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—Carnerro ayer, carnerro hoy y maldición si no carnerro mañana —dijo uno de los trolls.

—Ni una mala pizca de carne humana probamos desde hace mucho, mucho tiempo —dijo otro troll—. ¿Por qué demonios Guille nos habrá traído aquí?; y además la bebida está escaseando —añadió, tocando el codo de Guille, que en ese momento bebía un sorbo.

Guille se atragantó:

—¡Cierra la boca! —dijo tan pronto como pudo—. No puedes esperar que la gente se quede por aquí sólo para que tú y Berto se la zampen. Habéis comido un pueblo y medio entre los dos desde que bajamos de las montañas. ¿Qué más queréis? Y esos tiempos han pasado. Y tendrías que haber dicho «Grracias, Guille», por este buen bocado de carnerro gordo del valle —arrancó un pedazo de la pierna del carnero que estaba asando y se limpió la boca con la manga.

En efecto, me temo que los trolls se comportan siempre así, aún aquellos que sólo tienen una cabeza. Luego de haber oído todo esto, Bilbo tendría que haber hecho algo sin demora. O bien haber regresado en silencio. Y avisar a los demás que había tres trolls de buena talla y malhumorados, bastante grandes como para comerse un enano asado o aún un poney, como novedad; o bien tendría que haber hecho una buena y rápida demostración de merodeo nocturno. Un saqueador legendario y realmente de primera clase, en esta situación habría metido mano a los bolsillos de los trolls (algo que casi siempre vale la pena, si consigues hacerlo), habría sacado el carnero de los espetones, habría arrebatado la cerveza y se hubiera ido sin que nadie se enterase. Otros más prácticos, pero con menos orgullo profesional, quizá habrían clavado una daga a cada uno de ellos antes de que se dieran cuenta. Luego él y los enanos hubieran podido tener una noche feliz.

Bilbo lo sabía. Había leído de muchas buenas cosas que nunca había visto o nunca había hecho. Estaba muy asustado, y disgustado también; hubiera querido encontrarse a cien millas de distancia, y sin embargo... sin embargo no podía volver directamente a donde estaban Thorin y Compañía con las manos vacías. Así que se quedó, titubeando en las sombras. De los muchos procedimientos de saqueo de que había oído, hurgonear en los bolsillos de los trolls le pareció el menos difícil, así que se arrastró hasta un árbol, justo detrás de Guille.

Berto y Tom iban ahora hacia el barril. Guille estaba echando otro trago. Bilbo se armó de coraje e introdujo la manita en el enorme bolsillo de Guille. Había un saquito dentro, para Bilbo tan grande como un zurrón. «¡Ja!», pensó, entusiasmándose con el nuevo trabajo, mientras extraía la mano poco a poco, «¡y esto es sólo un principio!».

¡Fue un principio! Los sacos de los trolls son engañosos, y éste no era una excepción.

—¡Eh!, ¿quién eres tú? —chilló el saco en el momento en que dejaba el bolsillo, y Guille dio una rápida vuelta y tomó a Bilbo por el cuello antes de que el hobbit pudiera refugiarse detrás del árbol.

—¡Maldizón, Berto, mira lo que he cazado!

—¿Qué es? —dijeron los otros acercándose.

—¡Que un rayo me parta si lo sé! Tú ¿qué eres?

—Bilbo Bolsón, un saque... un hobbit —dijo el pobre Bilbo temblando de pies a cabeza, y preguntándose cómo podría gritar como una lechuza antes que lo degollasen.

—¿Un saquehobbit? —dijeron los otros un poco alarmados.

Los trolls son cortos de entendimiento, y bastante suspicaces con cualquier cosa que les parezca una novedad.

—De todos modos, ¿qué tiene que hacer un saquehobbit en mis bolsillos? —dijo Guille.

—Y ¿podremos cocinarlo? —dijo Tom.

—Se puede intentar —propuso Berto blandiendo un asador.

—No alcanzaría más que para un bocado —dijo Guille, que había cenado bien—, una vez que le saquemos la piel y los huesos.

—Quizá haya otros como él alrededor y podamos hacer un pastel —dijo Berto—. Eh, tú, ¿hay otros ladronzuelos por estos bosques, pequeño conejo asqueroso? —dijo mirando las extremidades peludas del hobbit; y tomándolo por los dedos de los pies lo levantó y sacudió.

—Sí, muchos —dijo Bilbo antes de darse cuenta de que traicionaba a sus compañeros—. No, nadie, ni uno —dijo inmediatamente después.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Berto, levantándolo en vilo, esta vez por el pelo.

—Lo que digo —respondió Bilbo jadeando—. Y por favor, ¡no me cocinen, amables señores! Yo mismo cocino bien, y soy mejor cocinero que cocinado, si entienden lo que quiero decir. Les prepararé un hermoso desayuno, un desayuno perfecto si no me comen en la cena.

—Pobrecito bribón —dijo Guille; había comido ya hasta hartarse, y también había bebido mucha cerveza—. Pobrecito bribón. ¡Dejadlo ir!

—No hasta que diga qué quiso decir con muchos y ninguno —replicó Berto—, no quiero que me rebanen el cuello mientras duermo.

—¡Ponedle los pies al fuego hasta que hable!

—No lo haré —dijo Guille—, al fin y al cabo yo lo he atrapado.

—Eres un gordo estúpido, Guille —dijo Berto—, ya te lo dije antes, por la tarde.

—Y tú, un patán.

—Y yo no lo permitiré, Guille Estrujónez —dijo Berto, y descargó el puño contra el ojo de Guille.

La pelea que siguió fue espléndida. Bilbo no perdió del todo el juicio, y cuando Berto lo dejó caer, gateó apartándose antes de que los trolls estuviesen peleando como perros y llamándose a grandes voces con distintos apelativos, verdaderos y perfectamente adecuados. Pronto estuvieron enredados en un abrazo feroz, casi rodando hasta el fuego, dándose puntapiés y aporreándose, mientras Tom los golpeaba con una rama para que recobraran el juicio, y por supuesto enfureciéndolos todavía más. Bilbo hubiera podido escapar en ese mismo instante. Pero las grandes garras de Berto le habían estrujado los desdichados pies, había perdido el aliento, y la cabeza le daba vueltas; así que allí se quedó resollando, justo fuera del círculo de luz.

De pronto, en plena pelea, apareció Balin. Los enanos habían oído ruidos a lo lejos, y luego de esperar un rato a que Bilbo volviera o que gritara como una lechuza, empezaron a arrastrarse hacia la luz tratando de no hacer ruido. Tan pronto como Tom vio aparecer a Balin a la luz, dio un horrible aullido. Ocurre que los trolls no soportan la vista de un enano (crudo). Berto y Guille dejaron enseguida de pelear, y:

—Un saco, rápido, Tom —dijeron.

Antes de que Balin, quien se preguntaba dónde estaría Bilbo en aquella conmoción, se diera cuenta de lo que ocurría, le habían echado un saco sobre la cabeza, y lo habían derribado.

—Aún vendrán más, o me equivoco bastante. Muchos y ninguno, eso es —dijo Tom—. No más saquehobbits, pero muchos enanos. ¡Eso es lo que quería decir!

—Pienso que tienes razón —dijo Berto—, y convendría que saliésemos de la luz.

Y así hicieron. Teniendo en la mano unos sacos que usaban para llevar carneros y otras presas, esperaron en las sombras. Cuando aparecía algún enano, y miraba sorprendido el fuego, las jarras desbordadas y el carnero roído, ¡pop!, un saco maloliente le caía sobre la cabeza, y el enano rodaba por el suelo. Pronto Dwalin yacía al lado de Balin, y Fili y Kili juntos, y Dori y Nori y Ori en un montón, y Oin, Gloin, Bifur, Bofur y Bombur incómodamente apilados cerca del fuego.

—Eso les enseñará —dijo Tom, ya que Bifur y Bombur habían causado muchos problemas y habían peleado como locos, tal como hacen los enanos cuando se ven acorralados.

Thorin llegó último, y no lo tomaron desprevenido. Llegó esperando encontrar algo malo, y no necesitó ver las piernas de sus amigos sobresaliendo de los sacos para darse cuenta de que las cosas no iban del todo bien. Se quedó fuera, algo aparte, en las sombras, y dijo:

—¿Qué es todo este jaleo? ¿Quién está aporreando a mi gente?

—Son trolls —respondió Bilbo desde atrás del árbol; lo habían olvidado por completo—. Están escondidos entre los arbustos, con sacos.

—Oh, ¿son trolls? —dijo Thorin, y saltó hacia el fuego cuando los trolls se precipitaban sobre él.