—¿Qué demonios estabas haciendo allí? —preguntó Thorin con un escalofrío, y todos los enanos se estremecieron.
—No te importa. Estaba averiguando cosas, como siempre; y resultó ser un asunto sórdido y peligroso. Hasta yo, Gandalf, apenas conseguí escapar. Intenté salvar a tu padre, pero era demasiado tarde. Había perdido el juicio e iba de un lado para otro, y había olvidado casi todo excepto el mapa y la llave.
—Hace tiempo que dimos su merecido a los trasgos de Moria —dijo Thorin—. Ahora tendremos que ocuparnos del Nigromante.
—¡No seas absurdo! El Nigromante es un enemigo a quien de ningún modo alcanzan los poderes de todos los enanos juntos, si desde las cuatro esquinas del Mundo se reuniesen otra vez. Lo único que deseaba tu padre era que tú leyeras el mapa y usaras la llave. ¡El dragón y la Montaña son empresas más que grandes para ti!
—¡Oíd, oíd! —dijo Bilbo, y sin querer habló en voz alta.
—¡Oíd, oíd! —dijeron todos mirándolo, y Bilbo se puso tan nervioso que respondió:
—¡Oíd lo que he de decir!
—¿Qué es? —preguntaron.
—Bien, os diré que tendríais que ir hacia el Este y echar allí un vistazo. Al fin y al cabo allí está la Puerta lateral, y los dragones han de dormir alguna vez, supongo. Si os sentáis a la entrada durante un tiempo, creo que algo se os ocurrirá. Y bien, ¿no os parece que hemos charlado bastante para una noche, eh? ¿Qué opináis de irse a la cama, para empezar mañana temprano y todo eso? Os daré un buen desayuno antes de que os vayáis.
—Antes de que nos vayamos, supongo que querrás decir —dijo Thorin—. ¿No eres tú el saqueador? ¿Y tu oficio no es esperar a la entrada, y aún cruzar la puerta? Pero estoy de acuerdo en lo de la cama y el desayuno. Me gusta tomar seis huevos con jamón cuando empiezo un viaje: fritos, no escalfados, y cuida de no romperlos.
Luego de que los otros hubieran pedido sus desayunos sin ningún por favor (lo que molestó sobremanera a Bilbo), todos se levantaron. El hobbit tuvo que buscarles sitio, y preparó los cuartos vacíos, e hizo camas en sillas y sofás antes de instalarlos e irse a su propia camita muy cansado y nada feliz. Lo que sí decidió fue no molestarse en madrugar y preparar el maldito desayuno para todo el Mundo. La vena Tuk empezaba a desaparecer, y ahora ya no estaba tan seguro de que fuese a hacer algún viaje por la mañana.
Mientras yacía en cama pudo oír a Thorin en la habitación de al lado, la mejor de todas, todavía tarareando entre dientes:
Bilbo se durmió con ese canto en los oídos, y tuvo unos sueños intranquilos. Despertó mucho después de que naciera el día.
2
Carnero asado
Bilbo se levantó de un salto, y poniéndose la bata entró en el comedor. Allí no vio a nadie, pero sí las huellas de un enorme y apresurado desayuno. Había un horrendo revoltijo en la habitación, y pilas de cacharros sucios en la cocina. Parecía que no hubiera quedado ninguna olla ni tartera sin usar. La tarea de fregarlo todo fue tan tristemente real que Bilbo se vio obligado a creer que la reunión de la noche anterior no había sido parte de una pesadilla, como casi había esperado. La idea de que habían partido sin él y sin molestarse en despertarlo, aunque nadie le hubiera dado las gracias, pensó, lo había aliviado de veras. Sin embargo, no pudo dejar de sentir una cierta decepción. Este sentimiento lo sorprendió.
«No seas tonto, Bilbo Bolsón —se dijo—, ¡pensando a tu edad en dragones y en tonterías estrafalarias!» De modo que se puso el delantal, encendió unos fuegos, calentó agua y fregó. Luego se tomó un pequeño y apetitoso desayuno en la cocina, antes de arreglar el comedor. El Sol ya brillaba entonces, y por la puerta delantera entraba una cálida brisa de primavera. Bilbo se puso a silbar y a olvidar lo de la noche. Ya estaba sentándose para zamparse un segundo apetitoso desayuno en el comedor junto a la ventana abierta, cuando de pronto entró Gandalf
—Mi querido amigo —dijo—, ¿cuándo vas a partir? ¿Qué hay de aquello de empezar temprano? Y aquí estás tomando el desayuno, o como quiera que llames a eso, a las diez y media. Te dejaron un mensaje, pues no podían esperar.
—¿Qué mensaje? —dijo el pobre Bilbo sonrojado.
—¡Por los Grandes Elefantes! —respondió Gandalf—. Estás desconocido esta mañana; ¡aún no le has quitado el polvo a la repisa de la chimenea!
—¿Y eso qué tiene que ver? ¡Ya tengo bastante con fregar los platos y ollas de catorce desayunos!
—Si hubieses limpiado la repisa, habrías encontrado esto debajo del reloj —dijo Gandalf alargándole una nota (por supuesto, escrita en unas cuartillas del propio Bilbo).
Esto fue lo que el hobbit leyó:
«Thorin y Compañía al Saqueador Bilbo, ¡salud! Nuestras más sinceras gracias por vuestra hospitalidad y nuestra agradecida aceptación por habernos ofrecido asistencia profesional. Condiciones: pago al contado y al finalizar el trabajo, hasta un máximo de catorceavas partes de los beneficios totales (si los hay); todos los gastos de viaje garantizados en cualquier circunstancia; los gastos de posibles funerales los pagaremos nosotros o nuestros representantes, si hay ocasión y el asunto no se arregla de otra manera.
Creyendo innecesario perturbar vuestro muy estimable reposo, nos hemos adelantado a hacer los preparativos adecuados; esperaremos a vuestra respetable persona en la posada del Dragón Verde, junto a Delagua, exactamente a las 11 a.m. Confiando en que seáis puntual,
—Esto te da diez minutos. Tendrás que correr —dijo Gandalf
—Pero... —dijo Bilbo.
—No hay tiempo para eso —dijo el mago.
—Pero... —dijo otra vez Bilbo.
—Y tampoco para eso otro. ¡Vamos, adelante!
Hasta el final de sus días Bilbo no alcanzó a recordar cómo se encontró fuera, sin sombrero, bastón o dinero, o cualquiera de las cosas que acostumbraba llevar cuando salía, dejando el segundo desayuno a medio terminar, casi sin lavarse la cara, y poniendo las llaves en manos de Gandalf, corriendo callejón abajo tanto como se lo permitían los pies peludos, dejando atrás el Gran Molino, cruzando el río El Agua, y continuando durante una milla o más.
Resoplando llegó a Delagua cuando empezaban a sonar las once, ¡y descubrió que se había venido sin pañuelo!
—¡Bravo! —dijo Balin, que estaba de pie a la puerta de la posada, esperándolo.
Y entonces aparecieron todos los demás doblando la curva del camino que venía de la villa. Montaban en poneys, y de cada uno de los caballos colgaba toda clase de equipajes, bultos, paquetes y chismes. Había un poney pequeño, aparentemente para Bilbo.
—Arriba vosotros dos, y adelante —dijo Thorin.
—Lo siento terriblemente —dijo Bilbo—, pero me he venido sin mi sombrero, me he olvidado el pañuelo de bolsillo, y no tengo dinero. No vi vuestra nota hasta después de las 10:45, para ser precisos.
—No seas preciso —dijo Dwalin—, y no te preocupes. Tendrás que arreglártelas sin pañuelos y sin buena parte de otras cosas antes de que lleguemos al final del viaje. En lo que respecta al sombrero, yo tengo un capuchón y una capa de sobra en mi equipaje.
Y así fue como se pusieron en marcha, alejándose de la posada en una hermosa mañana poco antes del mes de mayo, montados en poneys cargados de bultos; y Bilbo llevaba un capuchón de color verde oscuro (un poco ajado por el tiempo) y una capa del mismo color que Dwalin le había prestado. Le quedaban muy grandes, y tenía un aspecto bastante cómico. No me atrevo a aventurar lo que su padre Bungo hubiese dicho de él. Sólo le consolaba pensar que no lo confundirían con un enano, pues no tenía barba.