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– Sería maravilloso. O todo o nada. Pero ¿te imaginas el todo? ¿No recuerdas las descripciones de la Glo ria? Decían que allí no habría necesidades, que nos bastaría con la contemplación de Dios. Día a día, todos los días. Tú y yo. ¿Qué más podemos necesitar?

La expresión de Yes parecía tan propicia como su cuerpo en cuclillas entre las sábanas. Le acariciaba la nuca con los dedos mientras hablaba y contemplaba el futuro que construía en su mente como si ya formara parte de la habitación.-Rompamos con todo. Yo estoy dispuesta a dejarlo todo. Ahora. Pídemelo ahora. Hoy. A las siete y diez, telefoneo a mi casa y les digo: No vuelvo. Es que lo haría. ¿Lo hago? No. No vuelvas a engañarme. No vuelvas a enviarme con otro a Katmandú.

– Aquel Katmandú ya no existe. Probablemente tampoco existía entonces.

– O todo o nada, José.

José era él, recuperado para un nombre que sólo su madre había usado desde el principio hasta el final de un insuficiente conocimiento. Jamás Pepe. José. José! La madre vestida. José. José! Ahora la madre desnuda que da de mamar a un hombre que ya es sobradamente responsable de su cara y de sus décadas. Le recordaba la secuencia final de Las uvas de la ira de Steinbeck, cuando la joven con los pechos llenos de leche da de mamar a un pobre viejo moribundo muerto de hambre. O todo o nada. Recomponer su vida desde el amanecer hasta el anochecer durante los años que le quedaran, obligado a una capacidad de autoengaño que le ayudara en los momentos de terror, cuando el espejo le devolviera la imagen de su decrepitud y los médicos le acorralaran como sólo se acorralan los cuerpos vencidos y a la espera de la puntilla y el lo siento final. Demasiado auto-engaño necesario para cohabitar con su propia salud, esa catástrofe largamente anunciada que esperaba su gran oportunidad para destruirle y por fuera adoptar las cortesías suficientes como para atravesar los desiertos helados de una familia cercenada: mamá se ha ido con un anciano borde huelebraguetas y ahora quiere que pasemos la Navidad juntos. La Navidad junto a unos muchachos heridos hasta la crueldad y el odio. Ella sometida a la felicidad temporal de gozar sólo con la presencia de Carvalho y Biscuter, tal vez de Fuster, ni siquiera de la de Charo, a la que sin duda no volvería a ver. Para Yes poco cielo para tanta eternidad, porque tal vez ni siquiera el vértigo de la felicidad precipitara la muerte de Carvalho, al contrario, le alargara la no vida hasta convertirlo en un amante insoportable y sin embargo soportado. Lo que peor se arruga es el sexo y el carisma. Se arruga tanto el carisma de los viejos que o se vuelven horrorosos para sí mismos o invisibles para los demás. Y no me digas que el amor lo puede todo y que bastaría la dicha de ocupar un único ámbito, como se ocupa la mismidad, porque la literatura te ha hecho fuerte, Yes, hablas con propiedad, pero no posees las palabras. Las palabras siempre nos poseen, Yes. Una mañana, al cabo de tres meses, un año, dos, sumarías las pérdidas y los beneficios y juzgarías si yo había conseguido sustituir la nada por el todo amenazado. Descubrirías que vives junto a un hombre sin jubilación y sin fondo de pensiones, sin oficio ni beneficio, al que no se le levanta cuando es necesario y que un día u otro iba a necesitar una sonda para orinar sin molestar a los demás, y ese día no te parecerían misteriosos sus silencios sino idiotas y no succionarías sus palabras babosas con la pajita del gozador lento, sino que te las borrarías de las orejas como una sustancia pegajosa que no te deja oír lo que quieres oír. Si tuviera mucho dinero, Yes, me compraría una enorme residencia, nos rodearíamos de criados que me ayudaran a envejecer y que no fuera una carga para ti. Incluso tendría ascensores desde la cama a la piscina cubierta, donde los masajistas activarían la circulación de mi mala sangre y silla de ruedas con chips inteligentísimos que me darían las papillas con una paciencia de condenadas de la tierra obligadas a cuidar ancianos ricos y me limpiarían el culo cuando ya fuera incapaz de contener mis esfínteres, al tiempo que emitirían alguna melodía de prestigio pero pegadiza, algo de Brahms, por ejemplo, el leit motiv de Aimez-vous Brahms? ¿A cuántos viejos cagados has visto, Yes? Pasado un tiempo, cuando se consumara mi decadencia, te dejaría tener algún amante joven y discreto, algo así como un nieto incestuoso, recuerdo el cine de los años sesenta cuando los directores de vanguardia experimentaban con los límites de la conducta y estos problemas eran habituales, con mucho contrapunto, mucho contexto, mucho silencio. Yo podría asumir el papel de John Gielgud en Providence, un inteligentísimo anciano que se muere de cáncer de culo mientras bebe los mejores vinos blancos y las mujeres aún se sienten atraídas por su capacidad de recordar y de asociar el recuerdo con la vida, como si eso fuera vivir y no dejar migajas de memoria muerta para los pájaros más ávidos o los más ateridos o los más obligados a escucharte. Pero ni siquiera me ganaré la vida cuando se me sequen las neuronas de detective privado.

– ¿No me dices nada? ¿No te ha gustado mi sueño?

– Nunca creí que la contemplación de Dios por toda la eternidad fuera un plan ni siquiera tolerable.

Yes dio un puñetazo primero a las sábanas, luego contra el tórax de Carvalho.

– ¿Ni hoy puedes comprometerte con las palabras? Nunca dices nada en lo que alguien pueda creer.

A Carvalho se le venían las angustias y las salivas a los labios y sólo pudo decir:-Te quiero.

Pero rehusó el abrazo que llevaba al apoteosis y se levantó para irse al cuarto de baño y mirar en el espejo el rostro de un imbécil generoso que acababa de salvar de sí misma a la chica de la película a cambio de auto-condenarse a no vivir otra vida. Tal vez por eso fingió no darse cuenta de que Yes le pedía un beso cuando la dejó en una parada de taxis, con la cabeza vuelta hacia un problema de tráfico que sólo él veía.

Pero antes de salir de casa y de terminar una mañana que incluso podría calificar de feliz, se fue a la biblioteca, encontró una vieja edición de Las uvas de la ira y la quemó en la chimenea, sin poder evitar mirar de vez en cuando, a hurtadillas, los poderosos pechos de Yes.

La ruptura de su línea de conducta necesitaba un plasma constante para no ser consciente de ella y ese plasma eran los profusos mensajes de Yes y las no menos acuciantes llamadas de atención de Charo, mientras Biscuter sufría en silencio aquella agresiva indiferencia hacia lo que no fueran las cintas de fax llenas de reproches por su cobardía o de canciones exaltadas que trataban de recomponer un baile que apenas se había reiniciado. Yes era muy cancionera.

bossanova en tu mirada,

bossanova en tus palabras,

bossanova junto a ti.

puede ser que me recuerdes,

cada día más y más.

Este son, cadencioso y demorado que canturreo en Guadiana modo, es como una válvula de escape, geiser o fuma-rola, de mi alma. Cuando la presión interior amenaza con hacerme estallar, entonces: bossanova en tu mirada, bossanova. Puede que todo lo que he vivido no haya sido nada (¿recuerdas? tú utilizaste la expresión: a ti no te ha pasado nada), en cualquier caso debe haber sido inútil porque no me está sirviendo de nada útil. Y… sin embargo: lo sé todo. Ella, la que vive y reina, en tu corazón, Charo, ¿lo sabe? En cualquier caso lo sé yo, y sin que me anime nada de carácter subliminal -o eso creo- tienes también mi solidaridad.