– Yo pienso lo mismo. -Ahora eran las comisuras de los labios de Lucas las que se movían-. Entonces, ¿qué otra persona querría ver muerto a Gervase? ¿Hay algunas desavenencias familiares que yo deba conocer? Creo recordar que Aldith me contó que el hijo estaba en desacuerdo con el padre porque quería meterse fraile. ¿Sabéis vos algo de eso?
– Monje, no fraile. Y sí, es uno de los sospechosos, uno entre varios más. La hija parece estar enamorada del oficial de Fitz Randolph, pero éste estaba decidido a casarla con un viudo de buena familia. Fitz Randolph y su hermano discutían con frecuencia sobre dinero y está ahora más nervioso que un gato encaramado a un árbol.
– «A los enemigos de un hombre, los hallaréis en su propia casa.» -Lucas meneó la cabeza y después sonrió, expresando pesar-. No soy persona capaz de citar frases de las Sagradas Escrituras, pero no hay nada extraño en esto, ¿verdad? ¿Con cuánta frecuencia nos encontramos a la reina de Inglaterra relacionada en cierto modo con un orfebre? Empecemos con la emboscada en sí y sigamos las pistas desde allí. ¿Creéis que podríais identificar a los bandidos?
– No logré ver de cerca al hombre que se agarró al caballo de Fitz Randolph. Era muy alto y de complexión robusta, pero eso es todo lo que os puedo decir. Sí vi al que lo apuñaló, aunque ignoro su nombre; su compinche lo llamaba «Gib».
– ¿Gilbert? Hay más Gilberts errando por esos campos de Dios que los que nosotros somos capaces de enumerar. Es una lástima que no le hayan dado un nombre menos corriente, algo así como Drogo o Barnabus. ¿Qué aspecto tenía este tal «Gib»?
– De estatura y complexión mediana y cabello castaño. No me acerqué tanto a él como para ver el color de sus ojos, pero creo que oscuros. En cuanto a la edad, más cerca de los treinta que de los cuarenta. Y era sajón, no normando. Lo eran ambos, porque hablaban en inglés.
– Tenéis una vista de lince -dijo Lucas manifestando aprobación-. Pero ¿hay algo que podáis haber olvidado? -Extremando ahora su concentración, se apoyó en la mesa. Justino había visto antes una abstracción semejante, por lo general en las cacerías-. Algunas veces, le pasa desapercibido a un testigo un pequeño detalle -explicó Lucas- por considerarlo insignificante. La mayoría de las veces lo es, pero de vez en cuando… Yo esclarecí una vez un asesinato porque el asesino dejó caer una llave cerca del cadáver. ¿Hay algo que no me hayáis contado?
Ésta era una pregunta difícil, porque había mucho que Justino estaba ocultando: aquella carta manchada de sangre, un preso real en Austria, la sombra del rey de Francia.
– Bueno -dijo al fin-, hubo algo. Suena estúpido y probablemente no significa nada, pero me pareció ver una serpiente.
La mano de Lucas se quedó helada agarrada a la botella de vino.
– ¿Una serpiente?
Justino asintió.
– Sé lo que estáis pensando. Las serpientes hibernan en los meses de invierno. Así que ¿cómo una serpiente se iba a deslizar por el camino de Alresford? ¡Pero estoy totalmente seguro de que era una serpiente!
– Lo era. Yo os lo puedo decir sin temor a equivocarme. También os puedo decir quién asesinó a Gervase Fitz Randolph: un mal nacido hijo de puta llamado Gilbert el Flamenco.
Lucas sonrió gravemente ante la expresión de asombro retratada en el rostro de Justino.
– Esta no es la primera vez que se ha valido de ese truco de la serpiente, así que hasta os puedo decir cómo lo hizo. Encontró el escondrijo de una serpiente, la sacó de allí, la metió en un saco y la arrojó al camino cuando el orfebre y su criado estaban a punto de pasar. Nada espanta más a los caballos que una serpiente; es un método casi infalible para hacer caer a un hombre.
– Esto explicaría, entonces, por qué sus caballos se desbocaron sin causa aparente. ¿Yqué sabéis de ese hombre?
– Que la horca no es suficiente castigo para él -contestó Lucas con dureza-. Gilbert es un muchacho de la localidad, aunque hace ya tiempo que se trasladó a Londres; supongo que allí tiene más oportunidades. Pero viene a visitar a su familia y el verano pasado estuvo implicado aquí en un doble asesinato brutal. Tendió una emboscada a un comerciante y su mujer en el camino de Southampton, él y otro forajido del demonio. Al marido lo mataron en el acto. Después de violar a la mujer, Gilbert la acuchilló y la dejó que se desangrara hasta morir, en un lado del camino. El tal Gib no es de los que dejan testigos tras sí, pero la esposa del comerciante no murió inmediatamente. Vivió lo suficiente para contar lo de la serpiente y la emboscada y para poner una soga alrededor del maldito cuello de Gilbert.
– Que Dios tenga piedad de él- dijo Justino suavemente.
– Yo pasé días y días persiguiéndolos. Cogimos a su compinche, lo sometimos ajuicio y después lo ahorcamos en el camino de Andover. Pero Gilbert tuvo la suerte del diablo, y se escapó. He oído decir que regresó a Londres y he advertido a los justicias de allí que traten de encontrarlo y no le dejen escapar, pero Londres es un tronco lo suficientemente grande para ocultar muchos gusanos. Supongo que Gilbert decidió que había pasado suficiente tiempo para arriesgarse a volver. Que Dios lo pudra, pero la verdad es que nunca le han faltado agallas.
– ¿Por qué le llaman Gilbert el Flamenco? Decís que es natural de Winchester y que aquí nació y se crió; ¿procede su familia de Flandes?
– Le llaman así -dijo Lucas- porque es muy hábil con el cuchillo. ¿No habéis oído nunca decir eso de que no hay nada más afilado que una navaja flamenca?
Justino asintió sombríamente, estremecido al pensar lo que le habría pasado a Edwin si él no hubiera acudido al oír aquel grito pidiendo ayuda.
– ¿Creéis que lo podréis encontrar?
– Si no lo encuentro, no será porque no lo intente. En cuanto amanezca, haré público el asunto y mantendremos a su familia tan vigilada que no eructarán sin que uno de mis hombres oiga sus eructos. -Dicho esto, Lucas empujó el banco y se puso de pie,
– Tengo que volver al castillo. -Estaba en mitad de la conversación cuando Wat se acercó a ellos-. Os comunicaré lo que he descubierto acerca del tal Gilbert. Mientras tanto, De Quincy, manteneos apartado de los callejones. -Sonrió e hizo una seña al propietario de la taberna-. Rayner, carga a mi cuenta lo que beba este caballero.
Lucas recogió a Wat y salió pavoneándose. Era el foco de todas las miradas. Justino sorprendió al dueño de la taberna fulminándole con la mirada, pero el ceño fruncido del tabernero se transformó en una sonrisa de agradecimiento cuando puso deliberadamente unas monedas sobre la mesa. Sabía muy bien que Lucas nunca pagaba las cuentas en las tabernas: consideraba las bebidas gratis como una de las muchas bicocas de su cargo.
Después de la marcha de Lucas, los que estaban en la taberna se acomodaron para seguir bebiendo, jugando a las damas y cotilleando. Justino se arrellanó en su asiento, tratando de hacer caso omiso de las miradas curiosas que le dirigían. Necesitaba estar solo para evaluar lo que el justicia le había dicho. ¿Podía realmente confiar en Lucas de Marston? Si era así, había ganado un aliado inestimable. Si no, tal vez no le quedara ya vida para arrepentirse de ello.
6. WINCHESTER
Enero de 1193
El castillo de Winchester era fácil de encontrar; ocupaba más de dos hectáreas en el sector sudoeste de la ciudad y dejaron entrar a Justino porque dio el santo y seña, que era el nombre de Lucas de Marston. El cielo tenía un aspecto gris y agorero con un amago de nieve en el aire. Sería tal vez el tiempo, pero Justino sintió un escalofrío al cruzar el patio. De sobras sabía que el castillo servía a menudo como residencia real, pero a él le pareció inhóspito y poco acogedor. ¿Era porque sabía que Leonor había sido a veces recluida aquí durante largos años como reina cautiva? ¿O porque le quedaban aún algunas dudas sobre la sinceridad y buenas intenciones de Lucas de Marston?