Tú no sientes, no te impregnas de amor, deseo, necesidad… esos sentimientos los ejercitas, los despliegas, los pones a producir como utilidades fabriles, y mientras los ejecutas, los perpetras, también los vas secando, agostando hasta la extenuación, como emociones. No es una educación encorsetada la principal causa de desavenencia entre tus gestos y lo que dices sentir; tus gestos -escasos- están en perfecta concordancia con lo que realmente sientes -poco-. Eres demasiado inteligente para no darte cuenta de que algo falla en el esquema, te sabes impotente para apreciar que: el encanto de lo inútil es necesario.
Bueno, no, los besos sí, los besos aquellos que ya habrás decidido que son mi cuota, dámelos todos, dámelos suaves, húmedos, lentos, poderosos, azules, y… contados; es lo que he venido a reclamarte, por favor: bésame mucho. Mientras te escribo desde mi ordenador personal, casi borracha y en una noche, más noche que ninguna, me cruzan de parte a parte dos canciones: bossanova en tu mirada, Bossanova…; y: Somos. No puedo organizarme, no sé cómo hacerlo, me siento inútil para todo, para todos, para mí; mis piernas no me obedecen, suenan como carracas oxidadas y sin embargo tengo que salir corriendo como sea, tu recuerdo indica un camino que a veces me parece conocido, mejor dicho, lo estoy conociendo… Yo que había imaginado caricias en el arpa de tus venas… que había inventado besos nuevos.
No contestas, pero está tu voz. Acabo de hablar contigo, me impresiona tanto tu voz, pareces saber qué es lo que voy a decir.Es así de grave, te quiero, te quiero, te quiero. No estoy jugando contigo, no quiero jugar con nadie, no quiero ser un peligro público, un día estaré completamente sola, lo sé.
Tengo otras sensaciones físicas, también muy sorprendentes, no te cuento porque no creo que estés en edad de entender.
Tú, que todo lo sabes, ¿ no podrías pasarme ese manual de instrucciones tan operativo que empleas1? Yo sé que no te soy indiferente, sé que te gusto un montón.
Es suficientemente agradable saber que altero de algún modo tus hormonas, y que conversar conmigo te distrae, te apetece, que te acuerdas de mí. Es una relación desigual. Yo te necesito fundamentalmente. Cuando te fuiste, después de mi ultimátum sobre las dos camas, te seguí, alcancé a verte bajar las escaleras del parking, luego me aposté (¡vaya expresión!) en una esquina para verte salir con el coche. Se alejaba la pieza, mejor dicho: yo me alejaba de ella y me quedé aturdida, sola, ridicula. No sé si tú habrás sentido nunca una atracción, tan desmedida, como la que siento yo por ti, intuyo que sí pero aunque para satisfacerla también tuvieras escollos, dependencias que salvar, me consta que cogiste tus escrúpulos, tus lealtades, tu nobleza, los envolviste convenientemente y los lanzaste a la luna.
Luego cuando se pasó «el episodio», te diste la razón a ti mismo, llegando a la conclusión de que había sido muy conveniente no perturbar la paz familiar; a partir de ahí el número de veces que ocurra no te altera en nada, tomas el manual de instrucciones y ejecutas las maniobras impunemente. Mauricio es excepcional, no hay nadie como él, ni tan siquiera mi estado de enamoramiento hada ti me impide reconocer su superioridad; debo serle absolutamente sincera, debo hacerlo del único modo limpio que se me ocurre, participando de la soledad y la tristeza que le causaré, es decir: triste y solatambién yo. Ya alguna vez te he dicho que no creo que nadie se avergüence de sus sentimientos, nacen sin pedir permiso. Lo siento mucho, Oso Cavernario, debes estar agotado y apesadumbrado, para alguien que pretendía algo lúdico, placentero e intrascendente, todo esto debe ser una lata. Si te sirve de consuelo te diré que debe haber un montón de mujeres guapas a las que puedes orientar en la vida, aunque ya no sea posible enviarlas a Katmandú.
Las elecciones autonómicas volvieron a dar la victoria al nacionalismo moderado, pero fue tan precaria que las expectativas de final de un período no desaparecieron, al contrario, se acentuaron y mientras los socialistas y ex comunistas se preparaban para unas elecciones anticipadas, los diferentes nacionalismos velaban las armas para el combate en disputa por la túnica sagrada del pujolismo, mientras la vida continuaba y las setas se ofrecían al fervoroso caminar de Carvalho por la Boqueria en un año en el que abundaban los ous de reig, la bien llamada «ammanita de los césares», la reina de las setas en opinión de Carvalho, contra el patrioterismo micológico defensor del níscalo o rovelló como una seta nacional metafísica y los paladares claustrofóbicos clitoriales que elegían la colmenilla o los cosmopolitas que se inclinaban por los ceps. Rompió algunos fax de Yes sin leerlos, confiado en que la destrucción le ayudara a construir la voluntad de desencuentro y acogió con alborozo la llamada de Margalida, que apareció sobre su moto y volvió a exigirle que subiera a ella como paquete. Esta vez no estaba dispuesto a pasar frío y Margalida le puso periódicos doblados sobre el pecho, la edición en catalán de El Periódico, contenidos por la chaquera. Tampoco estaba dispuesto a mantenerse en vilo mientras ella regateaba taxistas y le pasó los brazos por el estómago pegándose a la espalda de la muchacha. No sólo sorteaba coches, sino que observaba por el retrovisor si algo les seguía y giraba bruscamente por las calles menos esperables para ir hacia Hospitalet y continuar el viaje interminable en dirección hacia el mar, cuando la ciudad ha perdido definitivamente su nombre y los últimos campos que la separan del aeropuerto decoran su escasa nostalgia campesina. Todavía las frutas del Prat y los basureros del Prat con sus carros y percherones poblaban la infancia de Carvalho, cuya memoria últimamente con tanta fuerza reclamaba coexistir con la premonición de vejez. Los caminos ya no estaban asfaltados y la moto se orientó hacia una masía aislada en un pequeño palmeral y noria, muy próximo el río Llobregat. La moto se detuvo ante la erosionada casa. Echaron pie a tierra, ella bajó la cremallera de su cazadora de cuero, sacó una linterna de la cartera adosada al sillín y se puso en marcha hacia la puerta. El haz de luz fue desdeñando habitaciones erosionadas que olían a humedad y descubrió una escalera que descendieron hasta encontrarse ante una puerta cerrada. Margalida golpeó con los nudillos según una clave rítmica y la puerta la abrió un joven con aspecto de príncipe hindú en el exilio, efecto tal vez acentuado por la chilaba blanca que le ocultaba los pies y lo convirtió en una figura alabastrina deslizándose más que caminando por la moqueta de la única habitación que parecía tan habitada como habitable, con compacto incluido, moqueta y mueble bar. Albert Pérez i Ruidoms buscó el centro radial de la habitacióny se sentó sobre sus piernas dobladas como si fuera a iniciar ejercicios de yoga, se había concentrado pero no tardó en salir de sí mismo para reparar en sus visitantes. Margalida seguía los movimientos del joven con respeto y Carvalho con la fascinación que siempre le habían despertado las teatralizaciones aplicadas a la vida cotidiana. El silencio de Albert era una invitación a que hablaran y Carvalho no estaba dispuesto a actuar de telonero, ni de discípulo de Sócrates preparándole al maestro preguntas mayéuticas.