un tra-la-la-valle, venid de vuelta al valle. ¡Tra-la-la-valle! ¡Fa-la-la-lalle! ¡Fa-la!

Luego los elfos del valle salieron y les dieron la bienvenida, conduciéndolos a través del agua hasta la casa de Elrond. Allí los recibieron con afecto, y esa misma tarde hubo muchos oídos ansiosos que querían escuchar el relato de la aventura. Gandalf fue quien habló, ya que Bilbo se sentía fatigado y somnoliento. Bilbo conocía la mayor parte del relato, pues había participado en él, y además le había contado muchas cosas al mago en el camino, o en la casa de Beorn; pero algunas veces abría un ojo y escuchaba, cuando Gandalf contaba una parte de la historia de la que él aún no estaba enterado.

Fue así como supo dónde había estado Gandalf; pues alcanzó a oír las palabras del mago a Elrond. Parecía que Gandalf había asistido a un gran concilio de los magos blancos, señores del saber tradicional y la magia buena; y que habían expulsado al fin al Nigromante de su oscuro dominio al sur del Bosque Negro.

—Dentro de no mucho tiempo —decía Gandalf—, el Bosque medrará de algún modo. El Norte estará a salvo de ese horror por muchos años, espero. ¡aún así, desearía que ya no estuviese en este Mundo!

—Sería bueno, en verdad —dijo Elrond—, pero temo que eso no ocurrirá en esta época del Mundo, ni en muchas que vendrán después.

Cuando el relato de los viajes concluyó, hubo otros cuentos, y todavía más, cuentos de antaño, de hogaño y de ningún tiempo, hasta que Bilbo cabeceó y roncó cómodamente en un rincón. Despertó en un lecho blanco, y la Luna entraba por una ventana abierta. Debajo muchos elfos cantaban en voz alta y clara a orillas del arroyo.

¡Cantad regocijados, cantad ahora juntos! El viento está en las copas, y ronda en el brezal, los capullos de estrellas y la Luna florecen, las ventanas nocturnas refulgen en la torre.
¡Bailad regocijados, bailad ahora juntos! ¡Que la hierba sea blanda y los pies como plumas! El río es plateado, y las sombras se borran, feliz el mes de mayo, y feliz nuestro encuentro.
¡Cantemos dulcemente, envolviéndolo en sueños! ¡Dejemos que repose y vámonos afuera! El vagabundo duerme; que la almohada sea blanda. ¡Arrullos! ¡Más arrullos! ¡De alisos y de sauces!
¡Pino, tú no suspires, hasta el viento del alba! ¡Luna, escóndete! Que haya sombra en la Tierra. ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Roble, Fresno y Espino! ¡Que el agua calle hasta que apunte la mañana!

—¡Bien, Pueblo Festivo! —exclamó Bilbo asomándose a la ventana—. ¿Qué hora es según la Luna? ¡Vuestra nana podría despertar a un trasgo borracho! No obstante, os doy las gracias.

—Y tus ronquidos podrían despertar a un dragón de piedra. No obstante, te damos las gracias —contestaron los elfos con una risa—. Está apuntando el alba, y has dormido desde el principio de la noche. Mañana, tal vez, habrás remediado tu cansancio.

—Un sueño breve es un gran remedio en la casa de Elrond —dijo Bilbo—, pero trataré de que el remedio no me falte. ¡Buenas noches por segunda vez, hermosos amigos! —y con estas palabras volvió al lecho y durmió hasta bien entrada la mañana.

Pronto perdió toda huella de cansancio en aquella casa, y no tardó en bromear y bailar, tarde y temprano, con los elfos del valle. Sin embargo, aún este sitio no podía demorarlo por mucho tiempo más, y pensaba siempre en su propia casa. Al cabo pues de una semana, le dijo adiós a Elrond, y dándole unos pequeños regalos que el elfo no podía dejar de aceptar, se alejó cabalgando con Gandalf.

Dejaban el valle, cuando el cielo se oscureció al oeste y sopló el viento y empezó a llover.

—¡Alegres días de mayo! —dijo Bilbo cuando la lluvia le golpeó la cara—. Pero hemos vuelto la espalda a muchas leyendas y estamos llegando a casa. Supongo que esto es el primer sabor del hogar.

—Hay un largo camino —dijo Gandalf.

—Pero es el último camino —dijo Bilbo.

Llegaron al río que señalaba el límite del Yermo, y al vado bajo la orilla escarpada que quizá recordéis.

El agua había crecido con el deshielo de las nieves (pues el verano estaba próximo) y con el largo día de lluvia; pero al fin lo cruzaron luego de algunas dificultades y continuaron marchando mientras caía la tarde; era la última jornada.

Ésta fue parecida a la primera, pero ahora la compañía era más reducida, y más silenciosa; además esta vez no hubo trolls. En cada punto del camino Bilbo rememoraba los hechos y palabras de hacía un año —a él le parecían más de diez— y por supuesto, reconoció enseguida el lugar donde el poney había caído al río, y donde habían dejado atrás aquella desagradable aventura con Tom, Berto y Guille.

No lejos del camino encontraron el oro enterrado de los trolls, aún oculto e intacto.

—Tengo bastante para toda la vida —dijo Bilbo cuando lo desenterraron—. Sería mejor que lo tomases tú, Gandalf. Quizá puedas encontrarle alguna utilidad.

—¡Desde luego que puedo! —dijo el mago—. ¡Pero dividámoslo en partes iguales! Puedes encontrarte con necesidades inesperadas.