Sheila Nevins, productora de la HBO
«Es responsable de más de doscientos asesinatos… quiero decir, responsable de cometerlos en persona. Es un monstruo; ese tipo vivía para matar.»
Dominick Polifrone, agente infiltrado de la AFT
«Jamás haría daño a una mujer ni a un niño. No me sale de dentro.»
Richard Kuklinski
«Mataba con armas de fuego, veneno, bates de béisbol, cuchillos, estrangulando, con los puños, con picos para hielo, destornilladores, granadas de mano, e incluso por el fuego. No habíamos visto nunca a nadie como él. La verdad, ni siquiera habíamos oído hablar de nadie como él».
Bolt Carrol, fiscal general adjunto de Nueva Jersey
«Ahora que han pasado tantos años, todavía se me revuelve el estómago y me tiemblan las manos cuando pienso en él. Pero quiero a mi padre. ¡Lo quiero mucho! Nada de esto fue culpa suya. (…) Mi padre se casó con quien no debía.»
Merrick Kuklinski, hija mayor de Richard
«Cuando me decía que me quena, y solía decírmelo, yo le decía "y yo a ti". Eso, nada más. "Y yo a ti".»
Barbara Kuklinski
«Mi padre nos tenía aterrorizados. No sabíamos nunca cuándo ni dónde iba a explotar. Intentábamos que no se enterara mi hermano, porque él habría intentado hacer algo, protegernos, ya sabe, proteger a mi madre, y mi padre lo habría matado, estoy seguro. Una vez una mujer que iba en coche con unos niños no le respetó un ceda el paso, y él se bajó en un semáforo y arrancó la puerta del coche de la mujer.»
Chris Kuklinski, hija de Richard
«Creían que yo no sabía lo que él hacía, pero veía los muebles rotos y sabía que era obra de mi padre. Veía a mi madre con los ojos morados. Yo guardaba un hacha bajo mi cama y un machete cerca de la cama, por él.»
Dwayne Kuklinski, hijo de Richard
«Es muy astuto y taimado, como un depredador de la selva al que nadie ve hasta que es demasiado tarde. Sabíamos lo suyo, yo sabía lo que hacía, pasé años siguiéndolo, pero sin poder acusarlo de nada nunca.»
Detective Pat Kane, Policía estatal de Nueva Jersey
«Mi madre era como el cáncer. Destruía poco a poco todo lo que la rodeaba. Produjo a dos asesinos, a mi hermano Joe y a mí.»
Richard Kuklinski
«Existen dos Richards, y yo no sabía nunca cuál de los dos iba a entrar por la puerta. Podía ser generoso hasta la exageración, o podía ser el hombre más malo del mundo.»
Barbara Kuklinski
«Lo llamábamos "el hombre de hielo" porque congelaba a algunas de sus víctimas, las metía una temporada en un congelador que tenía, y después las sacaba, y así no sabíamos cuándo había tenido lugar el asesinato, ¿se da cuenta?»
Paul Smith, investigador del Departamento de Crimen Organizado de Nueva Jersey
«Me volví muy promiscua por culpa de mi padre. Lo único que podía controlar yo era mi cuerpo, y dejaba que la gente lo usara. Hacía lo que yo quería; hacía lo que no quería él que hiciera. Perdí la virginidad a los doce años, con un hombre mayor, en una furgoneta. Un hombre cualquiera que me encontró en una parada de autobús, allí, en la esquina.»
Chris Kuklinski, hija de Richard
«No siento nada por ninguno. Nada. Se lo tenían merecido, y yo lo hacía. Las únicas personas por las que tuve algún sentimiento de verdad fueron mi familia. Por los otros, nada. A veces me pregunto por qué soy así, por qué no siento nada dentro. (…) Ojalá pudiera decírmelo alguien. Tengo curiosidad.»
Richard Kuklinski
«Richard es absolutamente único. No ha existido nadie como él en la época moderna. Confía en mí porque yo no le he mentido nunca. Tiene una faceta bondadosa. Una vez me preguntó si le tenía miedo, y yo le dije que no, y le pregunté si debía tenérselo. Él se me quedó mirando. Eso sí que me dejó algo asustada, que me mirara así, sin más, con esos ojos heladores.»
Gaby Monet, productora de la HBO
«Lo que hicieron los federales fue un escándalo. Quiero decir, sabían que Sammy Gravano mandó a Richard que matara a un poli, y a pesar de eso hicieron un trato con Gravano para que saliera libre.»
Sargento Robert Anzalotti, Policía estatal de Nueva Jersey
«Los mataba a golpes para hacer ejercicio.»
Richard Kuklinski
«La Ley, que por su propia naturaleza está aislada y está por encima de todo, no tiene acceso a las emociones que podrían justificar el asesinato.»
Marqués de Sade
INTRODUCCIÓN
Richard Kuklinski se sintió atraído por los amplios bosques del condado de Bucks, Pensilvania, por la paz y la tranquilidad, la soledad y el aire fresco que encontraba en ellos. Estos bosques le recordaban a la iglesia, que era uno de los pocos lugares donde había podido encontrar descanso y tranquilidad en su vida, y donde había podido pensar sin distracciones. En el bosque había paz, silencio y serenidad, como en una iglesia.
Los bosques del condado de Bucks también eran buen lugar para librarse de los cadáveres. Richard era asesino a sueldo de profesión, y la tarea de deshacerse de los cuerpos era siempre problemática. A veces no pasaba nada por dejar a las víctimas allí donde caían, en callejones, aparcamientos y garajes. Otras veces tenían que desaparecer. Se lo exigían expresamente con el encargo. En cierta ocasión Richard dejó a una víctima en un pozo helado durante casi dos años, para que el cadáver se conservara, con la intención de que las autoridades no pudieran determinar con exactitud la fecha exacta de la muerte. Así se acabó ganando el apodo de El hombre de hielo.
Richard procuraba cuidadosamente no dejar nunca dos cadáveres en el bosque de manera que estuvieran cerca uno del otro, para que las autoridades no albergaran sospechas y vigilaran una zona concreta. El asesinato era su oficio, y lo practicaba con especial habilidad. Había refinado el oficio de matar hasta convertirlo en una especie de expresión artística. No había trabajo demasiado difícil para él. Llevó a cabo con éxito todos los encargos que le dieron en su vida. Se preciaba de ello. En el submundo del asesinato, Richard Kuklinski era un especialista muy apreciado, una superestrella del homicidio.
Richard tenía la característica única de que llevaba a cabo encargos de asesinatos para las cinco familias del crimen organizado de Nueva York, además de para las dos familias mañosas de Nueva Jersey, los Ponti y los célebres De Cavalcante.
Era a mediados de agosto de 1972 y el bosque estaba lleno de vegetación verde y frondosa. Richard caminaba a la sombra tranquila de los olmos, los arces, los pinos y los chopos altos y elegantes, llevando una escopeta Browning de dos cañones con la culata adornada con hermosos grabados. En las enormes manos de Richard, el arma parecía un juguete infantil.
A Richard le encantaba ese juego del gato y el ratón que había inventado, que consistía en acechar a los animales sin que lo vieran y matarlos antes de que se dieran cuenta de su presencia. Richard era un hombre muy grande, medía un metro noventa y seis y pesaba ciento treinta kilos de músculo, pero tenía la extraña habilidad de moverse en silencio, con gran sigilo, apareciendo de pronto, y conseguía así matar ardillas, marmotas, mofetas y ciervos, lo cual le servía de práctica para el arte en el que Richard destacaba, su única y verdadera pasión en la vida: acechar, cazar y matar seres humanos.