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– He soñado tantas veces en este reencuentro.

– Tú te marchaste.

– Pero nadie te ha sustituido. Ni Quimet. Él me ha dado una seguridad diferente, pero no es mi hombre. Tú eres el hombre de mi vida.

– Ya no me necesitas.

– ¿Por qué me dices eso?

– Has cambiado de oficio. Antes necesitabas un protector emocional y además te salía gratis. Ahora eres una mujer de negocios.

– ¿Tú pensabas de mí que era una puta?

– No.

– Yo tampoco pensaba que tú eras un protector, ni que salías gratis. Eras mi hombre. Lo sigues siendo.

Ya vestido, Carvalho llegó a tiempo de retirar el pastel de manzanas antes de que padeciera quemaduras de tercer grado. Charo seguía con su discurso. Quería poner sobre la mesa siete años de ausencia y todo el futuro que esperaba. Carvalho no contestaba. Tocaba libros. Los escogía y los desechaba. Por fin se quedó con uno en las manos, La vie quotidienne dans le monde moderne de Henri Lefebvre. Leyó como siempre una frase pretexto para la quema o para el difícil indulto: «la théorie du métalangage se fonde sur les recherches des logiciens, des philosophes, des linguistes (et sur la critique de ees recherches. Rappelons la définition: le métalangage consiste en un message (assemblage de signes) axé sur le code d 'un message, un autre ou le meme». Demasiada gente para llegar a la conclusión de que quemar un libro en una chimenea era un acto metalingüístico, por lo que descuartizó el libro y lo colocó en la base de la futura hoguera.

– ¿Por qué lo quemas?

– Porque todos recurrimos al metalenguaje sin necesidad de que nadie nos lo explique. También porque Lefebvre descubrió tarde el papel de lo cotidiano frente a lo histórico, descubrió tarde que siempre tienen razón los días laborables.

Charo elogió la cena y habló repetidamente de Quimet, de lo buena persona que era, de lo mucho que había hecho por ella y de lo mucho que podría hacer por Carvalho.

– ¿Recuerdas aquel tipo, Anfrúns, aquel sociólogo follica que apareció cuando yo investigaba el caso de la gogo-girl?

– Cómo no lo voy a conocer. Es un asesor de Quimet en asunto de religiones.

Charo amaneció a su lado y la acompañó hasta su tienda en la Vila Olímpica para trasladarse después al despacho de las Rambles. Durante todo el trayecto de descenso por la Ronda de Dalt, en busca de la Ronda del Litoral, la mujer no dejó de cantar y de preguntar, maravillada por todos los cambios de la ciudad. Parece otra, ¿verdad, Pepe? Como nosotros. También parecemos otros, ¿verdad, Pepe? Charo había prolongado el beso de despedida y luego le había retenido la mano de despedida, la mirada de despedida, había convertido la despedida en un final de capítulo de culebrón lleno de inquietantes premoniciones. Pero él sabía dónde estaba su norte desde el comienzo del día y no quería superar la ambigüedad con que acogía el intento de Charo para restablecer las relaciones de dependencia y por eso cuando llegó al despacho buscó los fax de la vaca y seleccionó el número de teléfono que figuraba junto al del fax.

– Perdone. He recibido varios fax de ustedes, de SP Asociados, pero no precisan quién me los envía. No. No puedo dar más detalles.

El interlocutor debía recorrer toda la oficina preguntando quién había enviado fax a un tal Pepe Carvalho. Notó el ruido del teléfono al moverse, también el sonoro silencio voluntario que se cernía al otro lado de la línea y de pronto brotó una estudiada voz de mujer, como si hubiera preparado lo que iba a decir durante mucho tiempo.

– ¿Carvalho? ¿Es usted? ¿Seguro?

– No lo ponga en duda. No aumente mi sensación de inseguridad.

Los Reyes Magos existen, ya lo sé.

Su llamada telefónica ha sido «una experiencia religiosa», todavía estoy aturdida, sorprendida y balbuceante (como habrá percibido). Yo le recordaba tímido, muy tímido, pero aparentemente prepotente (conmigo ejerció su prepotencia), además de muy ocupado. Por ello supuse que, como mucho y con suerte, me enviaría mediante el fax un lacónico Sí o No.

Me ha sorprendido del todo, no sólo por el medio, también sus explicaciones y mas aún que no supiera a qué debía responder. Yo, de momento, sólo le habría hecho una propuesta que, en el caso de resultar positiva, se traduciría en una aportación a su paladar (unas recetas de cocina, un vino…, ¿recuerda?); todo ello con el ánimo de compensar su generosa atención hacia mí. Debería estar cumpliendo ya con mi compromiso, pero ahora no puedo centrarme en contarle, pormenorizadamente, los secretos de mi «empanada de bonito en hojaldre» y mi «ensalada de naranjas con ajo». Usted no me recuerda cocinera, al contrario, pero gracias a usted lo soy. ¡En tantos aspectos ha sido usted el hombre de mi vida! Quisiera enviarle unas botellas de vino blanco del Empordá que mi familia elabora, está de moda lo de meterse en negocios de vino. Necesitaré que me indique si puedo hacérselo llegar a su despacho ¿Sigue Biscuter con usted?¿Sabe que tiene una voz más cálida que la de antes?, también retórica, y un punto «suficiente»…, ¿en el Olimpo, todos los dioses hablan como usted? Todavía bajo los efectos de su llamada de ayer, es decir deslumbrada, en las nubes, nubes, nubes… (¡ojalá! pudiera sonar esto, como suena Alberti con sus olas, olas, olas…). Quedo en estado de gracia, vamos.

Compré un vestido precioso, estoy (me siento)' guapíííííísi-ma con él; todo fue ayer absolutamente perfecto.

Ríase cuanto quiera, en casa había una cena familiar y era tal mi estado de enajenación que decidieron poner un cubierto en la mesa para usted, de ese modo resultaba más «natural» que yo siguiera mi/nuestra alelada, e íntima, conversación; es decir: cuando miraba hacia su plato nadie debía interrumpirme/nos; soporté bromas de todos los colores y tuve que darles cuenta de qué era lo que usted había opinado acerca de «la sopa fría de melón» y del «bacallá a la llauna»…, ¡lo que hace la envidia!, les dije. Era el menú de la cena y usted como siempre, aunque no lo sepa, asiste a mis cenas, a mis comidas, cuando las hago, cuando compro lo que necesito para hacerlas u ordenarlas a la asistenta. Usted está presente en lo que vivo y en lo que sueño y mi familia lo sabe, porque Mauricio, mi marido, conoce que gracias a usted nos casamos y tuvimos dos hijos espléndidos.

La cosa tuvo su gracia, más, cuando me retiré a descansar (ellos están, ya, de vacaciones y alargaron la sobremesa), con todas las historias que sobre usted se cuentan, incluida la que me afecta. No fue un: ja, ja, ja, no, el carcajeo general sonó: jua, jua, jua.

he notifico todo esto porque es justo que conozca los resultados de su buena obra de ayer. A estas alturas no será preciso que le diga que yo no soy ni tímida ni prudente, y como en el pedir no se debe ser tacaño, a la vuelta de vacaciones, tal como usted precisó, le propondré una cita: Boadas, El Viejo Paraguas…, pero escoja usted el sitio, seguro que me gustará (no, no tiene alternativa).