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De pronto se dio cuenta de que era la misma muchacha con veinte años más y cada una de sus señales, dentro de un sistema de señales de mujer hermosamente acuarentada, seguía siendo la de entonces, especialmente los ojos grises y claros, la boca grande ya no tan tierna y enmarcada por arrugas que la entre comillaban, los cabellos rubios, ahora cobrizos y cortos destacaban aún más los pómulos que la ayudarían a envejecer en estado de belleza. Era como si esta mujer encajara en aquella muchacha y no al revés.

– ¿Se acabó el enigma?

– Este enigma. Quedan otros.

– ¿Por ejemplo?

– ¿Por qué ahora?

– He tardado en darme cuenta de que necesitaba reencontrarte. Era un problema de crecimiento. De madurez tal vez. Has sido una larga ausencia, ausente pero presente, como si estuvieras allí donde yo estaba, en cualquier rincón de mi vida cotidiana. ¿Recuerdas esta nota?

Allí estaba la nota, su letra:

Tal vez te convenga hacer ese viaje pero sola o mejor acompañada. Búscate un muchacho amable, al que le hagas un favor con ese viaje. Te recomiendo un muchacho sensible, con cierta cultura y no mucho dinero. Los encontrarás a montones en la Facultad de Filosofía y Letras. Te adjunto las señas de un profesor amigo mío que te ayudará a buscarlo. No le abandones hasta que lleguéis, al menos a Katmandú, y déjale el suficiente dinero para que pueda volver. Tú sigue tu viaje y no vuelvas hasta que te caigas de cansancio o vejez. Aún volverás a tiempo de comprobar que aquí todo el mundo se ha vuelto o mezquino o loco o viejo. Son las tres únicas posibilidades de sobrevivir en un país que no hizo a tiempo la revolución industrial.

Ella estudiaba con ansiedad cómo recuperaba Carvalho su propio texto y respetó el silencio con el que el hombre trataba de ganar tiempo y capacidad de sanción mientras le crecía un dolor sólido en el pecho, como si de pronto hubiera descubierto su culpabilidad en un desastre, incluso en un desastre propio.

– Cumplí todos tus encargos. Busqué a tu amigo Sergio Beser y le dije: Ayúdeme a encontrar un estudiante pobre con cierta cultura, capaz de venirse conmigo a Katmandú. Sergio me dijo: Tendrás cola, perome ayudó a encontrar a uno que era de su tierra, más o menos, no exactamente de Morella. Soporté su corpora tivismo.

– ¿Te duró hasta Katmandú?

– Es mi marido. El padre de mis dos hijos.

Y donde había estado el papel con la infamante despedida estaba ahora una foto con dos muchachos casi veinteañeros.

– El mayor nació en Afganistán. Después de Katmandú hicimos la ruta de la seda.

Los ojos de Carvalho preguntaban: ¿Todo va bien? Pero nada dijeron los labios porque en los ojos de Yes se había instalado la melancolía.

– Tuviste razón al echarme de tu lado. Era una niña pija y drogadicta insoportable.

No, pensó Carvalho, no. No te creas lo que te decían mis ojos. Eras una muchacha maravillosa, generosa, la muchacha absoluta, la muchacha dorada que yo había estado esperando desde la infancia, pero…

– ¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?

– La primera vez que te vi pensé: pon un Gary Cooper en tu vida, chica. Estabas como esperando a Gary Cooper y tenías las piernas bonitas y largas.

– Estabas desfasado. Gary Cooper ya no se llevaba.

– Lo sé, pero tenía que defenderme del impacto que me habías causado, reducirte a una muchacha dorada de película, a una realidad en technicolor.

– Es curioso, pero a veces cuando te recuerdo entonces, hace veinte años, junto a nosotros aparece aquel cachorro que tenías.

– Bleda.

– Bleda, sí. ¿Qué fue de Bleda?

– Me la mataron.

Los dos cerraron los ojos como si les doliera la muerte de un perro, ahora, y era cierto, Bleda acababa de volver a morir, recuperaba Carvalho el tacto de cartón de la piel del animal degollado y la secuencia de su sepultura en la tierra del jardín de Vallvidrera, allí estaban sus restos, ante los que se detenía a veces y pronunciaba el nombre del animal como se pronuncia el nombre de una ausencia y se recuerdan las más irremediables injusticias, las biológicas.

– ¿Tu madre?

– Más vieja y más insoportable. Lo que quedó de los negocios de mi padre lo gestionan entre ella y mi marido. Yo me he dedicado a cultivarme, a leer todo lo que no había leído cuando te conocí y me horrorizó tanto que quemaras libros. Hago algo en la oficina de SP Asociados, cosas relacionadas con los contactos exteriores, me fascinan. Desde allí te envío los fax.

SP Asociados era Stuart-Pedrell Asociados. Se sorprendió a sí mismo contemplándola, tenía los ojos enrojecidos, tal vez las lentillas, aunque desde la perspectiva de Carvalho no era posible saber si llevaba lentillas o no.

– Conjuntivitis. Tengo conjuntivitis.

Dijo ella adelantándose a cualquier conclusión. Como un fogonazo apareció de pronto en la cabeza de Carvalho una escena de cama con Yes, dos, una convencional, la otra la borró inmediatamente, no fuera ella a coincidir en la evocación, de tal como estudiaba al hombre, sin perder la sonrisa, ni la humedad en los ojos. A Carvalho le dolía el corazón de gozo. Pidió un whisky y otro y otro y le parecían maravillas todo lo que salía de los labios de Yes y recordó un bolero que empezó a tararear sin darse cuenta hasta que la voz de ella desveló de pronto la canción que expresaba su mal disimulada euforia.

– «Hay campanas de fiesta que cantan en mi corazón.»

Y fueron los labios de ella los que recitaron:

Solamente una vez se entrega el alma

con la dulce y total renunciación

y cuando este milagro

realiza el prodigio de amarse

hay campanas de fiesta

que cantan en mi corazón.

– ¿Quién es el mejor espía hoy día?

El silencio de los alumnos alentaba la satisfacción del profesor, verdadero éxtasis cuando exclamó con cierta precipitación, no fuera a adelantársele alguien:

– El satélite de espionaje. Un satélite puede captar conversaciones, hacer seguimientos, pero fundamentalmente se utiliza para conjuntos humanos importantes, si bien es cierto que es capaz de interceptar un infinito de comunicaciones interpersonales. No obstante, el hombre sigue siendo fundamental como agente de información para las llamadas acciones encubiertas y hoy dispone de un instrumental sofisticadísimo que, por consiguiente, ha requerido la invención de otro tipo de material sofisticadísimo para detectar los aparatos invasores. Es un juego constante de toma y daca del que conviene conozcan las piezas más esenciales y hay que empezar por el principio: cómo escuchar a distancia, cómo ver a distancia, cómo agredir, si es necesario, a distancia. Comenzaremos por la técnica de las escuchas que se divide según las vías: cable, ventosa magnética, radio, haz óptico o luz coherente o aire, es decir, desde el pinzamiento de un teléfono hasta los micrófonos o los cañones microfónicos, pasando por elláser. Hoy disponemos de una juguetería excepcional, pero conviene un entrenamiento humano muy adecuado porque, no lo olvidemos, es la oreja humana la que escucha y el ojo humano el que ve y hay que saber desde intervenir un teléfono hasta meterse en el correo virtual, desde saber analizar las papeleras y vertederos del objetivo espiado hasta aprender a camuflarse para estar junto al espiado sin inspirar sospecha mediante técnicas de mimesis que implican una gran dosis de inteligencia. Hay que aprender a disfrazarse sin que parezcamos disfrazados. Hemos de espiar sin inspirar sospechas, es decir, por consiguiente, no hemos de ser sospechosos. Ante todo no se pongan nunca una gabardina para espiar.