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Lucas le pasó a Justino la carta y esperó a que la criada les trajera una botella y dos vasos. Entonces se retiraron adonde no se les pudiera oír y con evidente desgana, preguntó:

– Supongo que no me va a servir de nada preguntaros por qué la reina de Inglaterra se interesa tanto por el asesinato de un orfebre de Winchester, porque no me lo vais a decir. ¿Me equivoco? Pero ¿por qué queréis investigarlo a solas? ¿Por qué no acudisteis directamente a mí?

Justino no contestó tratando de ver si Lucas hablaba en serio. Ahora que ya no estaba furioso, su aspecto había cambiado tanto como su comportamiento. Era más joven de lo que Justino creyó la primera vez que lo vio: tendría algo menos de treinta años, ojos verdes de mirada penetrante, cabello castaño y espeso y unos rasgos claramente definidos que le daban el aspecto de un halcón dorado, hambriento, hermoso y ladrón. Esos inquietantes ojos de cazador estaban clavados en el rostro de Justino, inquisitivos primero y con una expresión después del que acaba de comprender la razón de algo.

– Ahora me doy cuenta -dijo sin alterarse- de que tal vez creáis que he tomado parte en la muerte del orfebre.

– No podéis por menos de reconocer -dijo a su vez Justino, no menos impasible- que teníais un motivo tentador para deshaceros de él.

Lucas miró a Justino sin inmutarse y después se sonrió de improviso.

– La razón es Aldith. La habéis visto, así que no lo voy a negar. Como tampoco pretendo negar que no derramé una sola lágrima por Gervase Fitz Randolph. No lamenté su muerte, pero tampoco lo asesiné.

– Le comunicaré a la reina vuestras afirmaciones -añadió Justino con cortesía. Sabía muy bien que esta mención de Leonor era un golpe artero, pero de momento él tenía ventaja y pensaba sacarle provecho a la situación.

Una sombra de ira cruzó el rostro de Lucas, pero supo demostrar que podía controlarse si era necesario.

– Si no hubiera sido por esa carta, os habría dicho que os metierais las sospechas en el culo. Pero sois el hombre de la reina y ambos sabemos que eso lo cambia todo. Así que os voy a contar lo que hay entre Aldith y yo. Amo a esa mujer. He estado perdidamente enamorado de ella desde la primera vez que la vi. ¿Que si quería compartirla con Fitz Randolph? Naturalmente que no. ¿Que si estaba celoso? Sabéis muy bien que lo estaba. ¿Que si lo maté? No, no lo maté. Aunque hubiera estado lo suficientemente trastornado para pensar en un asesinato, y no lo estaba, no había necesidad de cometerlo. Aldith me escogió a mí, no al orfebre.

Justino no se molestó en ocultar su escepticismo.

– Es fácil decir eso ahora.

Lucas sonrió levemente.

– ¿Porque Fitz Randolph está muerto y Aldith es un testigo interesado a vuestros ojos? Sin embargo es verdad. Considerad esto: yo estaba dispuesto a ofrecerle lo que no podía ofrecerle el orfebre: el matrimonio.

Justino se sorprendió.

– ¿Os habríais casado con ella?

Lucas levantó la cabeza con arrogancia.

– Me casaré con ella -dijo- tan pronto como se hagan las amonestaciones. -Su tono era más de desafío que de defensa, y fue esto lo que convenció a Justino de que estaba diciendo la verdad, al menos en lo relativo al matrimonio con Aldith.

Lucas pertenecía a la pequeña nobleza. Y aunque sólo fuera ese detalle, Justino podía estar seguro de ello, porque sólo los de origen noble podían aspirar a puestos de autoridad. Aldith no era la esposa adecuada para un hombre con ambiciones. El casarse con ella no contribuiría a que prosperara el futuro de Lucas, al contrario. Y por primera vez la desconfianza que Justino sentía hacia el auxiliar del justicia se vio atenuada por una emoción más positiva: un destello de respeto. Pero, aun así, tuvo que preguntar:

– Si os ibais a casar, ¿por qué seguía viendo a Gervase?

– Para comprender esto, tenéis que saber algo acerca de Aldith. No ha tenido una vida fácil. Su padre era un alfarero de Michelmersh. Éste es un oficio poco lucrativo en el mejor de los casos, y él era más pobre que la mayoría, con pocos clientes y demasiadas bocas que alimentar. Cuando Aldith tenía quince años, su familia la casó con un panadero de Winchester. Este hombre tenía casi cuarenta años más que ella, y era tacaño y malhumorado. Por añadidura, su salud se resintió después del primer año de matrimonio, cuando sufrió una apoplejía. Aldith se quedó viuda a los veinte años, con apenas suficiente dinero para los gastos del entierro. Fue entonces cuando empezó a verse con Fitz Randolph. -Lucas hizo una pausa para apurar su copa de vino-. Fitz Randolph fue bueno con ella. No me gusta tener que confesarlo, pero es la verdad. Era un hombre generoso por naturaleza, siempre dispuesto a ayudar a su familia. En cuanto a Aldith…, bueno el hecho es que se ocupó de que no le faltara nada y ella se sintió agradecida. Me dijo una vez que el único recuerdo que permanece vivo a través de los años es el irse a la cama con hambre.

– Así que lo que estáis diciendo es que después de todo lo que hizo por ella, le costaba trabajo abandonarle.

– Sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo. -Los ojos de Lucas se encontraron con los de Justino, con un destello de desafío, como amenazándole si osaba burlarse. Pero todo esto le pareció verosímil a Justino y lo único que hizo fue asentir. Aplacado en cierto modo, Lucas hizo una seña para que les trajeran más vino, antes de continuar-: Me hizo prometerle que le dejaría que se lo contara en el momento que ella juzgara oportuno y de la forma que quisiera. Aldith ha sido siempre el tipo de persona que evita todo lo desagradable, así que me atrevería a decir que habría retrasado esta revelación el mayor tiempo posible. Pero se lo habría dicho. Yo me habría encargado de ello…

Justino no lo dudaba. Si Aldith hubiera sido su mujer, ya se encargaría él.

– Tengo algo más que preguntaros -dijo, reconociendo implícitamente al cambiar de tema que creía lo que le había contado, un reconocimiento que a Lucas no le pasó desapercibido-, ¿Cómo sabíais que yo estaba en esta taberna?

La sonrisa de Lucas fue displicente.

– Mi sargento no es tan inepto como vos creéis. Es cierto que el intento de seguiros no tuvo mucho éxito.

Al parecer no podría haber llamado más la atención que si se hubiera puesto un saco encima de la cabeza. Pero tiene su ración de sentido común. Sabía, además, que yo le habría despellejado vivo si me hubiera dicho que había perdido vuestra pista. Después de esa amistosa liza en el callejón, Wat tenía una necesidad perentoria de tomar una, dos o tres jarras de cerveza. Y se le ocurrió que vos tal vez tuvierais la misma urgente necesidad, así que se escabulló callejón arriba y miró en el interior de la taberna para ver si tenía razón. Tuvisteis suerte de que no fuera un degollador profesional o un asesino a sueldo.

– Sí, tuve suerte -dijo Justino lacónicamente, más enojado por su propia negligencia que por la pulla de Lucas. Tenía aún mucho que aprender sobre el instinto de conservación.

– ¿Queréis decirme por qué pensáis que la emboscada no fue un atraco fracasado o tengo yo que adivinarlo?

Justino experimentó un escalofrío, pero a pesar del sarcasmo de Lucas, tenía derecho a saberlo.

– Tengo mis razones para pensar que esto no fue un atraco al azar. Los forajidos estaban esperando a Fitz Randolph. -Y con la mayor concisión posible le contó a Lucas por qué estaba seguro de que así era.

– Tenéis razón -asintió Lucas, tan pronto como concluyó Justino-. Parece más bien un asesinato cometido por un profesional a sueldo. ¿Pero a instancias de quién? ¿Soy yo la única persona de quien sospecháis? Por muy halagador que esto pueda ser, ¿en qué punto nos encontramos ahora? -Miró socarronamente a Justino a través de la mesa, y después frunció el ceño-.¡Por los clavos de Cristo, no creeréis que Aldith…!

– Tranquilizaos. Nunca la conté entre mis sospechosos. -Una de las comisuras de los labios de Justino se torció ligeramente-. Si os he de decir la verdad, no puedo imaginarme a ninguna mujer que os desee con la suficiente intensidad como para cometer un asesinato.