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Carvalho le tendió la botella y la ilusión volvió a los ojos de la mujer. Siempre llevaría horchata encima. Nunca más volvería a defraudar a nadie por culpa de una horchata. Horchata y melocotones. Charo bebía su vaso despacito.

– Olvidaba decirte que Quimet está muy interesado en que mañana vayas a Lluquet i Rovelló.

Cuando Carvalho entró en Lluquet i Rovelló otra vez le pareció recuperar la herboristería de su país de infancia y sus ojos se fueron hacia las alacenas repletas de tarros cerámicos con rótulos de hierbas medicinales. No estaba la dependienta viuda de buen ver, sino una punki discreta, rubia pero alguna mecha lila denunciaba su voluntad subversiva y musitó: De bon matí quan els estéis es ponen. La dependienta habló por un walkie-talkie y a los pocos minutos de detrás de una cortina emergió Quimet sonriente y tan recién duchado como siempre. Por la puerta de la calle entró el hombre del chándal, sudado como si acabara de correr contra sí mismo, y aparentemente oteaba algunos tarros como si le interesara su contenido. Era el jefe de los motoristas con los que había tenido tan breve encuentro. Hizo una señal Quimet para que la dependienta se fuera a cerrar la puerta de la calle, tiró de una cortina vertical que impedía la visión de lo que ocurría en el interior y le pidió a Carvalho que se dejara poner una capucha. Desde la oscuridad trató de percibir algún movimiento indicativo, pero sólo un brazo le ayudó a dar unos diez pasos hacia adelante y de pronto, cuando le quitaron la capucha, habían atravesado el muro de la botica lleno de tarros de porcelana con indicativos medicinales. Una mesa redonda, una docena de personas que saludaron con respeto a Quimet, quien condujo a Carvalho hasta el asiento predestinado para que fuera observado por los rostros paralizados de los presentes. Ni pestañeaban. Desde detrás de Carvalho se deslizó el hombre del chándal, que se sentó también en una silla que parecía ser amiga suya o en cualquier caso se la calzó más que se sentó en ella. Quimet se plegó aún más sobre sí mismo, sobre su esencial pulcritud e instó a que el hombre del chándal hablara.

– Escuche con interés, Carvalho, porque va a enterarse de cosas fundamentales para la tarea que podríamos asignarle. Le presento a Xibert, confórmese con ese apellido y no vaya más allá. Él le informará sobre los antecedentes de nuestro proyecto.

Xibert tenía la mandíbula y los hombros acentuados y los ojos tristes. Contemplaba a Carvalho sin demasiado entusiasmo y puso las cosas claras desde el comienzo.

– El nacionalismo catalán no tiene sentido de Estado.

Contempló el efecto de sus palabras entre los reunidos y Quimet cerró los ojos instándole a seguir.

– Sólo así se entiende que jamás se haya planteado seriamente montar un servicio de información adecuado a la voluntad de conseguir un Estado catalán. Cuando de un político catalán se dice que «tiene sentido de Estado», se quiere decir que tiene sentido de Estado español. No podemos tener ejército, ni política exterior, pero ¿quién nos priva de tener unos servicios de información? Los vascos nos llevan sesenta años de ventaja. Nada más perder la guerra civil ya montan un servicio de inteligencia que se mueve a dos bandas, hacia la Alemania nazi y hacia Estados Unidos, a ver cuál de los dos puede facilitar la independencia de Euzkadi. Aguirre, el lendakari durante la República y la guerra civil y el exilio, se perdió unas semanas por Berlín negociando con Hitler o con quien fuera el apoyo nazi a la independencia de Euzkadi, e Irala y Aguirre, con Galíndez como intermediario, trabajaron con el departamento de Estado norteamericano en los años cuarenta, cincuenta y prácticamente hasta el retorno de la democracia a España. Puedo decirle que cuando se puso en marcha el Estado de las autonomías, me trasladé a Euzkadi, por órdenes superiores y el Partido Nacionalista Vasco ya tenía montada una ertzainza, una policía antes de que se la autorizaran desde Madrid y ya disponía de redes de información metidas en los aparatos del Estado español. Los dos modelos referenciales que teníamos los patriotas catalanes eran los vascos, porque ambos padecíamos el mismo Estado opresor, el español, y los israelíes, porque es el mejor servicio de información si tenemos en cuenta la relación entre inversión y calidad y la dificultad del frente que cubren, algo así como la relación entre calidad y precio. Además, Israel siempre ha sido para los catalanes el referente del pueblo escogido y a la vez perseguido, como en cierto sentido lo ha sido el pueblo catalán. Cuando hablaba con los vascos me daba cuenta de que no eran cuatro jovenzuelos nacionalistas como nosotros, sino gentes con graduación militar, algunos provenientes del País Vasco Francés, ex paracaidistas vascofranceses, por ejemplo, de la OAS, que habían traspasado su saber a la causa nacional vasca. Allí sabían lo que era interferir los teléfonos, tanto en Euzkadi como en España, y se sorprendían al saber que nosotros no teníamos infiltrados en los aparatos del Estado español. Aquí no teníamos nada de eso y cuando yo le informaba a nuestro presidente autonómico de todo ello, se echaba a temblar y me decía: Xibert no se meta en esos líos. Se lo prohibo. Con la manía que nos tienen a los catalanes, sólo faltaría que nos pillaran mirando por la cerradura. A los vascos se lo perdonan todo, Xibert, porque todos hablan castellano. ¿Qué le parece, Carvalho? Aquí nadie tiene sentido de Estado, no lo olvide. Cuando se me ocurrió plantearle la necesidad de montar un servicio de información, una escuela de policía, cuadros expertos en seguridad, una élite muy escogida de superagentes preparados para todo, la necesidad de acordar unos fondos reservados, tenía que haber visto usted la cara del señor presidente. Para no hablar del presidente de transición, el famoso Tarradellas, que ante esta problemática sostenía que lo único que interesaba al gobierno catalán era tener autoridad sobre la Guardia Civil y la policía española de ocupación, que se le cuadraran los guardias civiles, que se le cuadraran antes de fusilarle, supongo, porque los cuerpos de seguridad operantes en Cataluña, incluso los mandos de la policía autonómica son españolistas y obedecen las órdenes de la cúpula de seguridad española. Le contaré una anécdota. Cuando se produjo el golpe del coronel Tejero en 1981, el jefe de la policía autonómica ¡de Cataluña! telefoneó al capitán general desde el Palacio de la Generalitat y le preguntó: ¿Qué hago con estos payasos de aquí arriba? Y se refería a los representantes políticos del pueblo catalán en aquel momento reunidos en torno al señor presidente. Éste era el estado de la cuestión ycuanto hicimos para que las cosas cambiaran se ha concretado en la formación de una policía autonómica en parte controlada por mandos explícita o implícitamente obedientes a Madrid y al CESID, el servicio de información del Estado español, una escuela de policía técnicamente perfecta que ha producido profesionales formidables, un sindicato policial catalán de confianza y poca cosa más, bueno, el diseño del traje de nuestros policías que es obra de Toni Miró, el Armani catalán, porque a diseño sólo nos ganan los italianos y en cambio la policía italiana no viste según los diseños de Armani, el Toni Miró italiano. Pues bien, nada de esto nos sirve, por razones fáciles de entender. Necesitamos un servicio de información para las formaciones políticas esencialmente nacionalistas y un servicio de información institucional vinculado a la Presidencia del Gobierno, pero ambos movimientos darían que pensar y que recelar a Madrid y por extensión a la Unión Europea, que quiere monopolizar el control superior de la red de seguridad de toda Europa. Por todo ello hay que montar ese servicio de información fuera del sistema, pero sirviendo al sistema, y es ahí donde empieza a explicarse el papel de algunos de los que estamos aquí.

Tomó respiro por protocolo, pero sus pulmones no lo necesitaban. Xibert no había quitado ni un momento los ojos de Carvalho.