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– Me has besado.

– Lo recuerdo.

– Es decir, ya somos amantes.

– Muy superficialmente.

– ¿Quieres decir que necesitamos acostarnos para ser amantes?

– Por ejemplo.

– Pero yo no puedo asumir una sexualidad doble. Yo no puedo irme a la cama contigo y por la noche irme a la cama con Mauricio.

– Lo entiendo perfectamente. Estamos en una etapa de involución sexual. Hace veinte años lo que acabas de decir te hubiera parecido una estupidez.

Ella ahora se había volcado sobre él y le ponía una mano sobre el brazo.

– En cambio, estoy dispuesta a irme contigo. Para siempre. No lo olvides, eres el hombre de mi vida.

Ante Carvalho había desaparecido Yes y se abría un abismo imantado que le atraía al tiempo que le dolía el esternón.

– A mi edad sería un para siempre muy breve. ¿Y tu estupendo marido, y tus maravillosos hijos? No te perdonarían. Quedaría destruido tu ecosistema.

– Me daría igual, siempre que lo tuvieras tú muy claro. O todo o nada.

Tenía en las manos el problema. Ella se lo había traspasado y le contemplaba entre la angustia y el orgullo. No me rechaces, le pedía, pero de los labios de Carvalho salió una cinta de fax más que una oratoria comprometida. La edad marcaba una excesiva distancia, no podía romper su ecosistema porque rompía el ecosistema de Charo, de Biscuter y sobre todo no podía romper el ecosistema de ella. ¿Te imaginas una vida sin los seres que dependen de ti? ¿A qué niveles de complejo de culpa llegarías?

– ¿A qué complejo de culpa te refieres? ¿Al mío? Estoy tan enamorada de ti que no tengo complejo de culpa, pero me niego a vivir dos vidas en dos camas. Sólo quiero una vida y una cama. Contigo. La tuya. Pero sólo una cama.

No contestas mis llamadas, ni las cartas que te mando por telefax. ¿ Ya no te quedan paisajes de la memoria por enseñarme?

Quieres que te deje en paz. Las más bellas historias envidiarían un final tan espléndido, sin muertos, sin lágrimas; un remate elegante -de cabeza, por supuesto- que sublimó, hasta gasificar, cualquier argumento de continuidad.

No quieres jugar a destruir mi ecosistema, dijiste. Todas y cada una de las consistentes razones, tan inapelables como ineludibles, jugaron a tu favor, ni tan siquiera yo -la reina de la improvisación- fui capaz de sortear, o distraer, una maniobra tan impecable. Perfecta la posición en el campo, exacto el cálculo de la distancia, oportuno en la elección del momento, escrupuloso en la ejecución. Esta ignorante -y humilde- mujer sólo estaba en posición de presentir la derrota, aturdida y desconcertada.

Tener razón es muy importante y tú tienes razón, toda la razón… y nada más que la razón. A mi edad -540 años- no me interesan las razones, les he rendido pleitesía mucho tiempo; he llegado a la conclusión de que la pasión no es lo más importante, es: lo único importante. Por otra parte no concibo cómo se puede pretender, a estas alturas, hacerle un regate a la emoción, atendiendo a cuestiones tan prosaicas comola incomodidad de los horarios, costumbres, el marido realmente existente, los hijos…; cuando los dioses nos regalan algo tan escaso como es la ilusión, es un acto de soberbia -imperdonable- rehusar.

Alguien a quien adivino vasallo de la estética tiene que, al menos, estar en un dilema; me explico: parece muy difícil que puedas renunciar a un espectáculo como yo, tanto como difícil renunciar a tu solvencia, comodidad y paz moral. Se me olvidaba decirte que en el primer plano final, justo antes de rendir la cabeza y marchar -¿desfilar?-, besé tu frente, tus mejillas y tus labios con mis ojos, demorándome lo menos posible. No me gusta molestar. No trato de deshacerme del ídolo, puedo asumir sus -si los hubiere- pies de barro, mi adoración es incuestionable, ha superado el paso del tiempo, todas las modas.

Reconozco mi error al proponer una «aventura», no sólo por lo ambiguo del término, también porque oculté nuestro encuentro a Mauricio, no sé por qué lo hice, no era preciso, probablemente me dejé impregnar por la atmósfera que se había creado. Y para colmo EL ANÓNIMO QUE SE HA RECIBIDO EN CASA, puede que esté rodeada de gente a la que no le soy simpática, soy la dueña y los dueños nunca somos simpáticos. Seguramente me pasará pronto la necesidad de referirme a ti de un modo tan compulsivo.

Se me ocurre que la perfumería, o lo que sea, que, a su vuelta de Andorra, tiene que montar Charo -las putas siempre encuentran el modo de hacerlo todo práctico y provechoso- debería llamarse: «En Esencia», «Esenciales»… En mi opinión te mereces que este personaje vuelva con la frente marchita, pero dispuesto a trocar en transparente y positivo todo lo que hasta el momento era sórdido en su vida. Este negocio le va a permitir reconvertir sus antiguos clientes en clientes de nuevo, y también en clientes a sus compañeras; Pepe Carvalho participará ahora de la misma condición de cliente que todos ellos, ¿revancha? Clientes todos pero de un negocio transparente, socialmente presentable, de buen tono, chic.

He sido una insensata, una ilusa y además una pesada. Está bastante claro que tú no me necesitas para nada, me atiendes cuando te llamo o te escribo pero son actos reflejo de los míos. Había pensado conocerte, divertirme, jugar un poco, sin que ello supusiera daño alguno para nadie; que tú recibieras un millón de halagos y alguna que otra cita entretenida, no parece perjudicial. Por mi parte materializar mi relación contigo (en mis sueños siempre hemos discutido mucho) era un proyecto demasiado atractivo, en sí mismo inocente y por tanto irrenunáable.

Al recibir el anónimo considero que no tengo nada que ocultar, por eso se lo he contado todo, todo a Mauricio. Se lo he podido contar todo porque no ha pasado nada. Puedo asumir y hasta controlar cualquier tipo de enamoramiento, no son más que emociones pasajeras, distracciones, que no tienen por qué ser desestabilizantes, simples escaramuzas sin ningún tipo de trascendencia, ejercicios de adiestramiento, que no traspasan los límites de la esgrima verbal. Con cierta frecuencia surgen a mi alrededor episodios galantes, que se conocen y asumen en casa sin ningún tipo de crispación, al contrario incluso, a mi marido y mis hijos les hace cierta gracia que gente de su entorno muestre un particular interés por mí; se habla de «mis víctimas» de «esa nueva víctima» y de lo contenta que estoy con mi cosecha de triunfos, dicen que no tengo piedad, que soy una casquivana, una coqueta sin remedio y me «riñen» pero sin demasiado énfasis. Todos saben que, por otra parte, a mí no me da ni frío ni calor, es pura gimnasia, y que además nunca soy yo quien promueve esas situaciones; digamos que por un lado me halagan, y por otro lo llevo con resignación.

Al parecer, ha resultado premonitorio que firmase algunas cosas con: Alicia, detrás del espejo, porque estar al otro lado del espejo es lo que estoy haciendo ahora. Es una nueva perspectiva nada cómoda, pero resolveré sin duda todas estas inquietudes, procuraré no ser demasiado molesta y, a la vez, que no me «molestes» -confío plenamente en que entiendes lo que digo- no permitiré que nada de todo esto afecte a mi equilibrio emocional, ni al de los míos. Mis excusas, también mis respetos.

Alicia

Tal vez todo sería mejor así. Considerar el reencuentro con Yes una peripecia del espíritu que acabaría pareciéndole irreal, como si hubiera pasado de la evocación al espejismo o como si hubiera vivido la fantasmagoría de La mujer del cuadro de Fritz Lang. Los días pasaban sin nuevos mensajes, hasta que de pronto: